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Pieles NO

miércoles, 8 de septiembre de 2010

El chicle



Si a uno le dicen “chicle”, es casi inevitable pensar en las cajitas amarillas de Chiclet´s Adams, y más aún si ya se es mayorcito –como es mi caso- y hurga en los recuerdos de la infancia para extraer imágenes de aquéllas visitas a los kioscos en busca de golosinas: las cajitas amarillas siempre estaban ahí, aunque no fueran los chicles preferidos porque no servían para hacer globos, siempre estaban presentes y llamaban la atención.
Y será a causa de esa intuición que todos tenemos que se viene esa imagen: bien certera, por cierto, ya que esos chicles fueron los primeros en ocupar el trono del reinado de las golosinas en el mundo occidental comercial moderno.
Si bien la costumbre de mascar “algo” viene de tiempos remotos, fueron Thomas Adams y su hijo quiénes, a finales del siglo XIX, encontraron la fórmula del chicle. Y, como suele suceder en los descubrimientos, de manera casual: en realidad buscaban una sustancia alternativa al caucho para la fabricación de neumáticos.
Lo cierto es que fueron lo suficientemente visionarios como para producir algo masticable que luego se difundiría al resto del mundo: la base del chicle o goma de mascar era una resina de un tipo especial de árbol originario de las zonas tropicales de Centro América –en la Península de Yucatán y el norte de Guatemala-, conocido como Zapotillo o Chico Zapote. Fue así como, Adams tomó esta sustancia y la combinó con ciertos saborizantes y azúcar, y obtuvo la primera versión del chicle.
Uno puede preguntarse cómo llegó la resina de un árbol de Centro América a manos de un inventor e industrial norteamericano, pues aquí hay dos versiones: la primera (y la que goza de mayor crédito) es que fue a través de Antonio López de Santa Anna, militar y político mexicano que se la “presentó” durante su exilio en los Estados Unidos tras haber tenido una vida política y militar activa en su país de origen –hasta fue presidente en varias oportunidades-.
La segunda versión sostiene que fue el mismo Adams quién estuvo de visita en las tierras de Quintana Roo (en la Península de Yucatán) y vio como los indígenas del lugar mascaban esta sustancia, lo que lo llevó a pensar que sería una buena idea exportarla a los Estados Unidos.
La cuestión es que en 1869, Adams solicitó la patente necesaria para su comercialización y, dos años después, la primera versión de los Chiclets Adams ya estaba a la venta en un Drugstore de Hoboken, en Nueva Jersey bajo la siguiente denominación: Adams’ New York Gum No. 1 – ¡Muerde y estira!.
En principio los sabores originales de los chicles eran de regaliz y, bastante más tarde salió también la variedad tutti fruti.
Recién en el año 1880, y de la mano de un competidor, llamado William J. White, salió al mercado un chicle con uno de los sabores más populares en la actualidad: menta, se trataba del chicle Yucatán.
Algunos otros datos curiosos sobre el chicle y su origen:

-Ya los antiguos griegos masticaban resinas de un árbol: en su caso se llamaba mastic.

-Como se mencionó, los mayas y los aztecas ya utilizaban la sabia del Zapotillo, y con fines “sanitarios”: lo mascaban para limpiarse los dientes.

-La resina del abeto era también usada por los indios norteamericanos.

-Unos cuantos años después, los primeros colonos ingleses elaboraron también una goma de mascar a base de la resina de este último árbol mencionado con cera de abejas.

-Mascar chicle era una práctica muy común en los soldados de la Segunda Guerra Mundial: fue llevada a Europa por los norteamericanos, ya que aducían que masticar chicle les ayudaba a controlar la ansiedad y a reducir el estrés propio de la guerra.

-Fue a mediados del siglo pasado que se sustituyó la resina vegetal como componente principal de la goma de mascar por otros productos sintéticos –derivados del petróleo-, debido a que reducía notablemente los costos de producción.

-Hace unos años, se encontró en Suecia lo que sería el “chicle” más antiguo del cual se tiene conocimiento hasta ahora: se trata de un pedazo de resina de abedul, con 9.000 años de antigüedad, en el cual se puede observar la marca de los dientes de un individuo de la Edad de Piedra.

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