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En Al-Andalus casi todo el mundo sabía leer y escribir, mientras en Europa las personas de clases elevadas , si no pertenecían al clero, no sabían.
También se enseñaba en las escuelas Gramática y Retórica, Y sin embargo el califa Al-Hakem opinó que la instrucción no estaba aún lo suficientemente extendida, y como se preocupaba por las clases pobres, fundó en la ciudad veintisiete escuelas, que eran gratis, ya que él pagaba a los maestros.
Los filósofos pudieron dedicarse a lo suyo, sin el temor de ser asesinados por los mojigatos extremistas.
La Universidad de Córdoba era una de las más renombradas del mundo. En la Gran Mezquita, -que era donde se daban las clases- , Abu Bekr ben Moauia, explicaba las tradiciones referentes al Profeta Mohamed (mal llamado por los cristianos, Mahoma), historia de los árabes antiguos , sus proverbios y costumbres , su idioma y su poesía.
Todos los países árabes, hasta ahora, tienen cada uno su árabe propio, y a veces es difícil entenderse, pero como todos los niños estudian con el Coran, se pueden entender con árabe coránico, que este si lo saben todos los musulmanes, de doquiera que sea.
Del seno de esta comunidad universitaria salió un hombre que será famoso en todas partes.
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En uno de los primeros años del reinado del califa Al-Hakem II, cinco estudiantes comían en un jardín de los alrededores de Córdoba. A los postres estaban todos muy alegres, menos uno. Permanecía silencioso y pensativo. Era alto y bien formado; la expresión de su rostro noble, casi altanera, y su actitud revelaba un hombre nacido para el Poder.
Saliendo, al fin , de su abstracción, exclamó de pronto:
-No lo dudéis. Yo seré un día el dueño de este país.
Sus amigos se echaron a reír al oir estas palabras, pero el joven prosiguió:
-Decidme cada uno el cargo que desea que yo se lo daré cuando reine.
-Bueno, -dijo uno de los estudiantes- Encuentro deliciosos estos buñuelos, y pues te es igual, yo quisiera ser nombrado inspector del mercado, pues así tendría todos los buñuelos que quisiera gratis.
-Yo-dijo otro- soy muy aficionado a estos higos, procedentes de Málaga, mi país natal. Nómbrame cadí de esta provincia.
-La vista de estos preciosos jardines me gusta mucho. -dijo el tercero- Por tanto quisiera ser nombrado Prefecto de la capital.
El cuarto comensal guardaba silencio indignado por los deseos presuntuosos de sus compañeros.
-Ahora, -dijo a este último, -pide lo que quieras.
El aludido contestó, tirándole de la barba:
-Cuando gobiernes España, miserable fanfarrón, ordena que después de frotarme con miel para que las abejas y las moscas vengan a picarme , me monten sobre un burro mirando a su rabo, y me paseen así por las calles de Córdoba.
Lanzóle el otro una mirada furiosa, Pero dominando su ira :
-Está bien- dijo. Cada uno de vosotros será tratado conforme a sus deseos. Algún día me acordaré de lo que me habéis dicho.
(continuará)
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