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Pieles NO

jueves, 25 de febrero de 2016

Anécdotas históricas


        

Una de las mejores anécdotas del deporte - Jesse_OwensLa historia comienza en los Juegos Olímpicos de 1936 celebrados en el Berlín hitleriano, su protagonista es Jesse Owens, un atleta de origen afroamericano que fue capaz de ganar cuatro medallas en la renaciente Alemania nazi.
En este momento Hitler utilizaba los Juegos Olímpicos para mostrar ante el mundo una Alemania nueva, su Alemania, y tenía gran interés en que fueran los atletas de origen germano los que despuntaran en todos los deportes celebrados. Owens viajó a Berlín y ganó el 3 de agosto los 100 metros lisos; el 4 de agosto, la prueba de salto de longitud y el 5 de agosto, los 200 metros lisos. Finalmente, junto al equipo de relevos, consigue su cuarta medalla de oro el 9 de agosto.
Cuenta la historia que Hitler, el primer día de los Juegos Olímpicos, solamente estrechó la mano a aquellos deportistas ganadores que eran alemanes. El comité olímpico interviene y explica a Hitler que debe estrechar la mano a todos los vencedores o a ninguno, con lo que Hitler opta por desaparecer y no felicitar ni recibir a ninguno de los medallistas.
Mas tarde, el mismo Jesse Owens cuenta en su biografía ‘ The Jesse Owens Story’: “Cuando pasé, el Canciller se levantó, me saludó con la mano y yo le devolví la señal. Pienso que los reporteros tuvieron mal gusto al criticar al hombre del momento en Alemania.” Más adelante, cuando Owens retorna a su país, después de haber sido aclamado en los Juegos Olímpicos, debe enfrentarse a la segregación racial estadounidense y lo relata así: “Cuando volví a mi país natal, después de todas las historias sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del autobús. Volví a la puerta de atrás. No podía vivir donde quería. No fui invitado a estrechar la mano de Hitler, pero tampoco fui invitado a la Casa Blanca a dar la mano al Presidente.”

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El 23 de octubre de 1940, la agencia española EFE distribuía un reportaje fotográfico de un interesante momento de la posguerra española: la reunión en Hendaya del dictador español Francisco Franco con el canciller alemán Adolf Hitler. El encuentro fue tenso, pero el Gobierno español quería transmitir una imagen de normalidad, así que se realizaron algunos retoques.

En la siguiente instantánea (arriba la original, abajo retocada) se cambió el rostro de Franco para evitar los ojos cerrados. En otra imagen de la misma fecha se pegó -literalmente- a la pareja de dirigentes sobre el fondo del tren. Claro que, de paso, se hicieron un par más de arreglitos: se alzó la altura del Caudillo y se cambió la Cruz del Águila que llevaba Franco por la Medalla Militar española.

Y es que desde su nacimiento, hace casi dos siglos, la fotografía perdió la inocencia y quedó sometida a la manipulación. Muchos rostros fueron borrados con afán político, pero la coquetería también ha jugado un papel en la adulteración histórica. Podrás ver más ejemplos en el próximo número de MUY Historia, titulado "Mentiras de la historia", en los kioscos a partir del 29 de octubre.

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Algunas de las anecdotas más graciosas e interesantes que han ocurrido de verdad en la historia de la ciencia.

   Las preguntas del examen

   Se cuenta que un alumno universitario a mediados del siglo XX volvió al cabo de unos años al departamento de física en el que había estudiado y al ver un examen le comentó al profesor "¡Las preguntas son las mismas que cuando yo me examiné!" "Cierto," le contestó el profesor, "pero las respuestas de este año son todas diferentes".


   El chofer de Einstein

   Se cuenta que en los años 20 cuando Albert Einstein empezaba a ser conocido por su teoría de la relatividad, era con frecuencia solicitado por las universidades para dar conferencias. Dado que no le gustaba conducir y sin embargo el coche le resultaba muy cómodo para sus desplazamientos, contrató los servicios de un chofer.
Después de varios días de viaje, Einstein le comentó al chofer lo aburrido que era repetir lo mismo una y otra vez.

   "Si quiere", le dijo el chofer, "le puedo sustituir por una noche. He oído su conferencia tantas veces que la puedo recitar palabra por palabra."

   Einstein le tomó la palabra y antes de llegar al siguiente lugar, intercambiaron sus ropas y Einstein se puso al volante. Llegaron a la sala donde se iba a celebran la conferencia y como ninguno de los académicos presentes conocía a Einstein, no se descubrió el engaño.

