Hoy en día el traje de baño se ha convertido en una pieza de ropa más de nuestro armario. Sin embargo, el bañador es una prenda relativamente moderna. Durante el siglo XIX, los médicos solían aconsejar a sus pacientes la conveniencia de los baños, tanto en balnearios como en el mar, debido a sus propiedades terapéuticas. Pronto se le empezaron a atribuir efectos que ayudaban a curar la depresión, la meningitis e incluso los males de amor. Por ello, los europeos empezaron a llenar las playas de manera masiva. Así, se hizo preciso desarrollar una prenda específica para una actividad que por entonces, estaba a medio caballo entre lo terapéutico y lo lúdico.
En cuanto a los bañadores femeninos, en un principio siguieron las mismas líneas que los trajes de calle. Estamos hablando de un complicado atuendo, una especie de vestido de franela, con corpiño ajustado y cuello alto. Las mangas llegaban hasta los codos y la falda cubría las rodillas. Debajo de este primitivo traje de baño, se vestían los pololos y las medias.
A partir de 1880 se generalizó el uso de la llamada “máquina de baño“: artefacto que se adentraba en el mar con la mujer dentro. Allí tenía lugar el cambio de ropa.
Poco tiempo antes de que diese comienzo la Primera Guerra Mundial, se puso de moda el bañador de una sola pieza, más parecido al que conocemos hoy en día. Éste, aunque ceñido, también tenía mangas, falda y llegaba hasta las rodillas. Este bañador daría lugar al famoso dos piezas (1930), sin espalda y con unos tirantes muy finos.
Hubo que esperar hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial para asistir a un cambio radical en cuanto a la moda de baño se refiere. En 1946, el diseñador Louis Réard preparaba en su taller un desfile de modelos en el que se iba a presentar una gran novedad: el bikini. Por aquel entonces, en los medios de comunicación se sucedían noticias que hacían alusión a pruebas nucleares en las islas Bikini, en el Pacífico. Como ninguna modelo quiso desfilar con aquella prenda tan controvertida y tan falta de ética y moral, Réard convocó a Micheline Bernardini, bailarina profesional del Casino de París. Cuando la señorita Bernardini probó el nuevo diseño, declaró: “Señor Réard, su bañador va a ser más explosivo que la bomba de Bikini”. Y así fue como fue bautizada la prenda más controvertida de todos los tiempos.
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