Supongo que la gente pensará que soy mema por escribir estas cosas en un blog, pero como a mí ya hace muuuucho tiempo que la opinión de la gente dejó de importarme, pues hoy tengo ganas de escribir lo que fueron mis dos experiencias (que no todo el mundo puede “disfrutar”) recluída en el psiquiátrico de Son Llátzer, en Palma de Mallorca. Una fue voluntaria, pues me encontraba muy mal y quería que me reparasen el coco, pero la primera fue debida a un malentendido, y fue tremendo aquello. Solo se lo deseo a mis peores enemigos. La gente suele decir, cuando habla de algo muy desagradable que le ha pasado, “que no se lo deseo ni a mi peor enemigo”. Pues yo, como soy retorcida y rencorosa, a mis enemigos les deseo lo peor de lo peor, y por eso les deseo que tengan que habitar en el nido del cuco tres horribles días como yo.
La cosa empezó estando en casa Paco y yo. Mi madre ya había muerto y mi padre vivía solo todavía. Yo tenía una depresión fortísima, y ataques de angustia, que quien no los ha pasado no se puede imaginar lo que es. Paco me miraba de reojo, pensando que era capaz de hacer cualquier barbaridad. Yo estaba en la cocina y me vió con un cuchillo en la mano, e inmediatamente pensó que quería cortarme las venas. Entonces se asustó mucho, y llamó al 112, urgencias varias.
Todo lo que voy a contar es rigurosamente cierto, y sin exageraciones.
En Urgencias, después de haberle él explicado que su mujer estaba turuta y se quería cortar las venas (la verdad es que nunca me hubiese atrevido), le dijeron que me cogiese enseguida y me llevase al Hospital de Son Llátzer, que en mallorquín quiere decir San Lázaro. Así lo hizo Paco.
Yo recuerdo que estaba tan mal que obedecí a todo. No sabia ni lo que estaba haciendo. Me sentía tan mal que cualquier cambio, cualquier cosa, me parecía un alivio. Recuerdo que encima del chándal me eché un abrigo y fuimos en el coche al manicomio que había en dicho Hospital.
Paco me llevó allí y dijo cuales habían sido mis propósitos, y yo, en vez de defenderme y decir que no era para tanto, pero que me encontraba desatinada, callé. Dos chicas de las que trabajaban allí me cogieron, me despojaron de mis ropas, me enfundaron en una bata blanca y me quitaron una cadenita que llevaba al cuello y un par de pulseras, para que no intentara matarme tragándomelas. Me dejaron el reloj, menos mal, pues yo sin reloj no sé estar. Paco se interesó por mí cerca de las muchachas loqueras, y, más tranquilo se fue., diciéndome que mañana iría a verme. Le dijeron que se marchase.
En ningún momento vino ningun psiquiatra ni otro médico a echarme en vistazo. Nada de nada. Yo me iba dando cuenta poco a poco de donde estaba metida. Y no contribuyó a tranquilizarme. Nos dieron una cena asquerosa y luego me administraron unos calmantes. Me pusieron en una habitación con dos camas. Una era la mía, y en la otra estaba una putita sudaca muy mona que no sé muy bien por qué estaba allí, pero me dijo entrecortadamente que su chulo le había dado una paliza, cosa que me extrañó y pensé que había algo más, pues no se mete a nadie en un nosocomnio por haber recibido una paliza. En todo caso se mete al agresor en la carcel, pensé yo. Porque pensar sí podía. Tuve suerte, la chica debía de estar empastillada hasta las cejas y dormía todo el tiempo. Yo después de cenar me tomé las pastillas que me dieron y me quedé frita. Dormí toda la noche. A la mañana siguiente vinieron las mozuelas tratalocos y me cogieron entre tres. Me metieron debajo de la ducha, sin más. No fue un despertar agradable, pues el agua estaba helada. Además, yo no me suelo duchar por las mañanas, no me apetece, sino por las noches antes de dormir.Después de la ducha me fui a la habitación-comedor, donde nos sirvieron un desayuno que parecía carcelario. O peor. Pero como todos los que estábamos allí estabamos oficialmente orates y nuestras protestas nadie las hubiera escuchado, pues ajo y agua. Empecé a mirar a mi alrededor y a recapacitar cuál era mi situación. Me encontraba tan mal como el día anterior. Tenía depresión y una fuerte ansiedad. Y lo que vi allí no contribuyó a tranquilizarme. Habían metido juntos a todos los chiflados sin distinción. Había depresivos y presuntos suicidas como yo, y con éstos se podía hablar. Pero había catatónicos, que se pasaban el tiempo mirando a un punto indefinido del infinito, a veces haciendo movimientos repetitivos con las manos o repitiendo siempre una misma cantilena. Había una mujer ya de edad, como unos 70 años, a quien sus parientes habían metido allí, y que no hacía más que repetir, desde la mañana al levantarnos todos hasta la noche a la hora de dormir, la misma frase:”-Yo no estoy loca”- decía, miles de veces, sin parar nunca. No sé cómo no se quedaba ronca. A mí esta mujer me ponía nerviosísima, y pensaba que si perdía el control y me tiraba a su cuello para estrangularla, que es de lo que tenía ganas, sería aún peor para mí. Pero es que era exasperante. Había un hombre mayor sentado en una silla cayéndosele la baba. Una mujer enormemente gorda que estaba paralítica, chillaba y tenía que estar atada en la silla de ruedas porque si no se deslizaba hacia delante y se caía. Tenía una cara horrible. Y todo lo demás, por el estilo. Una chica muy joven me contó que la habían metido allí sus padres porque estaba enfermísima de una extraña dolencia producida por unos espíritus que la poseían. Había también gente, de todos sexos y edades, que no decían nada. Los había que hasta parecían normales.
