miércoles, 18 de mayo de 2011
La estrella fugaz (cuento mío)
El viento helado soplaba con furia en la estepa y agitaba y hacía gemir las pieles de cordero de la yurta donde Yesugai Bagatir se moría.
Sus hijos Temujin, Kasar, Bektor y Belgutei y su mujer, Hulun, le rodeaban. Yesugai era ya viejo y su tiempo se había cumplido. Era el jefe del poderoso clan Borjigin, criadores de caballos. Gente arrogante y poderosa, no como las otras tribus, que se dedicaban al pastoreo de cabras y vacas.
Su abuelo había sido Kabul Jan, que había hostilizado las fronteras de China y se había hecho temer de este pueblo sedentario. Los días de gloria habían pasado, pero confiaba en que alguno de sus hijos resucitaría el esplendor perdido. Ahora tenían hermosos y resistentes caballos, pero también estaban rodeados de enemigos y vivían acosados.
Temujin miraba a su padre y pensaba que ahora pesaria sobre él la carga de la subsistencia de su tribu.
El viejo suspiró y se revolvió entre las pieles.
-Tiene frío- dijo Borte, la joven esposa de Temujin.
Los cuatro hermanos no dijeron nada. Permanecían en silencio, y sus rostros de altos pómulos y ojos oblicuos no expresaban ningún sentimiento. No sentían lástima por su padre. Había tenido una buena vida. De joven había cabalgado, hecho la guerra hasta hartarse, había tenido las mujeres que había querido y había vencido a sus enemigos. Se había hecho viejo y le llegaba la hora de morir. Y ellos estaban allí como buenos hijos.
Hacia frío. El viento había amainado algo pero las pieles seguían golpeteando monótonamente y Borte se esforzaba en encender fuego. Por fin lo consiguió, y la tienda olió a madera quemada y a sebo.
El viejo estaba quieto, pero aún respiraba.
Fuera se oyeron los cascos de un caballo, que se detuvieron delante de la entrada. Temujin se levantó. Era Togril, Jan de los keraítas y amigo de su padre. Se dirigió hacia el moribundo, se arrodilló a su lado y movió la cabeza.Luego se volvió a Temujin, como sucesor natural.
Se entendieron con una mirada.
Hulun había preparado té y todos sorbieron el caliente líquido sorbiendo ruidosamente.
Pasó el tiempo. Pronto amanecería.
Temujin se levantó de al lado de su padre y salió fuera de la tienda. El viento seguía soplando frío, y por oriente ya se divisaba una leve claridad. Levantó el rostro y vió el cielo estrellado. Desde niño le habían fascinado las estrellas, y sabía que unas parpadeaban más que otras, que las había azuladas, rojizas, y otras fijas y brillantes.No había luna, y el cielo se ofrecía en todo su esplendor. Olvidó a su padre que agonizaba dentro, el dolor que había sentido al ver a su madre enjugarse una lágrima y a su hermosa mujer, a quien amaba profundamente, pues solo hacía cinco lunas que estaban desposados. Se sintió como cuando era niño, y reconocía las constelaciones tantas veces observadas.
Entonces la vio. Sonrió en la oscuridad cuando una estrella cruzó velozmente de este a oeste el firmamento. Era un buen presagio. En la noche oscura los blancos dientes brillaban en su cara morena, pero nadie lo veía, y él no veía nada más que a sus estrellas. No oyó tampoco el relinchar de los caballos que se agitaban, ni los sollozos dentro de la tienda. Ni el ruido metálico de los cubiletes del té al caer al suelo.
-Conquistaré Samarcanda- pensaba. -Seré más grande que mi bisabuelo Kabul, seré el Jan más grande que haya existido. Y Togril y mis hermanos me ayudarán. Pero yo seré el jefe, y, ¡ay del que se me oponga!. Mi yurta será la más grande y hermosa y me sentaré sobre alfombras de Bujará. Bujará también será mía... Buscaré aliados y venceré a todos mis enemigos. Esta estrella me lo ha dicho.
-¡Temujin!
Era la voz de su madre. Llorosa, con reproche.
Volvió a la realidad.
Entró en la tienda y miró donde yacía, muerto, su padre. Fué a su lado y miró a su madre que lloraba.Le acarició la cara con el dorso de la mano.
-No llores, madre. Nuestro padre ha muerto en paz. Irá con nuestros antepasados. He visto su espíritu cruzar el cielo y me ha dicho que ahora yo soy el jefe. Y conquistaré un imperio.
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Yesugai Bagatir recibió los honores funerarios más solemnes concedidos a un jefe de tribu de su categoría.
Su hijo Temujin, con la ayuda de Togril, de sus hermanos y de otras tribus belicosas, fué sometiendo una a una a todas las tribus de Mongolia.
Entonces tomó el título de Jan, y fué conocido desde aquellos días con el nombre de Guinguis Jan. Sus conquistas cada vez fueron más rotundas y cumplió su sueño de entrar victorioso en Samarcanda, y en Bujará se sentó sobre alfombras de seda.
Murió peleando cuando ya tenía sesenta años, y toda su vida no fué más que una conquista a lomos de su caballo. Sobrevivió a su hijo mayor, Dietchi, pero otros le quedaban para conservar su imperio.
Nunca le falló su estrella, y sólo quedó un deseo insatisfecho, que consiguió su nieto Kublai: La conquista de China.
Pero fué suficjente para un hombre, y también para una estrella fugaz de una noche sin luna de helado viento, que hacía gemir y agitarse las pieles de la yurta donde agonizaba un viejo bagatir.
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