Los reyes, en una imagen de archivo (I. C.)
"Enero de 1976. la Reina Sofía se dispone a dar una sorpresa a su marido, de caza en una finca de Toledo, apenas a hora y media de Madrid, y lo hace acompañada de sus tres hijos". Todos ellos llegan a la casa-palacio en la que se aloja el rey, un edificio cuya fachada aparecía ante sus ojos con las ventanas y persianas cerradas, mientras el inseparable perro de don Juan Carlos merodeaba por los alrededores. El dueño de la casona intenta impedirle el paso y tartamudea dubitativo ante las preguntas de la reina, que impulsiva abre la puerta de la habitación. "La sorpresa se la llevó la propia Sofía, que a partir de ese momento ve cómo todo su mundo se desmorona y se sabe traicionada por el hombre del que estaba ciegamente enamorada".
Éste es, tan sólo, uno de los pasajes, quizá el más impactante, del nuevo libro de Pilar Eyre, La soledad de la reina. Una obra que ha puesto patas arriba el Palacio de la Zarzuela, tocado ya de por sí por los últimos escándalos que afectan al duque de Palma, Iñaki Urdangarín. Eyre profundiza en su último libro en la personalidad de la reina Sofía y la presenta como una mujer sufrida y frágil, a quien su madre obligaba a perder peso, que se enamoró de Harald de Noruega, con el que estuvo a punto de casarse, y que presenciaba, con impotencia, cómo su marido reía y bailaba con amigas y exnovias varias.
Las otras sorpresas de la reina
Tras ese episodio, los reyes dejaron de compartir lecho y dormitorio, incluso planta del palacio. No era la primera vez que el rey "olía a tabaco, un poco a colonia, a licor fuerte, a cuero y a otra cosa más indefinible. ¿Cigarrillos perfumados, un algo fenenino?". Tampoco sería la última. En otra ocasión, el rey ya estaba al tanto de la inminente llegada de su esposa al hotel de Granada en el que se alojaba. El alcalde del municipio, Kikín, fue el encargado de ponerlo sobre aviso. "Cuando el coche de doña Sofía atravesaba la ciudad camino de Loja, lo vio sentado en el comedor privado tomando una copa".
Fue precisamente el regidor de la localidad el que ocupó el sitio de la dama que en ese momento acompañaba al monarca. Cuando la reina Sofía entró, don Juan Carlos "fingió disimular un bostezo y exclamó: 'Tú por aquí, Sofi! ¡Vaya sorpresa más cojonuda!', mientras le guiñaba un ojo al apurado Kikín, no repuesto del susto". El libro desgrana, además, que la simple insinuación de la relación amistosa del rey con mujeres turbaba a doña Sofía, quien con el tiempo, y con los consejos de su madre, la reina Federica de Grecia, su suegra, doña María, y la abuela de su marido, la reina Victoria Eugenia, asumió que los españoles eran "muy malos maridos, y los Borbones ni te cuento", tal y como le repetía esta última.
Pilar Eyre va más allá, y se atreve a afirmar que, tras la muerte de Franco, a don Juan Carlos "se le ofrecían todas", unas 1.500 concretamente, bromea, haciendo hincapié, eso sí, en que un rey "está mucho más expuesto que cualquiera de nosotros a asedios y propuestas, Lo tenía muy fácil, la corona impresiona con su brillo", señala.
El rey, dirigiéndose al pueblo el 23-F |
Las otras sorpresas de la reina
Tras ese episodio, los reyes dejaron de compartir lecho y dormitorio, incluso planta del palacio. No era la primera vez que el rey "olía a tabaco, un poco a colonia, a licor fuerte, a cuero y a otra cosa más indefinible. ¿Cigarrillos perfumados, un algo fenenino?". Tampoco sería la última. En otra ocasión, el rey ya estaba al tanto de la inminente llegada de su esposa al hotel de Granada en el que se alojaba. El alcalde del municipio, Kikín, fue el encargado de ponerlo sobre aviso. "Cuando el coche de doña Sofía atravesaba la ciudad camino de Loja, lo vio sentado en el comedor privado tomando una copa".
Fue precisamente el regidor de la localidad el que ocupó el sitio de la dama que en ese momento acompañaba al monarca. Cuando la reina Sofía entró, don Juan Carlos "fingió disimular un bostezo y exclamó: 'Tú por aquí, Sofi! ¡Vaya sorpresa más cojonuda!', mientras le guiñaba un ojo al apurado Kikín, no repuesto del susto". El libro desgrana, además, que la simple insinuación de la relación amistosa del rey con mujeres turbaba a doña Sofía, quien con el tiempo, y con los consejos de su madre, la reina Federica de Grecia, su suegra, doña María, y la abuela de su marido, la reina Victoria Eugenia, asumió que los españoles eran "muy malos maridos, y los Borbones ni te cuento", tal y como le repetía esta última.
Pilar Eyre va más allá, y se atreve a afirmar que, tras la muerte de Franco, a don Juan Carlos "se le ofrecían todas", unas 1.500 concretamente, bromea, haciendo hincapié, eso sí, en que un rey "está mucho más expuesto que cualquiera de nosotros a asedios y propuestas, Lo tenía muy fácil, la corona impresiona con su brillo", señala.
