UN MES EN LA RUSIA SOVIETICA- DOS
***************************************
La única cosa que me sacaba de quicio durante mi estancia en Moscú es que nos vigilaban. En cuanto entrábamos Nadia y yo en la habitación después de haber visitado algo, invariablemente sonaba el teléfono. Contestaba y colgaban. Nos controlaban. Llegué a hartarme tanto, que una vez le solté al espía todos los tacos que sabía en ruso, que era un repertorio considerable, y oh milagro, nunca más nos volvieron a molestar.También, cuando íbamos de excursión o a cualquier lugar en el autobús que habían puesto a nuestra disposición, nos escoltaba la Policía. Un coche delante y otro detrás.Para que nadie tuviera la mala idea de escaparse y quedarse allí y que se armara un conflicto diplomático.
Otra cosa que me asombró bastante es la forma en cómo beben los rusos. Igual que en las novelas de Dostoyevski. Solos y hasta caer debajo de la mesa. Veía a chicos jóvenes con una botella de vodka bebiendo hasta caerse. No exagero.
Una vez Nadia me invitó a caviar y vodka. No sé dónde, en el hotel, encontró una botella de vodka, caviar y unas tostaditas con mantequilla. Nos las comimos todas y el caviar. No nos terminamos la botella, pero lo pasamos bien. El caviar, “ikrá”, en ruso, es estupendo y barato.Como los ahumados. Entonces, para beber había que ceñirse a un horario. Se podía beber sólo de tal hora a tal otra. No recuerdo cuáles, pero era por la tarde. Nosotras, disciplinadas, lo hicimos dentro del tiempo fijado.
La verdad es que los rusos son unos borrachos empedernidos. Yo no me lo llegaba a creer, pero entonces lo ví con mis propios ojos. En el avion que nos llevó a Moscú desde Madrid, la tripulación, después de habernos saludado y dicho las frasecitas de rigor, cuando ya estábamos todos bien sentados y con los cinturones puestos, los azafatos y azafatas decidieron que ya habían cumplido y se pusieron todos a beber como cosacos. Ahora entiendo lo que significa realmente esta expresión. Yo tenía detrás al personal de cabina, chicos y chicas, y le dieron tanto a la botella de vodka que acabaron completamente empiripados. Pensé en los pilotos. Menos mal que soy fatalista y hasta optimista, pero yo pensaba que si a éstos también les había dado por alegrarse, estábamos en las manos de Dios. Menos mal que llevábamos un navegante polaco,que subió al avión en Varsovia, y ya se sabe que los polacos suelen estar a bien con Él. Debió ser por el polaco el que evitó el desastre, o no. Nunca lo sabré.
En el hotel teníamos una camarera de pisos encantadora, aunque típicamente rusa. Mejor dicho, siberiana. En Siberia la gente es rara. Fijaos en Rasputín. Y es que hay allí cada espécimen que da un poco de miedo. Yo no he estado nunca , pero he conocido a unos cuantos siberianos. La encantadora camarera de pisos era dulce, amable, cariñosa, atenta, simpática. Pero medía casi dos metros, era como un armario y además tenía un poblado bigote. Era eso que se llama un virago, que no es un transexual, ni nada parecido. Era femenina a más no poder. Pero daba la impresión de poder dominar y cargarse de un manotazo a un batallón ella sola. Siberia, insisto, produce tipos humanos muy curiosos y especiales que se dan únicamente allí.
Durante nuestra estancia en Moscú visitamos sitios también muy interesantes. Por ejemplo, el Kremlin, que es un recinto fortificado rodeado de una muralla que está en la Plaza Roja, y dentro está el Palacio del Gobierno, varios edificios más y tres catedrales preciosas, estilo ortodoxo ruso, con sus cúpulas en forma de cebollas. La de la Anunciación, la de la Asunción y la del Arcángel Miguel. En los países ortodoxos, como Grecia, Rusia y otros, tiene gran devoción a este Arcángel. Entre los católicos son más populares San Rafa y San Gabriel. Hay muchos rusos que se llaman Mijail, que es Miguel. Nunca he conocido a un Rafa, pero sí algunos Guibryil. Este último arcángel es más popular entre los musulmanes, porque es el que dictó el Corán al Profeta.
