Hoy tenia que ir a la psicóloga, pero no acabo de ponerme bien. Y si salgo de casa, vengo peor. Ya sé que me miro el ombligo, como dice La Otra, pero no puedo evitarlo. Si no os gusta, no lo leáis, o reciclad el papel. Podeis dividirlo en trocitos para hacer notitas. Es una idea.
Ayer escribí una cosa sobre la muerte de la abuela catalana que no me cuadra. Mi madre me llamó y me dijo que bajara, que creia que se habia muerto, pero después también me dijo aquello de que al morir parecia que veia a su marido muerto hacia mil años y dijo:¡Albert,Albert!. Una persona que se asfixia no puede articular palabra. No sé se lo que me dijo es verdad o no. Mi madre mentía más que hablaba, y engañaba a todo el mundo, y todo el mundo se la creía. Todas las maldades que dijo contra mí, siguen vigentes. Hay quien no me dirige la palabra .Pero me la repanfinfla.
No quiero hablar más de esto.
Mi padre nació en el barrio de Santa Cruz, de Sevilla, en la calle Jamerdana, 2. Llevaba este nombre precisamente porque era la entrada al barrio judio.. Yo lo conocí cuando tenía veinte años, y me recordó al barrio judio de Jerusalén, callado, solitario, luminoso. Una maravilla. Ahora los magnificos patios con las preciosas cancelas han desaparecido, y también muchas de las flores, y han puesto horribles cafeterias con mesitas en la calle para disfrute de los guiris que rien a carcajadas y rebuznan. La ultima vez que estuve me alegré de que mi padre no viera aquello. Qué pena. La calle de la Susona, el callejón del agua, con su enorme jazmín y el ruido del surtidor, el Patio de Banderas con el albero, el callejón de la judería, enjalbegado que dolian los ojos de mirarlo. Bueno, los recuerdos nadie me los puede quitar.
Pues cuando mis padres se casaron se fueron de viaje allí, , para que mi madre conociera a su nueva familia y a Sevilla. Fué un desastre. Contado por ella, fué una experiencia horrible. Para mi padre no, él suele estar en la higuera.Cree aun que mi madre disfrutó. Pero ella dice que lo pasó muy mal. Que le daba asco como guisaba mi abuela (que era una cocinara magnífica, no como ella, que no sabia freir un huevo), y que la trataron como a una yegua. Dice (y esto me lo creo, porque mi abuela era muy bruta) que cuando su nueva suegra la vió, la dió un cachete en las ancas y dijo que estaban duras, buenas para parir, o algo así. Mi madre, que no estaba acostumbrada a estas plebeyeces, se puso furiosa, y desde entonces odió para siempre más a Sevilla y a su familia politica.y a todo lo que oliera a Andalucía. Mi madre era muy constante en sus odios. Esto lo he heredado yo. Pueden pasar años pero no olvidamos un insulto. Yo no me hubiera enfadado por lo de las ancas, pero es que yo tengo su sangre. Mi madre era otra cosa. Venia de un país donde se desprecia a todo lo del sur. Y yo quiero a Cataluña, porque los catalanes tienen muy buenas cualidades,y son mucho más simpáticos que los mallorquines, que también son gente maja, pero menos, pero la verdad es querer mezclar el aceite y el agua. Cuando mi padre la llevaba a los jardines del Alcázar, o al parque de Maria Luisa, donde hay tantas fuentes, decía que el oir correr tanta agua le daba ganas de hacer pipí. Yo en la piel de mi padre, de esta me divorcio. Pero es que mi padre es un santo, y yo he salido a la mala pécora de ella. (Menos). La visita de cortesia y de novios duró poco y se instalaron en Zaragoza, calle Baltasar Grecian 10, donde nació Menda.