   El chofer expuso la conferencia que había oído a repetir tantas veces a Einstein. Al final, un profesor en la audiencia le hizo una pregunta. El chofer no tenía ni idea de cual podía ser la respuesta, sin embargo tuvo un golpe de inspiración y le contesto:

   "La pregunta que me hace es tan sencilla que dejaré que mi chofer, que se encuentra al final de la sala, se la responda".
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    El Peso del Cerebro

  Bischoff fue uno de los anatomistas de mayor prestigio en Europa en los 1870's. Una de sus ocupaciones era el pesar cerebros humanos, y tras años de acumular datos observo que el peso medio del cerebro de un hombre era 1350 gramos, mientras que el promedio para las mujeres era de 1250 gramos.

   Durante toda su vida utilizo este hecho para defender ardientemente una supuesta superioridad mental de los hombres sobre las mujeres. Siendo un científico modelo, a su muerte dono su propio cerebro para su colección. El correspondiente análisis indicó que pesaba 1245 gramos.
 
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    Wittgenstein y el tren

   Se cuenta que el filósofo Ludwig Wittgenstein se encontraba en la estación de Cambridge esperando el tren con una colega. Mientras esperaban se enfrascaron en una discusión de tal manera que no se dieron cuenta de la salida del tren.

   Al ver que el tren comenzaba a alejarse Wittgenstein echó a correr en su persecución y su colega detrás de él. Wittgenstein consiguió subirse al tren pero no así su colega. Al ver su cara de desconsuelo, un mozo que estaba en el andén le dijo, - no se preocupe, dentro de diez minutos sale otro.

- Ud. no lo entiende- le contestó ella- él había venido a despedirme.

Wittgenstein
 

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    ¡¡'¡EUREKA!!!

   Herón II, rey de Siracusa, pidió un día a su pariente Arquímedes (aprox. 287 a.C. - aprox. 212 a.C.), que comprobara si una corona que había encargado a un orfebre local era realmente de oro puro. El rey le pidió también de forma expresa que no dañase la corona.

   Arquímedes dio vueltas y vueltas al problema sin saber como atacarlo, hasta que un día, al meterse en la bañera para darse un baño, se le ocurrió la solución. Pensó que el agua que se desbordaba tenía que ser igual al volumen de su cuerpo que estaba sumergido. Si medía el agua que rebosaba al meter la corona, conocería el volumen de la misma y a continuación podría compararlo con el volumen de un objeto de oro del mismo peso que la corona. Si los volúmenes no fuesen iguales, sería una prueba de que la corona no era de oro puro.

   A consecuencia de la excitación que le produjo su descubrimiento, Arquímedes salió del baño y fue corriendo desnudo como estaba hacia el palacio gritando : "¡Lo encontré! ¡Lo encontré!".

   La palabra griega "¡Eureka!" utilizada por Arquímedes, ha quedado desde entonces como una expresión que indica la realización de un descubrimiento.

   Al llevar a la práctica lo descubierto, se comprobó que la corona tenía un volumen mayor que un objeto de oro de su mismo peso. Contenía plata que es un metal menos denso que el oro.

 
 
 
 
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    Yo soy el Papa

   En cierta ocasión Bertrand Russel(1872-1970) estaba especulando sobre enunciados condicionales del tipo : "Si llueve las calles están mojadas" y afirmaba que de un enunciado falso se puede deducir cualquier cosa.

   Alguien que le escuchaba le interrumpió con la siguiente pregunta : "Quiere usted decir que si 2 + 2 = 5 entonces usted es el Papa". Russel contestó afirmativamente y procedió a demostrarlo de la siguiente manera : "Si suponemos que 2 + 2 = 5, entonces estará de acuerdo que si restamos 2 de cada lado obtenemos 2 = 3. Invirtiendo la igualdad y restando 1 de cada lado, da 2 = 1. Como el Papa y yo somos dos personas y 2 = 1 entonces el Papa y yo somos uno, luego yo soy el Papa"


Bertrand Russell
 
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    Von Neumann y la mosca

   Al matemático húngaro-americano John von Neumann(1903-1957) le propusieron una vez el siguiente problema:

   Dos trenes separados por una distancia de 200 km se mueven el uno hacia el otro a una velocidad de 50 km/h. Una mosca partiendo del frente de uno de ellos vuela hacia el otro a una velocidad de 75 km/h. La mosca al llegar al segundo tren regresa al primero y así continúa su recorrido de uno a otro hasta que ambos trenes chocan. ¿Cuál es la distancia total recorrida por la mosca?

  Neuman respondió inmediatamente :"150 km"

   "Es muy extraño", dijo el que se lo había propuesto, "todo el mundo trata de sumar la serie infinita".
   "No entiendo por que lo dice" le contesto Neumann. "¡Así es como lo he hecho"

   La manera fácil de hacerlo es tener en cuenta que los trenes se encuentran después de recorrer 100 km. El tiempo transcurrido será de 2 h (100 km)/(50 km/h). Por tanto la mosca habra recorrido (75 km/h)*2 h = 150 km]

Von Neumann
 

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