jueves, 8 de marzo de 2012

Romance del Duque de Palmatoria.-Por Sandro Fantini
































  1. ROMANCE DEL DUQUE

    Así recitó el juglar
    a muchedumbre embobada:

    Era un joven que metía
    las pelotas por la escuadra
    y, de pronto, llegó a Duque
    al casar con una infanta:
    braguetazo, que le dicen
    por tierras de Salamanca,
    braguetazu, en les Asturies
    y pelotazo en Granada.
    Al entrar en la nobleza,
    ya Duque de Candelaria,
    se creyó con la licencia
    del derecho de pernada
    y se vió como intocable
    por Realeza de España.
    Vino a proponer negocios
    a diversos Reyes Taifas
    que juegan con el erario
    como bien les viene en gana;
    pues es dinero de nadie
    y revierte en quien lo apaña.
    Presidentes de segunda,
    que aparentan Reyes Taifas,
    se embobaron con el “Yerno”
    y prepararon pitanza
    para que comiese el Duque
    cuanto le diese la gana
    y el Duque, más que comer,
    ciertamente devoraba
    con apetito insaciable;
    le gustaba la pitanza.
    Asunto fue de millones
    los contratos que firmaran
    y, por si acaso, el Gran Duque
    adelantados cobraba;
    no fuese que de proyectos
    quedasen humos de paja.
    Asunto fue de millones
    los contratos que firmaran
    y cual lluvia, en gota fría,
    a la Nóos inundaban;
    eran ganancias muy sucias
    y preciso blanquearlas.
    Así fue montando empresas
    (lavadoras las llamaba)
    el prelavado en Aizoon;
    en Belice se lavaban;
    el centrifugado en Londres
    y, una vez blanqueadas,
    retornaban abundantes
    para comprar nuevas casas
    y un palacete en Pedralbes,
    reformado con tal gracia
    que ha llegado a real palacio
    para orgullo de la Infanta.

    Al Duque de Palmatoria,
    a más de plebeya plaga
    que le servía de apaño
    para camuflar ganancias,
    le han cogido, por la noche,
    una patrulla de guardias
    que vigilando honradez
    encontraron la mangancia.
    Con las alforjas repletas
    a Diego Torres pillaban,
    acompañado de esposa
    y de un cuñado por banda:
    por estribor iba Marcos,
    Miguel por babor andaba.
    Estos cuatro mochileros
    los millones transportaban
    y usaban las lavadoras
    con tal salero y tal gracia
    que hacían de sucios euros
    unas monedas honradas.
    El juez dice “trapicheo”;
    “gran robo” el fiscal la llama
    a la fortuna del Duque:
    la Empresa que no lucraba
    y, sin embargo, lucró
    millones de euros a manta.
    Los impuestos en Belice
    se extinguían en la nada
    y todo era beneficio,
    y todo era ganancia,
    pues pagaba las facturas
    que él mismo se cobraba.
    Con más arte que Paesa,
    el Duque de Candelaria
    amasaba una fortuna
    así, sin más, por la cara
    que tiene de hombre buenazo
    y de marido de Infanta.
    Si en Nóos hubo trapicheos,
    el Duque no sabe nada,
    que Nóos está en Barcelona
    y él residía en las Babias.
    Así se escribe la historia:
    unos pierden, otros ganan;
    aquí perdió el pueblo entero
    y ganó el Duque de Palma.
    Ahora corresponde al juez
    analizar bien la causa
    y demostrar que es verdad
    que, quien la hace, la paga.
    Debe el juez recuperar
    el total de la mangancia,
    subastar el palacete
    y ofrecerle larga estancia,
    en Soto del Real, al Duque
    y a sus amigos comparsas.

    Así terminó el Juglar
    de relatar las hazañas
    del “yernísimo de Rey
    y noble Duque de Palma”,
    que ordeñaba los millones
    que nos faltan en la vaca.

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