domingo, 30 de septiembre de 2012

El caballero (cuento mío)

Erase una vez un rubio caballero celta  que llevaba consigo un dragón. Nadie lo veía sino él, y el monstruo le atormentaba sin cesar. Cuando ya no podía más, el caballero desenvainaba su espada y cortaba una de las cabezas de su enemigo, pero inmediatamente le salía otra en otra parte.

Era un hombre pobre y de noble sangre, que vivía al lado de un bosque y junto a un río con su mujer y su único hijo, un muchacho rubio de quince años.

Un día no pudo más y fué a ver al druida de su aldea. Lo encontró junto al muérdago sagrado.

-No puedo librarme de mi dragón, que me atormenta sin cesar.
-No puedes matarlo con tu espada.
-Ya lo sé.
-Deja tu casa, tu mujer y tu hijo y busca.
-¿Qué debo buscar?
-Eso no te lo puedo decir yo. Solo tu mismo puedes responderte.

El caballero preparó su viaje. Se puso su mejor cota y su pelliza más caliente, y en la cabeza el casco que tantas veces le había salvado la vida en la batalla. Partió en su mejor caballo, dejando a su mujer, a su hijo y a su casa junto al río.

Tenía una idea vaga de lo que debía encontrar pero no estaba seguro. Decidió que los acontecimientos marcarían su andadura. El dragón iba con él, atormentándole, y nadie lo veía.

Llegó junto al mar gris, que rugía allá abajo, estrellándose al pie del acantilado. El cielo era gris como los ojos del caballero, y el viento le traía gotas que arrancaba de las olas y que se posaban, frías y saladas, en su rostro y barba. Miró al mar intranquilo e incesante y se dijo:
- Así está mi corazón.

Y siguió su camino.

Llegó a un bosque de hayas , que son los bosques de las hadas. Estaba tan silencioso que no se oía ni un pájaro, solo los cascos de su caballo hacían un ruido sordo al pisar sobre las hojas secas y húmedas. Miró hacia arriba y vió las copas de los árboles aún con hojas, doradas, y un rayo de sol que se filtraba a través de ellas entre las nubes. Se detuvo escuchando el silencio, y hasta su dragón pareció no estar allí por un momento. Echó pie a tierra en aquel lugar para descansar un rato. Su caballo mordisqueaba hierba verde y jugosa y el caballero se sentó al pie de un árbol sobre la espesa capa de hojas secas.  Se quitó el casco, se desabrochó la pelliza y suspiró.

Quiso dormir un poco, pero el dragón no le dejaba tener paz. Resignado, cerró los ojos y escuchó.

Oyó venir al viento que agitó suavemente las ramas más altas  de las hayas, y las hojas se movieron y al caballero le pareció que eran las hadas quienes las movían.

Estuvo así un rato, hasta que oyó otro ruido. Al principio le pareció el viento lejos, pero luego advirtió que se trataba de un caballo que se acercaba.

Luego lo vio. Era un caballero que venía hacie él, armado con una lanza. Se levantó y llevó su mano al pomo de su espada.

El otro ya estaba muy cerca. Iba con peto y cota de malla y armado de punta en blanco
.
El celta le miró con sus ojos grises y vió que el jinete era un hombre moreno de negra barba, quien le saludó cortésmente con una inclinación de cabeza. Llevaba una cruz en el pecho.

-Nuestro Señor os guarde, noble caballero.

El celta respondió a su vez y ayudó a descabalgar al inesperado compañero.

-Vengo de Britania, no puedo decir a nadie mi nombre hasta que haya recuperado mi honor y voy en busca del Santo Grial., el cáliz de Jesucristo Nuestro Señor. Solo lo hallaré cuando haya encontrado lo que busco, me haya purificado y sea digno de ello.

-Lo mismo que me dijo el druida- dijo para sí el caballero  de nuestra historia, pero luego recordó que nadie le había dicho eso.

-¿Cómo decís? ¿Vos también buscáis el Grial?

- No, yo solo debo matar un dragón, pero aún no sé cómo.

-Si puedo ayudaros, contad con mi brazo.

-Debo hacerlo solo.

El britano asintió y quedó silencioso.

Ambos hombres comieron juntos repartiéndose sus provisiones como mandan las reglas de la caballería y de la buena crianza.

Luego se despidieron con un abrazo, y el britano partió con su lanza y su cruz y el caballero celta montó de nuevo a través del bosque de hayas . Después atravesó otro de abetos, oscuro y lleno de ruidos, y el dragón iba con él.

No descabalgaba más que para comer y dormir un poco, y luego proseguía su camino hacia no sabía dónde, buscando no sabía qué.



Nadie sabe si el caballero logró matar a su dragón o fué devorado por él. Ni si volvió a su casa junto al río y al lado del bosque.

Solo lo sabe el viento que mueve las hojas de los árboles y el mar que no cesa, porque para ellos no existe el tiempo.

1 comentario:

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