pieles no

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Pieles NO

viernes, 19 de febrero de 2010

ALGUNOS DE MIS MUERTOS DE ULTRATUMBA Y COSAS ASÍ
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Espero que si mi madre desde el Más Allá lee esto, no se me enfade demasiado, pues sabrá que no digo ninguna mentira, nunca lo hago. Ni me invento nada. Además, hay que tener en cuenta dos cosas:
a) Todo lo que digo es verdad, sin exageraciones.
b) Si la gente al leer esto piensa que estoy loca, me importa tres mierdas.
Yo siempre he pensado que mi madre se dejó morir. Teníamos grandes peleas, ella nunca se repuso del disgusto de que yo me casase y la “abandonase” y tenía los bronquios y los pulmones muy mal. Esto le venía de que nunca, cuando cogía una gripe o un resfriado con fiebre, iba al médico, pues les tenía una verdadera fobia. Y pasaba las gripes andando por la ciudad y tenía recaídas hasta que acabó con un asma tremenda, y los pulmones hechos un bebedero de patos.A medida que se iba haciendo mayor empeoraba, hasta un invierno que se puso realmente mal. La ingresamos en la Clínica Miramar pero era muy mala enferma. Tiraba las pastillas, se arrancaba los tubos y los médicos no la soportaban. Ella quería irse a casa y lo consiguió. Estuvo todo el invierno muy mal, teniendo que dormir sentada y tenía muy mal aspecto. Me dijo que no fuera a verla, y no lo hice, pues no me gustaba nada. A veces me decía cosas muy desagradables. Una vez tuvimos una discusión y le dije algo que siempre he pensado que es lo que precipitó su muerte. Pero no se lo dije con acritud ni mala intención, lo que lo hizo mucho peor. Le dije que tenía un carácter tan insoportable, que si un día se quedaba viuda yo me veía incapaz de soportarla. Y desde entonces, pienso yo, decidió quitarse de en medio. O sea, se dejó morir lentamente. En ese invierno de no recuerdo qué año, pero coincidió con el de la inauguración de la nueva terminal del Aeropuerto, ése se dejó morir. Yo la veía fatal, y le decía que tenía que ver a su médico, pero me contestaba que no, que si iba le haría ingresar, y para ella era algo tan espantoso que prefería la muerte y no dormir casi nada. Además tenía pavor a quedarse sola, viuda, y más desde que le dije aquello. Me contestó entonces que tendría que ir a una residencia de ancianos y allí la pegarían. Mi madre era muy tremendista.
A veces iba a verla, y estaba ya haciendo la repartición de los libros. Mi abuelo había sido bibliófilo, y teníamos verdaderas joyas. Sobre todo un incunable de cinco tomos de la historia del Monasterio de Poblet. Llamó al abad, al que conocía ya, y le dijo que por favor mandara a alguien a recoger esos libros, que ella quería que volvieran al Monasterio. Así fue. Vino de Poblet un fraile a buscarlos, y le dijo que pondrian un cartelito con su nombre como que había hecho esa donación. Eso le gustó mucho.
Luego, más adelante, en abril, estábamos hablando por telefono y de pronto dejó de hablar. Yo me asusté y le dije a Paco que fuese enseguida a su casa, pues nosotros teníamos llave. Lo hizo y se encontró a mi madre en el suelo, sin sentido, al lado del teléfono, y a mi padre sin enterarse de nada, pues como estaba sordo como una tapia, tenía la tele a toda potencia y estaba viendo una película y no se había enterado de nada. Cuando mi madre volvió en sí, tenía una cara de cadáver que me asusté. Me reprendió por bajarle la moral diciéndole aquellas cosas. Pero es que yo veía que ya tenía un pie en la tumba. Intenté por todos los medios ponerme en contacto telefónico con su médico de cabecera, con el único que tenía confianza, y al que no había querido ir en todo el invierno por miedo a que la ingresara, pero me fue imposible. Yo le dije que me iba a quedar esa noche a dormir con ella, pero se puso hecha una furia, me insultó y me dijo que no necesitaba ayuda de nadie. Nos puso a Paco y a mí de patitas en la calle. Yo pensé que esa noche moriría.
A la mañana siguiente llamé a casa de mis padres y nadie me respondió. Pero a los pocos minutos recibí una llamada del médico ese al que ella tenía confianza, diciéndome que mi madre estaba con un pie en la tumba, y que si quería despedirme, fuese rápidamente a la Policlínica, cosa que hice.
La encontré en una cama de Urgencias con mi padre, que se pensaba que era uno de sus patatuses. No se daba cuenta de nada. Mejor, pensé yo. Mi madre estaba entubada y muy mal. Le cogí la mano y se la apreté. Ella hizo lo mismo. Entonces estuve segura de que se moría, pues su reacción normal hubiera sido rechazarme. Estuve un poco sentada así encima de su cama, y entonces llamó a mi padre. Casi no podía hablar. Mi padre no entendió por qué le reclamaba, y riendo le cogió la mano. Pero ella estaba despidiéndose. Lo último que me dijo fue:”-Cuida de Bito”. Era su perro, y así lo hice. Estuvo con mi padre muchos años, hasta que él vino a vivir con nosotros.
Mi madre, antes de perder el habla, me dijo también algo que me llamó mucho la atención. Me dijo que esa noche había visto agente que venía a recogerla, pero que no daban miedo. Y otras cosas “que ya te contaré”. Nunca pudo hacerlo, lástima. Con lo que me gustan a mí estas historias.Yo creo que todo el mundo tiene una historia –o más- de estas en su familia, pero no lo dice para que no se rían de ellos o los tomen por chiflados. Yo sé de algunas. Y en mi familia han pasado tantas cosas raras, que podría escribir un libro, pero nadie me iba a creer. Lo he ido escribiendo poco a poco en relatos como éste.
Otro día hablaré de la relación extraña de mi madre con los médicos, que tiene castaña. Pero si me extiendo más, nadie va a leer nada de lo que pongo, pues es bien sabido que la gente lee cada vez menos. También contaré lo que ocurrio inmediatamente después de la muerte de mi madre, y que asustó tanto al Sr. Vila, de la tienda de fotografía.
Basta por hoy.

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