jueves, 14 de diciembre de 2017

Historia de los musulmanes de España

Mezquita de Córdoba. El Mihrab
Llevo ya una temporada publicando en este mi blog, poco a poco, y demasiado espaciadamente para mi gusto, resúmenes de los dos libros del francés R.P. Dozy, el único historiador que ha estudiado en profundidad la historia de la España musulmana, despreciada en las escuelas y por muchos historiadores también. Y fue un periodo maravilloso de la historia de España, un tesoro maltratado que hace de la historia de este país nuestro tener un algo, un destello, una joya que no tiene la historia de ningun país europeo. Un encanto oriental y un encuentro entre culturas, la árabe, la cristiana y la judía, que a veces eran un encontronazo, pero que no se ha dado en ninguna otra parte y durante siete siglos, que no es poco.
Ahora voy a pasar a hablar de los vencidos, pues de los vencedores ya he hecho algo, muy poco por lo que falta. Madre mía, y en que follón me he metido...
He expuesto un trocito  de la historia  de las luchas entre árabes y berberiscos, cuento anécdotas increíbles y otras cosas diversas.
Pero ahora , antes de hablar de los de "la otra parte", quiero poner aquí un trozo de la vida del califa Abderrahman, el primero de este nombre y el primero de una dinastía que fue faro de cultura en la Europa medieval, oscura y siniestra.
La crueldad de Abderrahman era conocida, sobre todo contra los que se atrevían a desobedecer su autoridad. Pero sus hombres, acostumbrados a las batallas, no se dejaban intimidar fácilmente. Matari era un jefe yemenita de Niebla (precioso pueblo de Huelva ahora) . Una noche en que había bebido mucho y estaba bastante borracho, en un momento en que la conversación versó sobre el asesinato de los yemenitas que habían combatido bajo la bandera de Allah, cogió su lanza, ató a ella un trozo de tela negra y juró vengar la muerte de sus hermanos de tribu. Cuando se despertó al otro dia ya no se acordaba de lo que había hecho estando achispado, y al mirar la lanza convertida en estandarte, preguntó con asombro quién había hecho aquello. Le recordaron lo que había hecho y dicho, y se asustó:
-¡Quitad inmediatamente ese pañuelo de mi lanza, a fin de que no se divulgue mi aturdimiento!.
Pero no habían tenido tiempo de hacerlo, cuando añadió:
-No, dejad esa bandera; un hombre como yo no abandona un proyecto, aunque sea temerario- y llamó a sus hermanos de tribu a las armas. Supo resistirse algún tiempo, y cuando pereció en el campo de batalla, sus compañeros continuaron la lucha con tal tenacidad, que el emir tuvo que tratar con ellos y hacerles concesiones.

Interior de la mezquita de Córdoba



 

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