La casa de mi abuela, cuando mi padre y sus hermanos eran aún niños, debía ser muy divertida. Era una planta baja con un patio, no demasiado bonito, pero mi padre dice que lo tenia lleno de flores (esto sí que lo he heredado), de niños, de gatos y de un perro pastor alemán que se llamaba Bimbo. A mi abuela le gustaban los animales.Por la noche, el perro se dedicaba a perseguir a los gatos dentro de la casa, estos pasaban por debajo de las sillas y él iba detr´,as, llevándose unas cuantas sillas por delante, con el correspondiente estruendo. Pero mis abuelos no hacían caso.Me contaba mi padre que en las noches calurosas de verano cogía una manta y se iba a la terraza, a dormir encima, porque era el unico sitio en donde se podía aguantar. Desde allí oía y veía llegar a los toros bravos del campo por la madrugada, pues entonces no los encajonaban, sino que los llevaban a la plaza al alba arropados por los cabestros. Si se encontraban con algún borracho noctámbulo, mala suerte para el beodo. El los veia pasar, y debia ser todo un espectáculo. También me hablaba de los vendedores ambulantes, de frutas, verduras, pescado, etc. Todos tenían su propio pregón, que cantaban sin haber aprendido a cantar, pero les salía, precioso, porque entonces era así. Parece que todo eso se ha perdido. Ahora no hay gran cosa buena. Yo recuerdo haber estado en Sevilla y oir a la hora de la siesta cantar a un albañil que blanqueaba la casa de enfrente, y estaba solo y cantaba, y pensaba que nadie lo escuchaba, y era una maravilla. . Es que los andaluces son un pueblo de artistas.Yo la primera vez que fui a Sevilla quedé fascinada, y eso que mi madre me había predispuesto contra todo lo andaluz. Entré en la cocina y vi guisar a mi abuela, con una limpieza y una pulcritud que ya quisiera ella. Mi madre no sabía guisar. Cuando llegamos a Palma tuvimos dos criadas: Isabel, que ya hablé de ella, que fué la que nos envenenó al Chinito porque le molestaba pero mis padres no reaccionaron hasta que los vecinos protestaron por las pajas (ver otro capitulo), y luego Erundina, que también he hablado de ella antes y era un trozo de pan bendito. Mi madre, cuando ya no pudimos pagar más criadas porque se pusieron caras, guisaba ella, y de qué manera, madre mía, nunca mejor dicho. Ponia las cosas con el aceite frio al fuego y se iba. Cuando regresaba, estaba la cosa quemada por un lado y cruda y empapada de aceite por la otra. Cuando salieron las casas de comidas preparadas vió el cielo abierto, y siempre comíamos de eso. A mí me gustaba. Mi padre venía muchas veces comido de Son San Juan, pues le daban la prueba de la comida de los soldados, que estaba mucho mejor que los comistrajos de mi madre. A mí invariablemente me cortaba la carne en rajitas muy finas y las freía hasta que se ponían negras como carbones, y yo lo tragaba. Me hizo un favor, no soy remilgada. Cuando le traía la comida en una bandeja a mi abuela, siempre, sin fallar una vez, golpeaba la bandeja contra la puerta, y el café con leche que acostumbraba a tomar se derramaba por el plato y la bandeja. Mi abuela luego se quejaba conmigo diciendo que aquella comida le daba asco, pero esto era lo que había.Yo he pasado mucha hambre. Ya hablé de esto en otra entrega-. Ahora me voy a descansar, porque no puedo con mi cuerpo. Sigo mirándome el ombligo.
Bueno, no, como me queda todavía más de medio folio, lo voy a aprovechar un poquito más para hablar del Partido Comunista. Nada tiene que ver el culo con las Témporas, pero es un tema que me cae bien. Quiero que conste por escrito que el Partido me dió a mí mucho más que lo que yo le dí al Partido. Y eso que milité bastante tiempo, no como ahora, que solo voy a bodas, bautizos y comuniones, `por decirlo de alguna manera. Para los lerdos, voy a los actos entretenidos, pero no doy golpe. Pues el Partido despertó en mí la conciencia de la injusticia que padecen las clases bajas, y, aunque sea una asquerosa burguesa consumista, siento rabia ante las canalladas que se hacen a diario. Soy de un monton de ONGs y hago lo que puedo. Antes podia más. Ahora no puedo ni soportarme. El otro día, que estaba medio histérica, en la reunión de los marginados, estuve a punto de echarme a llorar. Lo malo es que no puedo. Seria buena cosa, y no tener que desahogarse a martillazos. Procuraré enmendarme. Pero tengo que enmendarme de tantas cosas, que me parece que no me quedará tiempo, y será como aquella copla que dice:
“Cuestecita de Moyano,
que la muerte no me coja
en el estira y afloja
de dar amor con la mano,
de dar amor con la mano...”
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