Los rusos celebran mucho la Pascua, más que la Navidad, y cada año el zar encargaba al joyero Fabergé, de París uno o dos de estos maravillosos huevos, de oro, esmaltes y piedras preciosas, que valían un huevo (con perdón) y que su esposa coleccionaba. Llegó a tener muchos.
Ahora están expuestos en varios museos, sobre todo en el de Moscú, que es donde yo los he visto, y al natural son una maravilla, que quita el aliento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario