jueves, 1 de julio de 2010

Tonterías sentimentaloides o Cuando los barcos olían a brea



Es verdad el gran poder evocador de los olores. Comprendo tan bien a Proust y su magdalena...A mí me pasa a veces. Pero lo que voy a contar ya se pasa de la raya. Resulta que yo tuve la suerte de pasarme mi niñez y parte de mi juventud en veleros. Mi padre era regatista y además tenía un amigo belga que tenía un barco de 17 metros, un velero, y salíamos con él todos los fines de semana, mis padres y unas amigas mías. Lo pasábamos tan bien que aquello era gloria pura. Pero entonces no nos dábamos cuenta. Hace un par de veranos, Paco y yo paseábamos por el Paseo Maritimo de Palma, y veíamos los barcos allí amarrados. Los veleros modernos, como los que usan el rey y las infantas, por ejemplo, son de fibra de vidrio y ya no se usan los cabos embreados, como la piola.No huelen a barco. Pero el Manette, que era el del amigo de mi padre, que era a la antigua, sí. Era de madera y muy marinero. Pues cuando paseábamos por delante de los barcos pasamos delante de uno de madera, y que olía a brea. Pues para mí sentir ese olor y venir a mi memoria todos los momentos maravillosos pasados en el mar, fué como una bofetada. Me caían las lágrimas y tuvimos que irnos de allí. Nunca más pasearé delante de los barcos amarrados, de eso estoy segura. No lo puedo soportar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario