martes, 29 de noviembre de 2011
De cómo Rodrigo Díaz de Vivar, mas conocido como El Cid Campeador, fue aconsejado por su fiel mastín
Este es un cuento mío, que forma parte de un libro: "Perros y gatos en la Historia", del que he publicado aquí en mi blog varios capítulos, y que en su día ganó el primer premio en el concurso Majoral Lech Walter, de la ciudad de Perpignan , traducido al catalán.
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Mío Cid cabalgaba por la desolada estepa castellana. Era verano y el sol caía a plomo sobre el caballero, el caballo y el fiel mastín.
El viento sofocante levantaba una nube de polvo, que se mezclaba con el sudor que surcaba a ríos la cara hirsuta de Don Rodrigo. Sus mesnadas seguían a prudente distancia, pues aquel día Mío Cid estaba de un humor de todos los diablos.
-¡Pardiez!- dijo, secándose el sudor con el guantelete de malla, con lo que solo consiguió arañarse la cara. -¡Estoy de estepa castellana hasta el casco!¡Ya estoy harto de tanto polvo, tanto hierro y tanto sudor!.
-De mal talante andáis hoy, mi señor-dijo el fiel mastín Mirandolo, que gozaba de la confianza del caballero y podía permitirse libertades que a otros les hubieran costado la cabeza.-Ultimamente se os ve amargado.
-¡No es para menos, voto a bríos!. Llevo una temporada fatal. Primero, mis hijas se echan unos novios que no me gustan nada. Pero eso, dejémoslo pasar. Ya se sabe que las fembras tienen poco seso. Luego, ese pisaverde de Don Alfonso, en connivencia con la pécora de su hermana, a quien el nombre de Urraca viene como anillo al dedo, se carga a mi señor natural mientras hacía pis ante las murallas de Zamora; yo, que soy buen caballero, le exijo juramento de inocencia antes de jurarle fidelidad a él, y va y se amosca, ¡y tiene la osadía de llamarme "mal caballero probado"!. Me dolió eso más que el que me desterrase.¡Y para colmo, cuando fuí a dejar a mi esposa Jimena a buen recaudo en el monasterio de San Pedro de Cardeña, y hablaba con el rey Alfonso, tercia el abad, y, para hacerle la pelota al monarca,me hace quedar a mí en ridículo, ¡insinuando que era un cobarde, y que no me atrevía a ir a conquistar Cuenca!.
-Pero señor,-contestó el fiel mastín con un palmo de lengua fuera -vos os pasasteis un pelín, pues, no contento con mandarle al coro, le dijisteis que en sus tiempos de guerrero peleador solo corría ligero a la hora de batirse en retirada, y además le tirásteis con saña de las barbas...
-¡Era lo menos que se merecía...!
-Mas reconoced, mi señor, que la algarabía la armasteis vos, pues no puede decirse que entre vuestras virtudes brille la de la diplomacia...
-¿Qué quieres decir con eso?
-Mi señor, que yo estaba en el claustro de Cardeña, y oí todo lo que allí se dijo... que el rey, afable y de buen humor, ya pasado el berrinche de la jura, os propuso ir a ganar Cuenca a la morisma, y vos, que andábais todavía amoscado, pues los amoscamientos os duran, le contestásteis de muy descortés manera...
-¡Mirandolo, que te estás pasando...!!
- No os enfadéis, Mio Cid, que bien sabéis que de más de un mal paso os he sacado...
-Es verdad- gruñó el Cid, mientras trataba de sacarse una pulga de debajo de la cota de malla con el guantelete, sin éxito.
-¡Ah, maldita!¡Cuando te atrape, pagarás cara tu osadía!
-¿Me escucháis, señor?
-Sí, sí, prosigue...
-Pues como os iba diciendo, cuando el rey os propuso organizar la expedición, a vos no se os ocurrió otra cosa que decirle que, antes de emprender campañas contra la morisma, arreglase los asuntos de su reino, que los tenía muy embarullados...
-¡Es que es verdad!
-Mi señor, las verdades no siempre se pueden decir, y menos a vuesa manera...Y menos a los poderosos, cuando aquéllas no son halagadoras para éstos...Y además le dijisteis que aún no había calentado la corona con la cabeza.¡Qué horror!
Y el fiel mastín, a pesar del polvo, del sudor y del sol, se estremeció.
-Desde luego, el abad no estuvo de lo más acertado- prosiguió el can. -La verdad es que hizo la pelota al rey descaradamente.
-¡Claro!. Cuando le dije al rey que arreglase primero sus cosas, Don Bermudo va y salta con que, si no me atrevo a ir a Cuenca, me vaya a consolar a las faldas de Doña Jimena, que caballeros de sobra tiene el rey para tal empresa...¡Y luego empezó a pavonearse de que si él, en su juventud, había guerreado en mil batallas, engendrado mil caballeros, y que, si la ocasión se presentaba, trocaría la cogulla por la celada!¡Ja, ja, ja...!!
