jueves, 4 de noviembre de 2010

Los cuerpos incorruptos


Que todos moriremos algún día, es un hecho. Una vez que nuestro organismo cesa su actividad vital, el cuerpo comienza el nada amable proceso de descomposición y, finalmente, acaba formando parte de la tierra. “Polvo eres y en polvo te convertirás“, rezan los textos bíblicos.
Pero, como en todo, hay excepciones. Según algunas creencias, y más concretamente el dogma cristiano, existe una forma de detener el proceso de descomposición. Nos referimos a la pureza de espíritu y la fe en su estado más puro. Estas dos cualidades ayudarían, según la religión católica, a que el cuerpo pudiera resistir la degradación química que acompaña a la muerte.
Seguro que habréis oído alguna que otra historia de casos de personas que, una vez exhumadas tras varios años desde su fallecimiento, conservan su cuerpo inexplicablemente en buen estado de conservación.
La Iglesia, al principio, señaló que estos casos eran debidos a la santidad, por lo que durante un tiempo canonizaron a todo aquel cuyo cadáver aparecía incorrupto (bueno, a todo aquel que fuera cristiano y tuviese un historial de hechos milagrosos). Más tarde, y a la luz de algún que otro fraude (y también por el hecho de que este fenómeno no era exclusivo de católicos), se decidió no considerar la incorruptibilidad como un signo de santidad.
Llegados aquí, hay que hacer una distinción importante entre lo que conocemos como momias, y los cuerpos incorruptos. La momificación es un proceso, ya sea de modo premeditado mediante ciertas técnicas conocidas como embalsamamiento, o bien que se da de modo natural. Agentes tales como la humedad, la salinidad y la composición del suelo o del aire puede ser responsables de la momificación natural.
En el caso de las momias, la ciencia es perfectamente capaz de descubrir si su origen es natural o artificial, así como los procesos que tuvieron lugar en el cadáver. Pero en lo que se refiere a los cuerpos incorruptos, la cosa cambia.
Mientras que en la momificación los cuerpos se hallan rígidos y petrificados, en el cadáver incorrupto la flexibilidad sigue presente, incluso los órganos internos pueden aparecer blandos y suaves al tacto. Tampoco se han encontrado evidencias en estos extraños casos de que las condiciones ambientales ayudaran de alguna forma a preservar los tejidos. Y es más, algunas de estas personas sufrieron una muerte violenta o de algún tipo de enfermedad que debería haber acelerado la putrefacción.
El ejemplo más llamativo y famoso es el del cuerpo incorrupto de Santa Bernadette, la que siendo una niña fue “visitada” por la Virgen, dando lugar al fenómeno mediático de Lourdes, en Francia.
Aunque, como dije anteriormente, la ciencia no puede explicar del todo por qué un cadáver llega a conservarse en tan buen estado, el caso es que tarde o temprano acaba descomponiéndose. Prueba de ello es que a la mayor parte de estos cuerpos de santos se les ha aplicado algún tipo de técnica, ya sea cubrirlo con una capa de cera, o embalsamarlo, dado que se empezaban a dar muestras de deterioro.

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