jueves, 27 de enero de 2011

El halcón de Guiomar (cuento mío)




Guiomar tenía un halcón peregrino, volandero, de romance. Guiomar era alta, esbelta, rubia, de belleza goda y ojos grises. Gustaba de dar largos paseos por el bosque, despacio primero escuchando a los pájaros, y luego al llegar al soto poner el caballo al galope y sentir como que volaba, y el viento azotar todo su cuerpo. Cuando aminoraba el paso la blanca piel de su rostro había enrojecido, le latía el corazón con fuerza y pensaba que era feliz.
El halcón era aún joven y no tenía el plumaje entero.Comía de su mano trozos de carne cruda y sangrante y Guimar sonreía ala verle crecer y hacerse fuerte. El halconero le había hecho un guantelete para su pequeña mano y una capucha árabe pare el ave, y ésta ya se había acostumbrado a estar en la mano de su ama y soportaba el capuchón.
A Guiomar la sangre de la carne de conejo que goteaba de su mano le recordaba la que se deslizaba a lo largo de las picas donde estaban clavadas las cabezas que mandaba cortar su padre, y que veía cada vez que entraba en el castillo.Por esta causa no le amaba, y detestaba a sus caballeros, crueles e insensibles, cuya mayor felicidad era hacer la guerra, comer y beber hasta hartarse y solazarse con mujeres.
El halcón creció hermoso y fuerte, y era de plumaje brillante y perfecto, mejor no lo había. Aprendió a volar y hendía el cielo azul como una flecha. Guiomar lo seguía con la mirada, montada en su caballo, y el pájaro la quería y siempre se posaba con suavidad y precisión en la mano enguantada de cuero, esperando la caricia.
Un día que volaba alto divisó una tórtola y se lanzó en vertical sobre ella, golpeándola con las garras, y recogiéndola ya muerta y sangrante. La llevó a su ama, y su blanco brial se tiñó de rojo y tuvo en sus manos a la tórtola aún palpitante.
-¡Halconero, esto es horrible!. No puedo ver esta sangre.
-Señora, es un ave nacida para volar y cazar, y es de natural que lo haga.¿O pretendíais que os solazara con bellos cantos?. No es pájaro para estar en jaula y servir de consuelo a damas solitarias, sino digno de vos. Mirad qué alas, fuertes como el acero, qué garras, qué pico y qué ojos más brillantes e inteligentes. Es como el lobo, que mata porque es su instinto, pero no por eso es malo, ni es mala la tórtola por su suavidad. Así es porque así está hecho, y está bien hecho.
Nada dijo Guiomar, y miraba el pico y las garras ensangrentadas de su halcón con ojos nuevos, mientras le acariciaba y pensaba cuán necia era, pues su padre había tenido siempre halcones, que habían cazado y matado como todos los de su especie.Pero aquél era el suyo, el que había alimentado desde pequeño, y al seguir éste su instinto, ella se había sorprendido, y ahora estaba confusa.
Pero no dejó de amar al ave, y pronto se acostumbró a sus correrías y a oír sobre su cabeza el chasquido mortal que anunciaba que había capturado una presa.
-Las palomas son inocentes. Los hombres a los que mi padre corta la cabeza no lo sé. Todo es inevitable sangre derramada.
Y cuando pasaba delante de las picas ya no volvía con disgusto la cabeza, sino que le parecía algo natural, y ya no rehuía a los caballeros y los empezó a encontrar hermosos dentro de su rudeza, y pensaba cada vez con más agrado que pronto llegaría la hora de desposarse con uno de ellos.
La hora llegó, y la pidió en matrimonio uno de los más nobles, más batalladores y más sanguinarios de entre ellos.
Guiomar aceptó, y con gran pompa los casó un obispo en la capilla real. El templo estaba lleno de damas y caballeros, y la novia entró vestida con ricos ropajes adamascados y joyas, y llevaba el pelo rubio trenzado y adornado con perlas todo él.
Cuando se encontró sola en la cámara nupcial con su flamante esposo llevaba un camisón de seda, blanco como el brial del día en que su halcón cazó su primera presa. Recordó el incidente, la sangre y el horror que había sentiudo entonces, y pensó que la historia se repetía.
Volvió los ojos al caballero, y le vió anhelante, hermoso y fuerte, y en sus ojos reconoció la mirada de su halcón.
Entonces echó hacia atrás su rubia cabeza goda de cuya cabellera las damas habían quitado una a una las perlas, y rió, rió hasta que no pudo más y hasta que su caballero la cogió y la hizo callar con sus besos.

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