Angeles aparte, recuerdo que nuestro grupo entró en la Catedral de la Asunción, que como las otras tres, tenía un iconostasio fabuloso. El iconostasio en las iglesias ortodoxas es lo correspondiente al altar mayor en las católicas, pero mucho más rico por lo general. Aquel era precioso. A mí los iconos me gustan muchísimo, pero entonces era imposible comprar uno en toda Rusia. El único icono ruso que tengo lo compré en Sevilla, en la calle Sierpes. Mira por dónde. Bueno, pues entramos en esa fabulosa iglesia, que es una joya artística, y de pronto un cazurro de nuestro grupo se pone a blasfemar como un poseso. Y es que como era ateo, se creía en la obligación de que todo el mundo se enterase. Y es que hay gente p’ató. La verdad es que mi grupo no se deshacía en grandes exclamaciones admirativas a la vista de aquellas preciosidades, pero es que se daban vergüenza. No sabían aquello de que lo cortés no quita lo valiente.
En la Plaza Roja también visitamos el Museo de la Revolución. Allí se pueden ver los botines de Lienin, la chaqueta de Lienin, el coche de Lienin, la corbata de Lienin, la máquina de escribir de Lienin, etc.etc. Había muchas cosas más de uso personal, todas de Lienin. Acabé de Lienin que esa noche hasta soñé con él. Me recordó un poco la exposición que hay en Ankara de Mustafa Kemal Ataturk, que también tiene todo del personaje. En el Museo de la Revolución lo que más me gustó, además del ajuar de Lienin, fueron unos enormes cuadros, de Lienin, claro, arengando a las masas. Estaban muy bien pintados, pues podías ver las caras de aquellos obreros recibiendo el mensaje revolucionario, y cada uno ponía una expresión diferente. Valia la pena contemplarlos.Estas cosas no se las enseñaban nunca a los turistas. Pero es que nosotros NO eramos turistas.
En las afueras de Moscú visitamos el convento ortodoxo de Novodievichi, donde se habían educado las bellas hijas del zar Nicolás II, el de Raspu.
Yo mientras hacía muchas fotos.
Cuando viajo, me fijo en la flora y en la fauna. Me llamaron la atención unos grajos negros (como todos los grajos, que yo sepa), que estaban en todas partes, sobre todo en el campo. Alrededor del convento había muchos. Y en la capital también. En vez de palomas, grajos. Ya lo dice el refrán:
“Cuando el grajo vuela bajo
Hace un frío del carajo”
Y era verdad. Volaban bajito.
También me llamaron la atención los gorriones, Eran forzudos, como la camarera de pisos y con un plumaje espeeeeso, para poder soportar aquel clima horrible. Comprendí entonces por qué los rusos beben tanto y son tan tristes. Y es que vivir allí debe ser horroroso.Siempre está nublado y hace frío, menos en verano, que como el clima es continental, se asan. Pero los rusos son gente sufrida, de eso no me cabe duda, y aguantan lo que les echen. En todo.
Yo tenía la idea de que la estepa rusa estaba llena de árboles del tipo de las coníferas, algo así como muchísimos arbolitos navideños. Pues estaba equivocada.Los árboles que ví en la estepa, durante el trayecto en tren que hicimos de Moscú a Leningrado (ahora San Petersburgo, como cuando los zares) son álamos. Miles, millones de álamos pelados desfilaron ante mis ojos. Y pudieron desfilar más, porque se hizo de noche y todos nos echamos a dormir. El tren era fabuloso. Desde luego, los rusos comunistas no tenían ningún lujo, pero los autobuses eran una maravilla, llegaban a su hora, eran eficaces, y los trenes igual. Unos cachotrenes para quitarse el sombrero. Yo estaba con Nadia y una madre y una hija de Baracaldo y el compartimento y las literas eran comodísimos. Es el mejor tren en el que he ido, con excepción de uno belga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario