viernes, 18 de marzo de 2011

La alquimia



Profundamente enraizado en la conciencia colectiva histórica como sinónimo de magias e incluso brujerías, sus seguidores siempre han defendido la Alquimia como un arte que se mueve en los planos psicológicos, espiritual y material. Conocida desde la época de los faraones, la alquimia es el arte de transformar no sólo los elementos de la naturaleza, sino también las características psíquicas, físicas y energéticas del cuerpo humano.
Su etimología procede de Al-kimiyá, que significa “la sustancia” o “la piedra filosofal”, y es precisamente, ligado a este concepto, al del descubrimiento del secreto de la famosa piedra filosofal, a la que se liga toda la historia de la alquimia.
Fue en la tierra del Nilo, lugar simbólico del esoterismo, donde dicen se encuentra sus raíces, y donde adquirió su auge, extendiéndose por todo el mundo, y en el tiempo. Ya, Plinio el Viejo, en el siglo I, trató con detalle el tema del conocimiento del manejo de los metales, pero fue Zósimo de Panópolis, en el siglo IV, quien nos legó los más completos documentos alquimistas que se conocen. Fue él quien lo enraizó con antiguas leyendas, asegurando que sus conocimientos proceden de los mismos ángeles, quien un día bajaron a la Tierra seducidos por las mujeres, a quienes otorgaron facultades alquimistas, y quien dijo que el primer gran maestro alquimista fue Chemes.
A este misterioso personaje, del que no se ha podido determinar la veracidad de su existencia, se le atribuye la elaboración del Chema, un importante tratado para enseñar la alquimia, que más tarde los griegos acabarían por adoptar, y del que éstos derivaron el término “chemia”. Fue años después, cuando estos conocimientos pasaron a los árabes, cuando se le añadió el prefijo -al para terminar conociéndose tal arte como “al-chemia”.
Según las religiones y creencias, la alquimia puede tener diferentes orígenes, aunque sin embargo, todas encuentran características comunes, y, entre ellas, se asegura que los primeros alquimistas fueron mujeres, siendo la más conocida de ellas una tal María la Hebrea, a la que relacionan con Miriam, la hermana de Moisés, reconocida estudiosa de los temas esotéricos.
Sin embargo, aquellos conocimientos que perseguían la perfección del conocimiento, y la transformación no sólo de los elementos materiales naturales, sino de las características espirituales del cuerpo, eran contrarias a las creencias religiosas, y pronto comenzaron a ser perseguidos. Sus orígenes legendarios atribuido a la bajada de los ángeles para mezclarse con la raza humana, e incluso la traición divina de éstos que se atrevieron a revelar secretos prohibidos que los propios textos antiguos hacían “al hombre rivalizar con su Creador”, no hacían sino empeorar la situación de estos primeros siglos, y ayudaron a consolidar esa idea que relacionaba a la Alquimia con el Mal. Quizás de ahí se derive el emblema de la Alquimia, que representa, unidos, al árbol del conocimiento con la serpiente, animal bíblico que representa la traición y el mal.
En Egipto, Teófilo, arzobispo de Alejandría, persiguió a estos científicos. En el año 529 fue el emperador Justiniano quien ordenó la supresión de las enseñanzas de ciencias y filosofía, e incluso la ley de Teodosio abogó por la quema de los libros de alquimia.
Pero como decimos, y aunque todas convergen en un fin común, las diferentes creencias le han dado un origen diferente, y aunque la tradición marca la historia de los ángeles caídos como el punto de partida de la alquimia, otras historias hablan de Hermes Trimegisto (como fusión del antiguo dios egipcio Toth y el griego Hermes) como el auténtico transmisor del conocimiento, e incluso quien opina que sus comienzos fueron babilónicos, como muestran algunas campañas arqueológicas que se hicieron en la biblioteca real de Assurbanipal en Nínive.

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