Mi primo Carlos parecía un Cristo venteañero, con su pelo largo y oscuro, su tez blanca y sus ojos azules. Murió después de tres intentonas. En la primera, quiso suicidarse prendiendo fuego a su habitación, pero no salió bien porque su familia vió el humo y olió a quemado, derribaron la puerta y lo sacaron. La segunda intentó estrellarse con un coche contra un árbol, pero aunque el coche quedó destrozado él no se llevó ni un rasguño. La tercera fué la vencida. Antes de acostarse se tomó todas las pastillas antidepresivas, tranquilizantes y somniferos que tenía en la mesilla de noche.. A la mañana siguiente lo encontraron muerto y frío en su cama. Sus padres dijeron que había sido que se había tomado la medicación de la noche dos veces, pero no me lo creí, porque eso no basta ni mucho menos para morirse. Y no comprendo por qué la gente se escandaliza de sus parientes suicidas. Si para Carlos la vida era insoportable, era su vida y podía hacer con ella lo que quisiera.
Espero que esto no lo lean mis familiares, no quisiera hacerles daño o que se enfadasen conmigo.
Pero es que he pensado mucho en Carlos. Lo conocí en Sevilla, en casa de la abuela, y me impresionó su rostro de joven triste y bueno, como un Cristo veinteañero.
La enfermedad y la droga se lo llevaron por delante. Nuestra generación ha sido muy conflictiva, no así la de nuestros padres, que eran todos sanísimos. Pobre Carlos, vivió poco y mal. Sus hermanos fueron saliendo, y yo dando tumbos. Nunca probé drogas, pero siempre estuve un poco pirada.
Carlos, pienso mucho en tí. Ojalá descanses en paz, tu hiciste lo que podías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario