lunes, 19 de abril de 2010
Leni Riefenstahl
Su obra, pocos lo dudan, raya en la genialidad. Así lo demostró sobre todo en dos grandes documentales: El triunfo de la voluntad (1935) y Olimpiadas (1938). Ambas fueron películas propagandísticas del Tercer Reich, y de allí se desprende la paradoja que cargaría siempre consigo Leni Riefenstahl: la de un inconmensurable talento artístico puesto al servicio de lo peor que ha dado la humanidad. La directora, que falleció a los 101 años, nunca quiso resolver esta contradicción. Hasta el final de sus días se parapetó tras su supuesta ingenuidad y el pretendido carácter apolítico de sus filmes.
Riefenstahl murió sin mayor padecimiento, como si estuviese durmiéndose, en su casa a orillas del lago de Starnberg, al suroeste de Múnich. "Su corazón, sencillamente, se paró", confirmó su camarógrafo y compañero, Horst Kettner, 42 años más joven que ella, que había cumplido 101 hace dos semanas, el 22 de agosto. Ante sus ojos pasaron todas las transformaciones y los horrores del siglo XX. Ella, por regla general, prefirió mirar para otro lado. Lo suyo fue la belleza pura.
A los 16 años comenzó a tomar clases de pintura, dibujo y danza. Entre 1920 y 1926 se forjó una carrera de prima ballerina, incluida la convocatoria al principal escenario alemán, el Deutsches Theater. Después, desembarcó en el cine: hasta 1933 sería la divina y casi sobrehumana protagonista de cinco largometrajes. Películas de montañismo, de nevadas, de la lucha del ser humano y de la belleza femenina contra la naturaleza.Bastante cursis, la verdad.
Pero no quiso limitarse a la subordinación de ser actriz: en 1932 dirigió su primera película, La luz azul, otro filme situado en los Alpes, otra vez ella en el papel principal. La fuerza de sus imágenes le valió un premio en la Mostra de Venecia. Y la admiración de Adolf Hitler y los demás jefes nazis, para entonces ya a punto de llegar al poder, el 30 de enero de 1933.
El ascenso de Hitler precipitó la salida al exilio de los grandes del cine, el arte y la literatura alemana, entre ellos los directores Fritz Lang y Robert Wiene. Leni Riefenstahl se quedó. Fue la consentida del régimen, agasajada por el ministro de Propaganda Joseph Goebbels y cortejada por el mismísimo Führer, supuestamente enamorado de ella. En sus manos se pusieron todos los recursos financieros y técnicos que requería para sus películas, incluso cuando la guerra ya imponía severas restricciones a los demás cineastas.
Riefenstahl empleó estos privilegios en filmar, primero, otra película de aventuras, y, posteriormente, dos filmes sobre los congresos nacionalsocialistas en Núremberg, La victoria de la fe y El triunfo de la voluntad. Sobre todo este último es un monumento estético, con magistrales puestas en escena de la gente nacionalsocialista, de sus líderes y de sus símbolos.
Ángulos de filmación y técnicas de montaje hasta entonces desconocidos: Riefenstahl multiplicaría estos recursos en el registro de los Juegos de Berlín en 1936. Una vez filmados los esculturales atletas, la directora tardó 18 meses en producir Fiesta de los pueblos y Fiesta de la belleza. Conocidas ambas bajo el rótulo de Olimpiada, fueron estrenadas en una proyección privada para el Führer el día de su cumpleaños, en 1938.
Después de la caída del III Reich, tras varios proyectos fracasados, en los años setenta volvió a llamar la atención con extensos viajes para documentar en fotografías la vida de los nubios de Sudán.
Ella siguió su camino, aunque prefirió eliminar de él al ser humano. Desde mediados de los años setenta comenzó a fotografiar arrecifes de coral, un tema que incluso le permitió filmar una última película, Impresion, a los 97 años.
Vital y nunca decrépita, para entonces Riefenstahl había cumplido 100 años. Gracias también al reconocimiento internacional de sus méritos artísticos, Alemania había hecho las paces con ella, dedicándole ocasionales retrospectivas, respetuosas entrevistas y alguna valoración positiva de su obra. Leni Riefenstahl dejó de ser un paria. Aunque sólo hasta cierto punto. Las condolencias oficiales ayer no provinieron, como es usual, del canciller Schröder, y del presidente, Johannes Rau, sino de la ministra de Cultura, Christina Weiss, que volvió a recordar el papel que la fallecida jugó en el Tercer Reich.
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