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Pieles NO

miércoles, 30 de mayo de 2012

Vanarasi (Benarés)









La India, y sobre todo Vanarasi, es febril. No sé si sabré describir lo que vi y sentí allí, pero haré lo que pueda. Vanarasi es la ciudad santa del hinduísmo. Por ella pasa el Ganges, rio sagrado, que en Agra se junta con el Yamuná, un afluente que es más sagrado todavía.
Hace muchos años que hice este viaje, y no sé si recordaré muchas cosas.pero ante todo me parece que lo mejor es empezar por explicar cómo funciona el sistema de castas en la India .
El hinduísmo es la única religión a la que uno no se puede convertir, pues para serlo hay que haber nacido dentro de una de las cuatro castas. Y es imposible “apuntarse a una casta,” pues es de nacimiento y ahí no hay vuelta de hoja.
Las castas son cuatro: Los brahmanes, los chatriyas, los vaishas y los sudras. Van de mayor a menor categoría, y luego están los descastados, o sea, los parias, los intocables,
Cada casta se dedica a unas profesiones diferentes. Antiguamente los brahmanes eran los sacerdotes, los chatriyas los guerreros, los vaishas los comerciantes y los sudras artesanos,, y gente de profesiones sencillas. La cosa no ha variado mucho, pues los brahmanes siguen cortando el bacalao (Indira Gabdhi era brahmán, pero, cosa curiosa, estaba casada con un intocable) Los chatriyas son los militares, profesiones liberales, como abogados, médicos, etc. Los vaishas siguen siendo artesanos o haciendo de guias turisticos, y los parias son los que se encargan de recoger la mierda, y hacer los trabajos más sucios y considerados viles, que para eso han nacido parias. Además, como creen en la reencarnación, todo el mundo está conforme en su sitio y piensan que si está es porque antes hizo méritos (o deméritos) para estar en su casta.
Al lado del rio están los ghats, escalinatas que bajan hasta dentro del agua, y allí se meten al amanecer para recibir los primeros rayos del sol, y como el agua del Ganges está templada, pues es muy agradable. Se meten vestidos, claro. Luego, al salir, los seca el sol. Yo fuí en una barca, y metí los pies dentro del río, y el agua estaba caliente.Está llena de cenizas de todos los cadáveres que se queman a diario en los ghats. No se pueden hacer fotos.Fuimos a ver las cremaciones de noche, y andábamos por las callejuelas que conducen al río, que son estrechas, tan estrechas que sólo puede pasar un cadáver en una especie de camilla, con su mortaja, y los porteadores. Si es un brahmán, o alguien rico, tiene una mortaja suntuosa. Si no, una simple sábana basta.
Aquello era de locura. Por esas callejuelas iban los hindúes con sus muertos a cuestas, y tenías que apretarte contra la pared para dejarles pasar. Había en el ambiente un fuerte olor a carne quemada, a sándalo e incienso. Los ricos se queman en una pira de madera de sándalo. Luego, todos los restos van al río.
Estábamos andando por allí, para llegar a la ribera, entre una multitud enloquecida que iba a toda pastilla con su muerto, y había tiendas a ambos lados donde se vendían toda clase de exvotos, velas, telas, y el ciento y la madre. Allí se podía encontrar cualquier cosa. Animaba toda esta escena las antorchas que llevaban los porteadores de muertos, y todo brillaba, los saris de las mujeres, los comercios, todo, en una especia de magma caótico pero que tenía su orden. De pronto, oímos Paco y yo un ruido estruendoso, como si empezara un terremoto. No sabíamos qué era aquello, pero nos enteramos enseguida, pues se trataba de una manada de búfalos, que, a modo de Sanfermines indios, pasaba corriendo por las callejas. Menos mal que había unas bicicletas aparcadas y nos pudimos refugiar detrás, pero la manada pasó rozándonos, y a nadie le sorprendía, pues alli los animales son sagrados, ya que piensan que pueden ser humanos o incluso parientes, reencarnados. Los búfalos esos no tienen la mala uva de los toros españoles, pero son igual de grandes, y tienen unos cuernos que para qué. O sea, que si nos coge de lleno la manada y nos pasa por encima, acabamos espachurrados. Pero para un hindú esto no tiene importancia, pues la ilusión de ellos es morir en Benarés, o Vanarasi, y muerto más muerto menos no tiene importancia.Había una espesa humareda de los cuerpos quemándose y las antorchas nos rodeaban, como en un averno de locos.
Por si fuera poco, una vez hubimos visto y olido las cremaciones y haber estado a punto de morir aplastados por los búfalos santos.cuando nos apartamos un poco de allí vimos una procesión , un gentío terrible. Allí en la India, hay muchísima gente, y cualquier cosa que hagan siempre está concurridísimo. Iban portando una especie de cruces aspadas embadurnadas con pez, o algo así, y las llevaban ardiendo. Iban gritando no sé qué, pero era una manifestación político-religiosa.Estuvimos toda la noche viendo aquello, que parecia sacado de otra era, con la tiendas relucientes de cosas brillantes, pues a los indios, sean hindues o no, pues alli hay religiones a punta pala, les chiflan las cosas que brillan.Fué una experiencia alucinante, que no quisiera haberme perdido por nada del mundo. Al lado de las tiendas de especias, comida, exvotos, dioses y el sursum corda, había como unas hornacinas donde unos místicos estaban en estado como cataléptico, seguramente en comunión con alguina divinidad. Les hice una foto pero me dijeron de todo. Bueno, como no les entendí, gracias que no me lincharon.
En Benarés hacen los saris más bonitos de la India,, y yo me compré uno de seda roja y verde con bordados dorados, y una india me ayudó a ponérmelo y me hice una foto delante del Taj Mahal, que es una preciosidad.Seguramehte no me lo volveré a poner, pero valió la pena comprarlo y hacerme esa foto. Además, allí todo es baratísimo, y el sari, de seda pura, me costó cuatro perras. Era de los más caros. Lo conservo como un tesoro.
La India es inagotable, y estuvimos en muchos más sitios, que, si tengo humor,, iré contando, Pero esa gente da una impresión de paz interior que no se encuentra entre los occidentales.Cuando, de vuelta en avión, hicimos escala en Frankfurt, subió un mecánico alemán con cara de mala uva,y echando maldiciones, y yo me dije: Ya estamos en Occidente.

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