Y Don Rodrigo se puso a reír sardónicamente.
-Sí, la verdad es que estuvo muy fantasmón, señor, pero vos lo cogisteis por las barbas y os pusisteis a zarandearle como si fuera una gavilla de trigo, y está feo hacer eso con los abades...Todos los monjes, al griterío que armásteis vos, el abad y el rey, que trataba de poner orden, salieron al claustro y no se perdieron nada de lo que allí sucedió...Por cierto, que más de uno se tapaba la cara con la manga del hábito,o se volvía de espaldas para no delatar su regocijo...Señor, no es raro que las cosas os salgan torcidas. Os habéis indispuesto con dos de los poderes fácticos más poderosos, la aristocracia y el clero, y eso es peligrosísimo...
-Estoy de acuerdo con Mirandolo-habló por primera vez Babieca, que trotaba en silencio.-Creo mi señor, que debéis alejaros una temporada de la Corte e ir a guerrear contra los sarracenos, o con ellos, que, ¡voto a tal!¡pagan mejor que los cristianos, y no huelen tan mal!.
-Babieca, mi fiel caballo, ultimamente estás orientalizándote mucho...¿No será porque le tiras los tejos a la yegua árabe de Don Pero Pérez?
-¡Oh, mi señor!- dijo Babieca sacando los dientes y sonrojándose hasta el punto en que un caballo es capaz de hacerlo.-Esa yegua no me hace caso...Prefiere al alazán de Doña Urraca.
-¡Pues sí que va a emparentar con gentuza!. -Babieca, te aconsejo que la olvides...Esa yegua me parece un poco ligera de cascos.
-¡Ah, señor! ¡Si la vierais galopar con las crines al viento!¡Cuán bella es!. A vos bien os gustan las fermosas damas, ¿no es cierto?. Y, por lo que se cuenta en las cuadras,sabéis también apreciar una hermosa cabellera pelirroja...¿no es cierto?- dijo Babieca, y su dentadura parecía ya el teclado de un clavicordio.
-¡Babieca, no te tolero estas comparaciones!¡Si no me hubieras tú también salvado la vida en más de una ocasión, ahora mismo sacaría la fusta y la probaría sobre tus lomos!
-Perdón, Mío Cid. dijo el caballo, arrepentido y volviendo a su mutismo.
Entretando, el ardiente sol estaba ya en su nadir, a punto de acultarse tras el horizonte. Mío Cid hizo una seña a sus mesnadas , que se aprestaron a dirigirse a un soto que se veía a lo lejos para prepararse a pasar la noche.
Cuando llegaron, Don Rodrigo descabalgó, ordenando a su escudero que desensillase a Babieca y le llevara a beber. Las mesnadas ya se habían arrojado de cabeza al río para refrescarse.
Después de frugal colación se dispusieron todos, hombres y animales, a descansar, pues la jornada había sido dura.Las estrellas ya brillaban en el firmamento.
Mío Cid, más calmado después de haberse quitado el yelmo,los guanteletes, la cota de malla y todo el hierro que llevaba encima, y haberse lavado la cara en el río, que a más no llegaba su amor al agua, se dirigió seguido de Mirandolo adonde estaba Babieca, acongojado por haber incurrido en el disfavor de su amado amo. Éste, que vió su pesar, se acercó a él y lo palmeó, condeciéndole su perdón,
-Gracias, mi señor. Sois muy bondadoso.Perdonad mi osadía, No se repetirá. Si lo deseáis, podeis apoyar la cabeza en mi flanco para dormir.
-Sí, mi buen Babieca.Haremos intercambio de pulgas. ¿Cómo andas tú de ellas?
-Tengo algunas, señor. Pocas pero pertinaces.
-Y tú, mi fiel mastín, ven a mi lado.
El fiel mastín también tenía problemas de desparasitación. En estos momentos se estaba rascando la oreja derecha con la pata trasera del mismo lado, y a continuación empezó a hacer lo mismo con el lado izquierdo.
-Ven, Mirandolo. Veré si te encuentro algunas.
Mío Cid se puso en cuclillas, y, a la luz de un fuego de campaña, fue cazando algunas de las pulgas que molestaban al can.
-¡Qué vida esta!- decía el fiel perro con la cabeza gacha, mientras el caballero iba por una que corría por el cogote. -¡Toda la vida de aquí para allá, guerreando contra la morisma, desterrados por reyes indignados y aguantando a abades presumidos!.Menos mal que vos, aunque tengáis poco trato social, sois buen amo. Babieca y yo somos afortunados.
Un relincho aprobatorio dio a entender que el corcel estaba de acuerdo.
-Bien, amigos míos,- les dijo el Cid. -Durmamos ahora y descansemos nuestros huesos. Mañana nos pondremos de nuevo en camino. Se me ha ocurrido una idea para sacarles unos maravedíes a unos judíos...
¡Ay, señor!-suspiraron a la vez Babieca y Mirandolo.
Al cabo de un rato, los tres dormían a la luz de las estrellas.
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