domingo, 12 de agosto de 2012
Tal para cual
Julio Ortega
Dice hoy Vargas Llosa en El País: "Hay que amar los toros y no odiarlos, pues el odio obnubila la razón y estraga la sensibilidad. Los aficionados amamos profundamente a los toros bravos y no queremos que se evaporen de la faz de la tierra".
Una mente retorcida puede idear muchas maneras de justificar un crimen, pero ninguna me produce tanto asco como aquella que viste de amor el ensañamiento, jurando ante la víctima que la están matando por su bien.
Por esta regla de tres, los torturados deberían amar a sus torturadores, que tanto tiempo les dedicaron. Ya dice el refrán que no hay mayor desprecio que el no hacer aprecio; pues bien, los torturadores no desprecian nada a sus víctimas, porque ¡ hay que ver el caso que les hacen !. ¿Qué pensarán de esto los judíos torturados en los campos ,los que queden o sus descendientes, y todos los martirizados del mundo?
Que gran ejemplo de justicia del destino sería que este hombre recibiese una lección de amor similar, pero sin llegar a morir. Le necesitamos vivo para recordarle cada día durante el resto de su existencia, que su tortura fue un acto del más profundo cariño y respeto.
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