A pesar de ser asidua en multitud de largometrajes y telefilmes norteamericanos, en España la silla eléctrica no es un método que se use para castigar a los criminales, entre otros casos, porque en nuestro país ni está vigente la pena de muerte.
Hay quienes le han atribuido la invención de la terrorífica silla eléctrica a Thomas A. Edison. Sin embargo, el verdadero artífice de tal invento no fue Edison sino uno de sus empleados. Aunque fue uno de los métodos más empleados para ajusticiar en los EEUU, en la actualidad ha ido cediendo espacio y protagonismo a otros sistemas que se presumen menos dolorosos, como, por ejemplo, la inyección letal.
Hasta 1886, el sistema más empleado para condenar a los criminales era la horca. Fue entonces cuando se le encargó a Harold P. Brown el desarrollo de un sistema de electrocución para deshacerse y ejecutar a los reos.
La elección del sistema de Brown basado en la corriente continua podía dañar la imagen de Edison y de su empresa pues los consumidores no querrían tener en casa ese tipo de corriente que se había convertido en un arma letal. Es por esto que Edison lo retó a desarrollar un método que se basase en la corriente alterna, empleada por su gran rival Nikola Tesla.
De esta manera, Brown centró sus esfuerzos en demostrar que la corriente alterna era la opción ideal para las ejecuciones. La empresa dirigida por Edison no veía afectada su imagen y, al mismo tiempo, se lucraba de los beneficios del invento.
En el año 1888 y, con el fin de probar el invento mortal, Brown ejecutó a muchos animales en los laboratorios de la compañía de Edison. Muchas de estas pruebas se efectuaron en presencia de la prensa. Es por ello que se recuerda especialmente el sacrificio de Topsy, un hermoso y majestuoso elefante de circo.
William Kemmler fue la primera víctima humana de la silla eléctrica. Kemmler estaba acusado y condenado a pena de muerte por haber matado a su amante con un hacha. Uno de los periodistas que asistieron a aquella primera ejecución en agosto de 1890 afirmaba: “Era un espectáculo horrible, mucho peor que el ahorcamiento”.
A los condenados se les colocaban dos electrodos: uno en la cabeza y el otro en una pierna. Se aplicaban dos mil voltios en dos choques: en el primero se dejaba al preso inconsciente y con el segundo se rompía la resistencia de la piel. Después, un médico debía certificar la muerte. Hoy en día, tan sólo unos cuantos estados norteamericanos mantienen la silla eléctrica: Alabama, Florida, Carolina del Sur, Tenessee o Virginia.
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