Anceo, rey de Samos, maltrataba a sus esclavos. Y tenía una viña a la que tenía gran afición y cariño.
Un día un profeta le dijo:
-Desengáñate, nunca beberás del vino de esta viña.
Anceo se cabreó mucho, pero esperó a tener uvas. Cogió unos hermosos racimos y llamó al profeta:
-¿Ves?, estas uvas son de aquella viña de la que me dijiste que nunca bebería el vino. Ahora voy a hacer zumo con ellas y me lo beberé...
Hizo traer un vaso y se sirvió el zumo de sus primeras uvas.
-¡Cuidado!- le dijo el profeta. -De la copa a tus labios aún puede suceder algo terrible...
Anceo se rió, y cuando iba a beber se le acercó un criado diciéndole asustado que su viña estaba en llamas. Desesperado, fué a apagar el incendio, pero en haciendo ésto, murió.
A veces los profetas aciertan.
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