"Enero de 1976.La Reina Sofía se dispone a dar una sorpresa a su marido, de caza en una finca de Toledo, apenas a hora y media de Madrid, y lo hace acompañada de sus tres hijos". Todos ellos llegan a la casa-palacio en la que se aloja el rey, un edificio cuya fachada aparecía ante sus ojos con las ventanas y persianas cerradas, mientras el inseparable perro de don Juan Carlos merodeaba por los alrededores. El dueño de la casona intenta impedirle el paso y tartamudea dubitativo ante las preguntas de la reina, que impulsiva abre la puerta de la habitación. "La sorpresa se la llevó la propia Sofía, que a partir de ese momento ve cómo todo su mundo se desmorona y se sabe traicionada por el hombre del que estaba ciegamente enamorada".
Éste es, tan sólo, uno de los pasajes, quizá el más impactante, del nuevo libro de Pilar Eyre, La soledad de la reina. Una obra que ha puesto patas arriba el Palacio de la Zarzuela, tocado ya de por sí por los últimos escándalos que afectan al duque de Palma, Iñaki Urdangarín. Eyre profundiza en su último libro en la personalidad de la reina Sofía y la presenta como una mujer sufrida y frágil, a quien su madre obligaba a perder peso, que se enamoró de Harald de Noruega, con el que estuvo a punto de casarse, y que presenciaba, con impotencia, cómo su marido reía y bailaba con amigas y exnovias varias.
Las otras sorpresas de la reina
Tras ese episodio, los reyes dejaron de compartir lecho y dormitorio, incluso planta del palacio. No era la primera vez que el rey "olía a tabaco, un poco a colonia, a licor fuerte, a cuero y a otra cosa más indefinible. ¿Cigarrillos perfumados, un algo fenenino?". Tampoco sería la última. En otra ocasión, el rey ya estaba al tanto de la inminente llegada de su esposa al hotel de Granada en el que se alojaba. El alcalde del municipio, Kikín, fue el encargado de ponerlo sobre aviso. "Cuando el coche de doña Sofía atravesaba la ciudad camino de Loja, lo vio sentado en el comedor privado tomando una copa".
Fue precisamente el regidor de la localidad el que ocupó el sitio de la dama que en ese momento acompañaba al monarca. Cuando la reina Sofía entró, don Juan Carlos "fingió disimular un bostezo y exclamó: 'Tú por aquí, Sofi! ¡Vaya sorpresa más cojonuda!', mientras le guiñaba un ojo al apurado Kikín, no repuesto del susto". El libro desgrana, además, que la simple insinuación de la relación amistosa del rey con mujeres turbaba a doña Sofía, quien con el tiempo, y con los consejos de su madre, la reina Federica de Grecia, su suegra, doña María, y la abuela de su marido, la reina Victoria Eugenia, asumió que los españoles eran "muy malos maridos, y los Borbones ni te cuento", tal y como le repetía esta última.
Pilar Eyre va más allá, y se atreve a afirmar que, tras la muerte de Franco, a don Juan Carlos "se le ofrecían todas", unas 1.500 concretamente, bromea, haciendo hincapié, eso sí, en que un rey "está mucho más expuesto que cualquiera de nosotros a asedios y propuestas, Lo tenía muy fácil, la corona impresiona con su brillo", señala.
Éste es, tan sólo, uno de los pasajes, quizá el más impactante, del nuevo libro de Pilar Eyre, La soledad de la reina. Una obra que ha puesto patas arriba el Palacio de la Zarzuela, tocado ya de por sí por los últimos escándalos que afectan al duque de Palma, Iñaki Urdangarín. Eyre profundiza en su último libro en la personalidad de la reina Sofía y la presenta como una mujer sufrida y frágil, a quien su madre obligaba a perder peso, que se enamoró de Harald de Noruega, con el que estuvo a punto de casarse, y que presenciaba, con impotencia, cómo su marido reía y bailaba con amigas y exnovias varias.
Las otras sorpresas de la reina
Tras ese episodio, los reyes dejaron de compartir lecho y dormitorio, incluso planta del palacio. No era la primera vez que el rey "olía a tabaco, un poco a colonia, a licor fuerte, a cuero y a otra cosa más indefinible. ¿Cigarrillos perfumados, un algo fenenino?". Tampoco sería la última. En otra ocasión, el rey ya estaba al tanto de la inminente llegada de su esposa al hotel de Granada en el que se alojaba. El alcalde del municipio, Kikín, fue el encargado de ponerlo sobre aviso. "Cuando el coche de doña Sofía atravesaba la ciudad camino de Loja, lo vio sentado en el comedor privado tomando una copa".
Fue precisamente el regidor de la localidad el que ocupó el sitio de la dama que en ese momento acompañaba al monarca. Cuando la reina Sofía entró, don Juan Carlos "fingió disimular un bostezo y exclamó: 'Tú por aquí, Sofi! ¡Vaya sorpresa más cojonuda!', mientras le guiñaba un ojo al apurado Kikín, no repuesto del susto". El libro desgrana, además, que la simple insinuación de la relación amistosa del rey con mujeres turbaba a doña Sofía, quien con el tiempo, y con los consejos de su madre, la reina Federica de Grecia, su suegra, doña María, y la abuela de su marido, la reina Victoria Eugenia, asumió que los españoles eran "muy malos maridos, y los Borbones ni te cuento", tal y como le repetía esta última.
Pilar Eyre va más allá, y se atreve a afirmar que, tras la muerte de Franco, a don Juan Carlos "se le ofrecían todas", unas 1.500 concretamente, bromea, haciendo hincapié, eso sí, en que un rey "está mucho más expuesto que cualquiera de nosotros a asedios y propuestas, Lo tenía muy fácil, la corona impresiona con su brillo", señala.
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