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Pieles NO

martes, 3 de septiembre de 2019

El halcón de Guiomar (cuento mío)



Guiomar tenía un halcón peregrino, volandero, de romance. Guiomar era alta, esbelta, rubia, de belleza goda y ojos grises. Gustaba de dar largos paseos por el bosque, despacio primero escuchando a los pájaros, y luego al llegar al soto poner el caballo al galope y sentir como que volaba, y el viento azotar todo su cuerpo. Cuando aminoraba el paso la blanca piel de su rostro había enrojecido, le latía el corazón con fuerza y pensaba que era feliz.
El halcón era aún joven y no tenía el plumaje entero.Comía de su  mano trozos de carne cruda y sangrante  y Guiomar sonreía al verle crecer y hacerse fuerte. . El halconero le había hecho un guantelete para su pequeña mano y una capucha árabe , y el ave ya se había acostumbrado a estar en la mano del ama y soportaba el capuchón.
A Guiomar la sangre de la carne que goteaba de su mano le recordaba la que se deslizaba a lo largo de las picas donde estaban clavadas las cabezas que había mandado cortar su  padre, y que veía cada vez que entraba en el castillo. Por esta causa no le amaba, ni a  sus caballeros, crueles e insensibles, cuya mayor felicidad era hacer la guerra, comer y beber hasta hartarse y solazarse con mujeres.


El halcón creció hermoso y fuerte, y era de plumaje brillante y perfecto, mejor no lo había. Aprendió a volar y hendía el cielo azul como una flecha. Guiomar lo seguía con la mirada montada en su caballo y el pájaro la quería y siempre se posaba con suavidad y precisión en la mano enguantada de cuero, esperando la caricia.
Un día que volaba alto divisó una tórtola y se lanzó en vertical sobre ella, golpeándola con las garras, y recogiéndola ya muerta y sangrante. La llevó a su ama, y su blanco brial se tiñó de rojo y tuvo en las manos a la tórtola aún palpitante.
-¡Halconero, esto es horrible, no puedo ver esta sangre!
-Señora, es un ave nacida para volar y cazar, y es de natural que lo haga. ¿O pretendíais que os solazara con bellos cantos?. No es pájaro para estar en jaula y servir de consuelo a damas solitarias, sino digno de vos. Mirad qué alas, fuertes como el acero, qué garras, qué pico, y qué ojos más brillantes e inteligentes. Es como el lobo, que mata porque es su instinto, pero no por eso es malo, ni es mala la tórtola por su suavidad. Así es porque así está hecho, y está bien hecho.
Nada dijo Guiomar, y miraba el pico y las garras enrojecidas de su halcón con ojos nuevos, mientras le acariciaba y pensaba cuán necia era, pues su padre había tenido siempre halcones, que habían matado y cazado como todos los de su especie. Pero aquél era el suyo, al que había alimentado desde pequeño, y ahora se había sorprendido y estaba confundida.


Pero no dejó de amar al ave y pronto se acostumbró a sus correrías y a oir sobre su cabeza el chasquido mortal que anunciaba que había capturado una presa.
-Las tórtolas son inocentes. Los hombres a los que mi padre corta la cabeza no lo sé. Todo es inevitable sangre derramada.
Y cuando pasaba delante de las picas ya no volvía con disgusto la cabeza, sino que le parecía algo natural, y ya no rehuía a los caballeros y los empezó a encontrar hermosos  dentro de su rudeza, y pensaba cada vez con más agrado  que pronto llegaria el tiempo  de desposarse con uno de ellos.



La hora llegó y la pidió en matrimonio uno de los más nobles, más batalladores y más sanguinarios .
Guiomar aceptó y les casó un obispo en la capilla llena de flores blancas. Guiomar llevaba un traje blanco, recamado de encajes, y el pelo rubio trenzado y adornado con perlas todo él.
Cuando se encontró sola en la cámara nupcial con su caballero, llevaba un camisón de seda, blanco como el brial del día en que su halcón cazó su primera tórtola. Recordó el incidente , la sangre y el horror que había experimentado entonces. y pensó que la historia se repetía.
Miró al caballero y le vió anhelante, hermoso y fuerte, y   creyó ver en su mirada los ojos de su halcón.
Entonces echó hacia atrás su rubia cabeza goda, de cuya cabellera sus damas habían quitado una a una las perlas,  empezó a reír, el hombre la cogió y ella se entregó.

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