viernes, 24 de agosto de 2012
Ivan IV el Terrible
La historia de los zares de Rusia comenzó, tristemente, por uno de sus más oscuros episodios, el reinado de terror y crueldad perpetrado por Iván IV, también conocido como El Terrible. Aunque de joven había dado algún que otro signo de crueldad lanzando animales desde lo alto de las murallas del Kremlin, y el posterior asesinato de algún que otro enemigo, no fueron nada en comparación con lo que vendría después.
Durante una época en la que España ampliaba sus horizontes tras el descubrimiento de América, y los ejércitos comandados por Carlos V y Felipe II extendían el dominio europeo, la Madre Rusia avanzaba hacia una era de terror sin precedentes. Y así como el oro propiciaba la prosperidad en occidente, el mercurio sumía a la aislada Rusia en uno de sus peores episodios históricos.
Se cuenta que Iván Vasilievich, hijo de Basilio III, nació con dos dientes, aunque tardó casi cincuenta años en desarrollar toda la dentadura. Ante esta condición, se llegó a decir que uno de sus dientes destrozaría el kanato Kazán, y que el otro seguramente, destruiría a los propios rusos (y ambas profecías se cumplieron).
Aunque durante su vida tuvo ocasión de acumular una gran cantidad de odio, sobre todo contra los Boyardos (la nobleza rusa), responsables del envenenamiento de su madre, lo que marcó su reinado fue la misma locura en forma de brotes de crueldad, euforia y terribles depresiones. Incluso fue responsable de la muerte de su propio hijo, Iván Ivanovich, al que mató de un golpe de bastón en la cabeza, en uno de sus frecuentes accesos de ira.
Durante el último día de su vida Iván estaba inusualmente lúcido, se levantó temprano, desayunó copiosamente y tras conversar con sus criados, se dispuso a jugar una partida de ajedrez. Pero antes de que pudiera mover la primera ficha, sufrió una última convulsión y cayó al suelo antes de morir.
Hoy en día podemos dar una explicación médica y química sobre el comportamiento del primer zar de Rusia y hablar de una enfermedad mental provocada por la intoxicación por mercurio. Cuando se tomó el cráneo del zar para hacer una reconstrucción facial, los científicos encontraron las inconfundibles marcas que provoca la sífilis en los huesos. El tratamiento para esta enfermedad en el siglo XVI no era otro que el suministrar mercurio en abundantes dosis, que provoca graves daños en el cerebro y predispone a alteraciones violentas en el carácter, así como depresión y accesos de furia.
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