sábado, 3 de julio de 2010

Cuando yo me desmeleno, me desmeleno de verdad




Y es que soy persona educada y autocontrolada. Hasta las locuras las hago meditadas. Pero a veces me descontrolo, pocas, pero cuando lo hago tengo mucho peligro. Una vez una pitonisa me hizo una carta astral y me dijo que en ella había un elemento muy poco corriente: Yo tenía una luna negra en Escorpio. Le pregunté que qué diantres significaba aquello, y me dijo que era yo persona de prontos muy malos, algo así como lo que les dió a los de Puerto Hurraco, pueblo de la España profunda, donde en los años del franquismo aparecieron los pocos vecinos asesinados unos por otros, sin que se llegara a saber nunca quién fué el último que quedó, que por lo que parecía, se había suicidado después de cargarse a todos los demás. Yo nunca he llegado a tanto, y espero no llegar, pero la verdad es que esos prontos tremendos sí que los tengo, y voy a relatar uno de ellos, que estuvo a punto de llevarme a pasar la noche en la Comisaría.
Hay que decir en mi descargo que yo estaba pasando una época muy larga y muy mala, en la que tenía frecuentes depresiones y ataques de angustia. Para quien no ha pasado por estas cosas, no son más que histerismos de mujer chiflada, pero quien lo ha sufrido sabe lo mucho que se padece, el sufrimiento tan agudo y la desesperación que le entra a una. Pues bien, una tarde de verano estaba yo en mi casa con estos alifafes y cada vez me sentía peor.
-Paco,- le dije a mi santo-.Llévame a donde sea, al manicomio, a una clínica, a Urgencias de cualquier sitio, que yo estoy muy mal, me estoy descontrolando y acabaré saltando por la baranda de la terraza.
Paco se asustó, pues me conoce y sabe de lo que soy capaz. Además, vivimos en un ático. Fuimos al garaje, nos subimos al coche y me lleva a Urgencias de Son Dureta, que es la Seguridá Sosiá, esa que tan eficaz encuentra el Rey. Allí, en Urgencias, había tanta gente que parecía una manifestación. La verdad es que mucha gente va sin ser ninguna urgencia, cosa que jode vivo a quien necesita atención rápida e inmediata. Si llegas con un ojo en la mano, tienes que esperar hasta que el ojo ya huele mal, pues tienen una pachorra inmensa, si no se volverían locos. Pues yo estaba con un ataque de angustia que me subía por las paredes como si fuese una tarántula, pero aguantaba y aguantaba. Así pasaron cuatro horas- cuatro- en las que mi desesperación no cedía el canto de un duro. Por fin nos recibió un mediquito estúpido a rabiar, con ínfulas profesionales y aire de perdonavidas. Me vino a decir que no podía hacer nada por mí, y que al día siguiente fuese a ver a mi psiquiatra, o algo así. La verdad es que las palabras detonantes no las recuerdo bien. Solo recuerdo que me toreó, para quitárseme de encima. Yo le dije que estaba desesperada, que me había querido suicidar, que me diera por el amor de Dios y la Virgen y los Santos un calmante, y que mejor que eso, que me ingresara en el nosocomio, que yo estaba muy mal y muy desesperada. No sé qué chorrada me respondió, que yo ya entonces me daba igual ocho que ochenta. La presión y la angustia acumulada tras un día atroz hizo que explotara cual olla express sin salida de vapor. Solté un bramido tremendo, dije, textualmente:"¡¡¡ME CAGO EN TU PUTA MADRE Y EN TODOS TUS MUERTOS PODRÍOS!!!"
y con mis dos brazos y una fuerza hercúlea que saqué de no sé dónde, le arrasé toda la mesa, llevándome por delante todos los cientos de papeles que había en grandes montones, además del ordenador y el telefono y algunos objetos contundentes de esos que suelen estar encima de las mesas de oficina, como grapadoras, móviles, etc. Aquello fué terrible. Los papeles volaban por el despachito y el ordenata se estrelló contra la pared con gran estruendo, así como el teléfono y todos los cacharros adyacentes. Los dos señores, el medicucho y mi Paco, se asustaron muchísimo, y yo me sentí un poco más liberada. Paco, que es previsor y realista, penso que el toubib ofendido y arrasado por mí llamaría enseguida a la Policía, y, sin pensárselo dos veces, me arrastró a toda velocidad fuera de allí, sacándome a la calle, y metiéndome en el coche. Arrancó a toda pastilla, y nos fuimos a casa como alma que lleva el diablo. Por suerte, nadie nos siguió, y no tuve que pagar los desperfectos. Pero aquel médico sin entrañas de la SS, que parecía no de la SS sino de las SS nazis, debió tener mucho trabajo para poner en orden sus papelotes y arreglar los desperfectos del ciclón que no se esperaba pasase por su despacho en una cálida tarde veraniega. A ver si eso, pensaba yo ya más calmada, le hará tratar a sus pacientes con un poco más de amabilidad y de caridad, coño.
Al día siguiente Paco me afeó cariñosamente mi conducta, pero como no soy de arrepentimiento fácil, yo contraataqué diciéndole que aún me había quedado corta, y que lo que se merecia aquel sujeto matasanos era que le hubiera estampado el ordenata en la cabeza, matándolo in situ. Paco se estremeció pero no dijo nada. Sabe que a veces es mejor no discutir conmigo.
Una vez me dijo que estaba muy contento de haberse casado conmigo pues su vida, desde el momento en que me conoció, había sido una permanente emoción, y que no se había aburrido ni cinco minutos.
¿Habrá alguna mujer recibido un piropo más bonito?

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