domingo, 8 de noviembre de 2009
LAS BODAS DE LOLES
BODAS DE LLANTO
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Imitando el título de la tragedia de García Lorca, “Bodas de sangre”,aunque en las mías de eso hubo poco, sólo en la sábana del primer día, lágrimas tuve para dar y tomar. El día en que me casé fue uno de los más tristes de mi vida. Porque mi madre no quería que me fuera de casa, no le gustaba mi marido, no le gustaba mi suegra, no le gustaba que me independizase, no le gustaba nada. Me dijo que la había hecho una desgraciada. Pues jódete, pensaba yo. Ya estoy harta de tener que joderme yo por tu culpa.
Mis bodas no pudieron empezar peor. Fue el 20 de noviembre de 1975, y Franco todavía mandaba una barbaridad. La víspera me fui a la cama temprano, para estar descansada. Fue una buena idea, porque mi madre a eso de las 10 me despertó chillando a grito pelado. Tenía un cabreo monumental.
Yo me casaba por la tarde, a las cinco en punto, a las cinco en todos los relojes, hora taurina por excelencia. A la hora en que mataron a Ignacio Sánchez Mejías, de quien tan enamorado estaba Federico, del que ahora remueven la tumba buscando sus restos.
Me casaba en la Base Aérea de Son San Juan, en una capilla castrense y con un cura castrense, que se llamaba Don Ramiro. Yo quise que fuese por la tarde para pasar solo con un cóctel, pues dadas las circunstancias no me veía con ánimo de que fuera por la mañana y con comida; sabía que no podría resistirlo. Mi madre pensó igual, pues así le salía más barata una ceremonia que odiaba y que encima tenía que pagarla. Me compró los muebles de peor calidad que encontró y el coctel fue una birria. Pero a mí me daba todo lo mismo. Yo solo quería casarme, y aquello lo iba a conseguir. Mi mamá intentó posponer la boda hasta la primavera, pero yo, que normalmente no me atrevía a contradecirla, entonces sí lo hice, y no cedí ni un ápice. Me casé en febrero, como los gatos.
El día designado ya he dicho que tuve un despertar brusco. Pero estaba contenta. Mi madre no me dirigió la palabra, se pasaba la rabia entreteniéndose de charla con sus amigas que habían venido de Gerona para el festejo. Mi padre y mi abuela revoloteaban por allí. Solo el perro me hizo caso aquel día.
Cuando ya llegó cierta hora, miré el reloj y comprendí que ya era tiempo de vestirme con mis arreos nupciales, pues si no, no me casaba. Completamente sola me puse el vestido, sola me maquillé y lo preparé todo. Luego vino la peluquera y me hizo un moño y me puso el velo, que me tapaba la cara.
Cuando estuve vestida irrumpí en la sala donde estaban los invitados y le dije a mi madre:
-¡Bueno, ¿nos vamos o qué?! ¡¡que ya es hora!!
La gente se alborotó pero yo conseguí que bajáramos todos la escalera y nos metiéramos en los coches camino de Son San Juan.
Yo iba con mi padre, que conducía, y mi profesora de ruso, no sé por qué.
Paco seguía detrás en un coche lleno de suegras: Mi madre, mi abuela y mi suegra.
Llegamos con mi padre los primeros a la capilla de la Virgen de Loreto. Entré de estampida en ella , tropezando con los escalones y me caí de narices. Menos mal que no había nadie, pues si no mi entrada no habría podido ser menos triunfal. Aquella boda empezaba con muy mal pie.
Yo me senté con mi padre en nuestro sitio, esperando a que llegasen Paco y los invitados.
Llegó el novio con su seiscientos cargado de suegras y se colocó a mi lado.
Luego fueron llegando los invitados.
Mis testigos eran mi tío Julio Cortey, mi jefe, Luis Sáinz Martínez de Bujanda, que parecía que asistía a mi entierro, Manuel Alvarez de Sotomayor ,Juan Miguel Sarmiento y el Delegado Provincial Francisco Soriano, falangista de pro.Los testigos de Paco eran sus tres sobrinos. Ni una mujer. Todo muy machista y franquista.
Cuando terminó aquello y nos hicieron unas cuantas fotos, pasamos al comedor, donde estaban los canapés y el champan y cosas así.Yo miraba la cara de mi madre, y es que daba miedo. La conocía bien y sabia lo que estaba pensando.
Aguanté un poco aquella cachupinada y luego nos fuimos. Nos despedimos de todo el mundo, me cambié de ropa y bajé para despedirme de todo aquel ganado que había asistido a mi cuchipanda.Mi abuela estaba encantada y sonriente, ¡menos mal!, y mi padre, un poco aturdido, pero tambien parecía encontrarse a gusto.Mi madre no.
En cuanto empezó el convite, los invitados se dividieron en dos bandos: Por un lado los de la parte de Paco, y por otro los de la mía. Unos decían que los otros eran unos tales y unos cuales, y los otros lo mismo pero distinto. Total éxito. Pero yo no quise seguir viendo aquello. Después supe que todo el mundo creyó que nos habían salido gratis, por ser en un local de la parte de la Base Aérea destinada a los oficiales. Pero no fue así, pues mi madre tuvo que apoquinar un buen dinero que a ella le supo tan mal como si hubiera tenido que pagarlo para mi sepultura.
Después de esto nos quedamos unos días en Mallorca y luego nos fuimos a pasar el resto de la luna de miel a Canterbury, cosa que nadie hace.
Visitamos Londres y otras ciudades con el tren y también pasamos el canal hasta Francia, en Boulogne sur Mer, donde en una casa de putas del puerto comí la mejor trucha de mi vida y pasamos la noche, en la que no dormimos nada, por el constante subir y bajar de gente y porque hacía un calor espantoso. Pero cuando se está recién maridada se aguanta todo con alegría.
Cuando volvimos a Palma vivíamos en un minipiso, y yo iba, muy a mi pesar, a ver a mi madre una vez a la semana, y ella aprovechaba para insultarme por haberme casado, diciéndome toda clase de horrores, e insistiendo en que la había convertido en una desgraciada, tan feliz como había sido hasta la fecha. Bueno, pues yo hasta la fecha no había sido nada feliz, lo fui cuando me casé por fin, cojonibus.
Pero estas cosas pasan factura, y yo, que no sabía lo que era una depresión, un día, al ir con Paco de excursión a La Calobra, comiendo en el restaurante de allí, delante de un plato de judías verdes, tuve el primer ataque de angustia de mi vida. Yo no sabía lo que me estaba pasando, ni tampoco lo que era una depresión, pero enseguida lo aprendí. Desde entonces,no he podido volver a tomar judías verdes, y gracias a que mi madre me torturó psicológicamente durante muchisimo tiempo, me convertí en una depresiva con ataques de pánico, que aún me duran.
Una vez que se me retrasó la regla y creí estar embarazada, se lo dije a mi mamá y me armó un cipostio de todos los diablos, como si me hubiese preñado haciendo de puta por ahí. Me dijo de todo, y sus insultos eran de aúpa. Cuando por fin me vino la regla suspiré aliviada. Ya no había niño.
Todo esto es mucho más largo y más doloroso, pero como pienso que ya está bien y encima muchas veces tengo remordimientos por hablar mal de mi madre, lo dejo estar. Ayer se casó la hija de Donald Trump, el magnate yanki, y se casó con otro aún más rico que su padre. En Nueva York ese día salio el sol, y ella lo consideró como un milagro. Ha escrito en Twitter:
“¿No es bella la vida?”
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