miércoles, 29 de junio de 2016

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ANÉCDOTAS DE PERSONAJES FAMOSOS



 
Isadora Duncan, la bailarina mundialmente famosa, falleció la noche del 14 de septiembre de 1927 cuando conducía su automóvil deportivo por una carretera costera en estado de ebriedad. La punta de un largo pañuelo que adornaba su cuello se atoró en una de las llantas y se ahorcó de un solo tirón.
 
El sabio renacentista Galileo Galilei (1564-1642) tenía su cátedra en la Universidad de Florencia. Todos sus compañeros vestían siempre una respetuosa toga negra. Él se negó a ponérsela aunque era preceptiva, por lo que estuvo a punto de ser expulsado. En su defensa alegó que no encontraba relación alguna entre la sabiduría y la indumentaria.
Nadie fue capaz de rebatir el argumento.
 
Jacinto Benavente, el gran dramaturgo, en una de sus tertulias del ateneo informó a sus amigos de la muerte de un escritor más o menos conocido:< /FONT >
- ¿De qué murió?- preguntaron.
Jacinto Benavente respondió:
- Jamás se supo de qué vivía, ¿cómo vamos a saber de qué se ha muerto?
 
En cierta ocasión Bertrand Russel estaba especulando sobre enunciados condicionales del tipo: "Si llueve las calles están mojadas" y afirmaba que de un enunciado falso se puede deducir cualquier cosa.
Estaba hablando con unos amigos (obviamente no matemáticos) y les dijo que él podría demostrar lo que le diese la gana si le dejasen aceptar como cierto que 1 + 1 = 1. 
Uno de sus amigos le dijo: "Vale, supón que 1+1=1 y demuestra que eres el Papa." 
A lo cual Russell contestó: "Mira, yo soy una persona y el Papa también es una persona; juntos, somos 1+1 personas, o sea, una persona, luego tenemos que ser la misma."
 
Al entregar para su publicación el manuscrito sobre el Origen de las especies, en el que Darwin había trabajado un cuarto de siglo, el renuente editor recibió este consejo de sus asesores científicos:
“Dígale al autor que se concentre en los gorriones. A todo el mundo le gustan.”
 
El escritor francés Víctor Hugo protagonizó, en 1862, una conocida e ingeniosa anécdota. En ese momento se encontraba de viaje y quería saber cómo marchaba la venta de su obra: Los Miserables.
Así que les envió una carta a sus editores Hurest & Blackett con el siguiente texto: “?”
Más tarde recibió la respuesta: “!”
 
Vincent Van Gogh (1853-1890), en las fases agudas de su locura, sólo podía conciliar el sueño si rociaba el colchón y la almohada con alcanfor. Sus ataques podían durar varios días, y en ellos solía recitar partes de la Biblia, dar sermones o comerse las pinturas de los pomos.
En una de sus crisis, tras haber discutido acaloradamente sobre pintura con Paul Gauguin, salió corriendo de la casa. Más tarde se cruzó con Gauguin en la calle. Van Gogh tenía un cuchillo en su mano. Gauguin lo vio y le gritó:
- ¡Vincent!
Éste se detuvo en el acto y se fue corriendo. Cuando Gauguin volvió a la casa que compartían en Arlés (Francia) se enteró que Van Gogh se había cortado una oreja.
 
Se dice que el matemático Karl F. Gauss (1777-1855) estaba un día tan concentrado en su trabajo que cuando le comunicaron que su esposa estaba a punto de morir, éste respondió:
- "Sí, sí, pero pídale que espere un momento hasta que acabe con esto".
 
Pitágoras, al descubrir el famoso teorema que lleva su nombre, ofreció a los dioses el sacrificio de cien bueyes. Algo que demuestra que los científicos y pensadores clásicos no debían de ser muy pobres.
 
Catalina II la Grande, esposa de Pedro III y zarina de todas las Rusias, gozaba en la época más activa de su vida de un promedio de seis relaciones sexuales al día. Según parece, se mantuvo virgen los ocho primeros años de su matrimonio debido a la fimosis que padecía su marido. Contó con veinte amantes oficiales, aunque en determinados momentos llegó a tener hasta ochenta. El 9 de julio de 1762 la Guardia Imperial derrocó a Pedro y colocó en su lugar a Catalina en el trono. El 17 de julio fue asesinado.
 
Mary Shelley, autora de la famosísima novela Frankenstein, se enamoró de Percy Bysshe Shelley, poeta inglés, convirtiéndose en su querida. Éste estaba casado con otra señora, la cual acabó suicidándose al saber de los amores de su marido.  Percy se casó con Mary. Shelley, se ahogó cerca de Italia y Mary exigió que abrieran el cadáver para sacarle el corazón. Solía viajar a todos lados con su macabra reliquia.
 
Johannes Kepler (1575-1630) tuvo en su vida un cúmulo de desgracias increíbles: Su madre murió en la cárcel acusada de brujería, y no murió en la hoguera gracias a su famoso hijo. Su primera esposa murió loca. Su segunda esposa le dio 7 hijos que murieron antes que él.
Estuvo muy perseguido: Los católicos lo perseguían porque era protestante y los protestantes, porque había vivido entre católicos.
Su fama y dinero se debieron por ser astrólogo, no por ser astrónomo.
 
Immanuel Kant (1724-1804) fue un hombre sobrio de costumbres, pacifista y antimilitarista. Soltero, dedicó su vida íntegramente al estudio y a la enseñanza. De su ciudad natal, Königsberg, sólo salió una vez y no fue lejos, ni por mucho tiempo.
 
En cierta ocasión, se le preguntó a San Agustín (354-430):
"¿Qué hacía Dios antes de que creara el Universo?".
San Agustín respondió que el tiempo era una propiedad del Universo que Dios había creado y que el tiempo no existía antes del principio del Universo.
 
El filósofo griego Diógenes de Sinope, el cínico (Sinope 404 a.C.-323 a.C.) fue el discípulo más célebre de Antístenes, fundador de la escuela cínica. Su filosofía se basa en la afirmación de que el sabio debe tender a librarse de los deseos y reducir al mínimo sus necesidades. Por ello, caminaba siempre descalzo, vestía una única capa y dormía en un tonel o en los pórticos de los templos.
Cierto día, Alejandro Magno (Macedonia 356 a.C.-Babilonia 323 a.C.) admirando su forma de vida le preguntó si deseaba algo que él pudiera concederle.
Diógenes le contestó: "Sí, que te apartes y no me quites el Sol".
En otra ocasión vio a un niño que bebía agua con las manos y dijo: "Este muchacho me ha enseñado que todavía tengo cosas superfluas" y entonces tiró la escudilla que usaba para beber.
Durante una lección de Zenón de Elea en la que negaba el movimiento, Diógenes se levantó y se puso a caminar.
Profesaba un desprecio tan grande por la humanidad, que en una ocasión apareció en pleno día con una linterna por las calles de Atenas diciendo: "Busco un hombre".
Los atenienses se burlaban de él, pero también le temían y respetaban.
 



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