domingo, 13 de octubre de 2013

Una historia banal (cuento mío)


El hombre iba por la carretera con su camión, pensando en que últimamente las cosas no le iban bien. Su chica le había dejado, tenía problemas con su familia y su trabajo iba cada vez peor.
En estas reflexiones estaba, cuando un perro se le cruzó en el camino.
Se sobresaltó. No le gustaba atropellar animales, y había ahora tantos, abandonados o perdidos... y conejos que, de noche , se quedaban deslumbrados por los faros... Dió un frenazo , no pudo maniobrar más porque era una carretera de bastante tráfico. Oyó un aullido. Paró y se bajó del coche. El corazón le latía con fuerza.
 - ¡Qué cuadro me voy a encontrar!- pensó.
No le gustaba nada aquella situación, pero se sentía culpable. Estuvo un poco distraído.
Cuando lo vio, qué alivio. Estaba herido, pero  en una pata . Solo quedaria cojo. Nada de demasiado desagradable, nada de visión de animal destrozado. El perro le miraba, como diciendo: "-¿Cómo has podido ser tan torpe?". Era verdad aquello que decía su amiga del bar, que los animales tenían expresión. Ese perro le estaba mirando con auténtico reproche.
Lo cogió en brazos lo mejor que pudo, el otro gimiendo, y lo instaló a su lado en el suelo de la cabina. Ya llegaba a la ciudad, su ciudad.
-.Menos mal, se dijo para sus adentros. -que voy de vuelta y no de salida.
Allí había un guardia. Se paró a su lado.
-Por favor, ¿sabe si por aquí hay algún veterinario?
Había uno unas calles más abajo. Estaba teniendo suerte, después de todo, y, sin saber por qué, estaba contento.
-Tendría que estar furioso.Esto es un peñazo. Pero estoy la mar de alegre.¡Qué raras somos las personas!.
Nuestro camionero era un filósofo que se ignoraba.
Llegó a la consulta del veterinario, que estaba abierta.
Delante tenía una señora con un gato persa que padecía de estreñimiento.En estos sitios, uno se siente hermanado con el prójimo.
-¡Pobre animal!- dijo la señora, que olía a perfume francés e iba vestida de firma. -¿Qué le ha ocurrido?
-Pues mire usted, señora, que lo he atropellado con el camión.
-Le felicito. No todo el mundo hubiera hecho lo que usted. Gente así hace falta en el mundo, y todo iría mejor. Pues yo vengo con mi gata Chábeli, que hace cuatro días que no va de vientre. Estoy segura que tiene un empacho de pelos; estos gatos persas son un problema. Hay que cepillarlos a diario, y aún así, te cogen unos atascos de pelo que es algo terrible.
El hombre asentía, algo asombrado. Era su primera experiencia en la consulta de un veterinario. El conocía al de su pueblo, que se ocupaba de los partos de las vacas, yeguas, de castrar cerdos y cosas de tipo rural.
En aquel momento se abrió la puerta de la consulta, y un hombre y una mujer de  aspecto extranjero y visiblemente preocupados , sacaban en una gran cesta a un perro lanudo que estaba anestesiado y parecía haber sufrido una operación quirúrgica.
-Ahora me toca a mí- dijo la señora de la gata Chábeli. -Y después va usted.
El perro gemía suavemente debajo de la silla donde él estaba sentado.
A los diez minutos salió la señora, muy contenta, con la gata en brazos.
-Gracias, doctor, ahora mismo iré a comprarlo y se lo daré enseguida. -¡Adiós! -dijo dirigiéndose a nuestro héroe. -¡Que haya suerte!
El camionero entró con el perro en brazos. Explicó de nuevo lo sucedido. El veterinario lo reconoció, por si tenía alguna lesión interna. Parecia que solo la pata rota.
El animal se dejó curar gimiendo suavemente. El hombre se sintió casi en la obligación de acariciarle la cabeza mientras, como si fuese su amo.
-Tranquilo, tranquilo...-le iba diciendo. Y sintió no poder llamarle por ningún nombre.
Después de las curas, el veterinario le dió algunas recomendaciones, le extendió la receta de un antibiótico y le cobró la visita. El hombre lo encontró carísimo, pero no estaba arrepentido. El perro seguía mirándole,   y le dió la sensación de que le había adoptado, a él.
-Bueno, chaval, le dijo cuando estuvieron fuera. Me has costado sudores y dinero para que te deje por ahí. Además, debes ser un poco tonto si no sabes que los coches son peligrosos. Te volvería a pasar lo mismo.
Se lo llevó a su piso.
-Mañana le compraré una cesta como aquella que llevaba aquella pareja que había operado al perro- pensó. No vas a ser menos que esos perros y gatos tan señores. Esta noche dormirás al lado de mi cama, sobre una manta vieja.
Cuando se acostaron y el hombre apagó la luz, encendió un cigarrillo. Cada noche lo hacía antes de dormirse. Pensaba en el día transcurrido y ponía en orden sus ideas.
Dió una chupada al cigarro. Entonces sintió un suave peso hundir la cama a sus pies. Supo que era él, pero no lo echó. Dió otra calada y vió, a la escasa luz del pitillo, brillar unos ojos, fijos en él.
-He perdido una chica-, dijo en voz alta, pero he ganado un amigo. Tu no me dejarás nunca.
Y sonrió. Se sentía feliz y tranquilo. La vida no era tan mala. Te daba una de cal y otra de arena.
Mañana pensaría un nombre para él.

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