La gente no escucha
Algunas crónicas cuentan que Oscar Wilde estaba convencido de que, en un gran número de ocasiones, la gente no escuchaba cuando se les hablaba, por lo que para demostrarlo explicaba a sus conocidos la anécdota sobre el día que tuvo que asistir a una importante fiesta a la que llegó tarde.
Para justificar su tardanza ante la anfitriona, Wilde puso como excusa que se había demorado debido a que ‘había tenido que enterrar a una tía suya a la que acababa de matar’.
La dama sin inmutarse contestó al escritor irlandés:
«No se preocupe usted. Lo importante es que haya venido»
Rectificar es de sabios
Bien conocida era la animadversión que sentía Ramón María del Valle-Inclán hacia el polifacético José de Echegaray, contra el que soltaba, cada vez que podía, más de un improperio en público.
Cierto día, en una de esas acaloradas discusiones que el escritor mantenía con asiduidad en las tertulias a las que asistía, perdió la paciencia con uno de los contertulios al ver que éste defendía con fervor las obras escritas por el Premio Nobel.
Ni corto ni perezoso, el dramaturgo gallego espetó al hombre un sonado «¡pedazo de bruto!» a lo que el ofendido espetó :
«¡Retire usted esas palabras!»
Valle-Inclán quedó pensativo, se acarició su larga barba y dijo con toda la tranquilidad del mundo:
«De acuerdo, retiro solamente lo de “pedazo”»
El médico ni de lejos
Jean-Baptiste Poquelin, más conocido como Molière sentía autentica aversión hacia los médicos, por lo que trataba de no pisar ni una consulta, pero en cierta ocasión cayó enfermo, teniendo una fiebre muy alta, por lo que su esposa, ni corta ni perezosa, hizo llamar a un galeno para que visitase en casa a su marido.
Cuando el doctor se presentó en el domicilio, Molière llamó a su esposa y le dijo:
«Querida, no dejéis que entre; decidle que estoy enfermo y que ya iré yo a visitarle cuando mejoré»
Ganarse la vida como uno puede
En 1906, tras ser elegido Armando Palacio Valdés nuevo miembro de la Real Academia Española, apareció en todos los diarios del país la noticia del nombramiento junto a su retrato.
Sin darle mayor importancia de la que tenía, el académico entró en su cafetería habitual con la intención de tomar su desayuno. El camarero que sirvió su mesa se plantó frente al novelista y le preguntó.
«¿Es usted el que ha salido en los papeles de hoy?»
A lo que el escritor respondió afirmativamente.
«¿Y escribe novelas de esas?»
A lo que volvió a dar como respuesta un sí.
«Bueno, pues no se apure, que cada uno se gana la vida como puede»
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