sábado, 4 de febrero de 2012

¡Pero qué bonitas son las canciones revolucionarias!


Sean de la revolución que sean: la española, la mejicana, la cubana, la francesa, la sandinista...son las que más me gustan y me llegan al corazón.
Mi padre, cuando yo era chiquita, me cantaba para dormirme sus canciones, que eran las de los fascistas españoles e italianos, y yo me las sabía de memoria. Pero luego descubrí las del otro bando, y me gustaron aún más si cabe.
En mi vida ha existido siempre este desgarro, esta esquizofrenia. Tuve unos padres falangistas, una educación católica a machamartillo, pero a mí me gustaba más lo otro.
Nunca amé lo que me enseñaron. Siempre soñé hacer lo contrario. No sé por qué, pero lo prohibido tenía un atractivo muy poderoso.
Cuando salí del colegio hice una introspección a fondo. Me autoanalicé. Mis creencias, mis obras, mi vida. Y lo que vi no me gustó nada. Y decidí cambiar, sin encomendarme a Dios ni al diablo. Y no me arrepiento. Hice a destiempo lo que no me dejaron hacer en su tiempo. Pero lo hice, y bien.
Puedo morir tranquila. Mi vida no ha sido fácil, aunque casi todo el mundo lo crea. Lo he pasado muy mal y muy bien. Nunca fuí de centros. Los extremos, por lo visto, son mi destino. No me importa como me juzgue la gente. Me basta con mi propio juicio, que será siempre el más severo. A mí no se me conoce ni a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera.

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