Yo exigí a las chicas aquellas que quería ver a un médico. Aquel ambiente me estaba poniendo peor. No vino nadie, pues me dijeron que de las dos doctoras que se ocupaban de aquello, una estaba de vacaciones y la otra enferma. ¡Pues qué bien!-dije yo.
Una media hora al día, me parece que de 12 a 12,30, podíamos llamar fuera a nuestros familiares. Yo llamé a Paco en los tres minutos que se me concedieron, y le dije que por el amor de Dios me viniera a sacar de allí, que me estaba poniendo mucho peor. Y era verdad. Aquel ambiente era para desquiciar al más sereno. Y yo no estaba nada serena. Además, la comida era repugnante. Un día me dieron de primer plato una cebolla pelada, así, a palo seco. En un plato. Yo, por supuesto, no me la comí. Esperaba que el segundo plato sería mejor. Pero no. Fue un pescado que estaba pasado, pues olía fétidamente. Solo tomé el postre, un yogur de fresa de los más baratos y malos del mercado. Claro, como éramos locos, no podíamos protestar porque no servía de nada. Supuestamente, un loco sólo dice tonterías, y si protesta de algo, no hay que hacerle ni puto caso. Así eran las cosas. Yo ya llevaba 24 horas en este sitio tremendo cuando vino Paco a verme. Me dijo que tuviese un poco de paciencia, que allí me pondría mejor. Yo, tonta de mí, me lo creí. Pero al día siguiente fue peor. Otra vez la ducha a la fuerza y la comida incomible. Yo le dije a Paco que me sacase de ese sitio espantoso, que si no acabaría chiflada de veras y sin remedio. Por fin vino y me sacó. ¡Entonces apareció un médico!. Furioso, le dijo a Paco si sabía lo que estaba haciendo. El le dijo que sí, y por fin nos fuimos de aquel sitio de espanto. Yo sé como es una cárcel por dentro, y las de mujeres son mil veces más agradables que aquel manicomío. ¡Madre mía!.
La segunda vez que ingresé en Son Llátzer fue voluntariamente, un par de años después. Yo tenía otra vez una muy fuerte depresión, y como ya sabía con lo que me iba a encontrar, ingrese voluntariamente. Todo había cambiado bastante. Las mozuelas lavalocos habían sido sustituídas por otras que, como yo ya no era una loca de tendencias suicidas, me dejaban lavar cuando me daba la gana. Y la comida había mejorado ostensiblemente. Estuve allí tres días en una especia de cura de sueño. Por las noches dormía con sedantes y somníferos, y durante el día también. Solo iba al comedor a la hora del desayuno, comida y cena. Entonces no me dieron una cebolla cruda como primero y la comida no estaba podrida. Pero tampoco había ningún médico.Mas el tratamiento me fue bien, y a los tres días salí muy mejorada. Esta vez me pusieron con una chica joven, parecida a la de la otra estancia, pero agresiva. Yo le dije:
-Mira, como tenemos que compartir habitación y las dos estamos mal, lo mejor es que nos llevemos bien. Yo no te molestaré y tú tampoco a mí.
Estuvo de acuerdo, y me dijo que tenía unos repentes muy malos. Yo le dije que n o le diría nada y me contestó que de acuerdo. No le dije ni pío, no se me fuera a lanzar a la yugular. Pero no pasó nada. Las dos pasamos el tiempo durmiendo.
A los tres días salí, para no volver nunca más.
Hay gente de edad a quienes sus familiares meten allí con un informe médico falseado. De esta forma heredan, porque los pobres viejos están incapacitados, y si estaban un poco trastornados, allí acaban locos de atar.
Es tremendo un manicomio. Las películas no engañan. Lo único que no vi es que practicaran una lobotomía a nadie. Pero no quisiera ni le deseo a nadie a quien aprecio que sea ingresado contra su voluntad en un lugar semejante. Quien entra allí por tiempo indefinido acaba muy mal.
Yo después hablé con una señora que era médica psiquiatra y que me cambio la medicación y me fue muy bien. Desde entonces he mejorado mucho en mis depres. Pero los pobres que entran allí por fuerza, lo tienen crudo. Es igual que una cárcel. No hay puertas abiertas, y las pocas ventanas están allá arriba, cerca del techo, muy alto.
.El horror en estado puro.
Muchas gracias por compartir tu dura y amarga experiencia en aquel manicomio. Te comprendo perfectamente y admiro la serenidad, el orden y la paciencia que has tenido para referirlo.
ResponderEliminarUn saludo muy cordial.
Joan Vendrell i Campmany
Gracias por tu comprensión y amabilidad.
ResponderEliminarLa Loles