El célebre filósofo Zenón de Cízio, que vivió en Grecia en el siglo III a, de J.C., instaló su escuela bajo los pórticos de Atenas. Zenón además de otras muchas bellas cosas, enseñaba que cada uno de nosotros está sujeto a un propio destino, fatal e insalvable, contra el que es completa mente inútil luchar.
- ¡Ah! ¿Sí? - pensó entonces uno de aquellos discípulos - De modo que es inútil resistir a las tentaciones. Pues cederé a la tentación de robar a Zenón.
Así lo hizo, y el maestro, reprendiéndole, le preguntó:
- ¿Por qué me has robado?
- No es culpa mía, maestro - replicó el ladrón, sino de mi destino, que ordenó que yo robase.
- Eso es cierto - repuso Zenón-; pero, ¿no sabes que tras el destino de robar hay otro destino?
- ¿Qué destino es ése?
- El de ser apaleado.
Y dicho esto, hizo que le diesen un saco y una cesta y que saliese de los pórticos.
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En su propia escuela, bajo los pórticos de Atenas, Zenón exigía absoluto silencio de sus discípulos, y razonaba la exigencia en estos términos:
- Puesto que tenemos dos oídos y una sola boca, debemos, por lo menos, escuchar doble de lo que hablamos.
Zenón de Citio |
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