pieles no

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Pieles NO

lunes, 23 de noviembre de 2009

Tonterías juveniles (pero menos)


Yo siempre he preferido los hombres a las mujeres. Estas son las que más daño me han hecho en la vida, no todas, claro, pero las personas que me han cocido a fuego lento, que me ha hecho daño profundamente, siempre han sido mujeres. En cambio los hombres, salvo uno, que era un hideputa, siempre me han tratado con mucha ternura y consideración. Y también, no sé por qué, caigo muy bien a las lesbianas, cosa que me apura bastante, porque a veces es difícil rechazarlas son herirlas. Pero les gusto, vaya, no se por qué. Ha habido tres hombres fundamentales en mi vida: Mi padre, mi marido y otro, que no pienso mencionar. Yo siempre he estado muy empadrada. Era muy guapo, parecía un inglés. El uniforme de Aviación le sentaba estupendamente, y todas mis amigas estaban enamoradas de él, con sus sienes plateadas. Paco es aquel que más placer me ha dado, y en sus años mozos estaba como un tren. Y el otro… bueno, era mi alma gemela, pero tan gemela que hubiera sido un desastre. Eramos demasiado parecidos. Escribir estas cosas me alivia, aunque no debiera hacerlo. Hay cosas que hay que guardarse para una, pero ¿quién lo ordena?. A mí me da igual que esté bien o no. No me gusta que me impongan normas sobre lo que debe hacerse y lo que no. Mi padre era un hombre de honor, de los que ya no quedan. Parecía sacado de un cuento de Kipling, o de 3 lanceros bengalíes o Beau Geste. Era el típico militar honrado a carta cabal. Vaya, como Sir Galaahad. Repito que yo le tenía, y le tengo después de muerto, muy idealizado. Pero es que fue un padre magnífico, que me dio una educación de boy scout. Me enseñó a orientarme por el sol de día y por las estrellas de noche. Me enseñó los nombres de los árboles, a distinguir un campo de habas de un tomatal, y cosas así. Me enseñó esas cosas que no estaban en los libros, y que los chicos de ahora ignoran, quizá porque sus padres no las saben tampoco. Cuando salí del colegio me llevó al polvorín de Puntiró, cerca del pueblo de Santa Eugenia, y me enseñó a disparar con pistola, fusil y metralleta , mientras me hacía fotos. Yo lo pasé estupendamente, y cuando después trabajé en el laboratorio de explosivos, a veces iba con un suboficial armero o con el Brigada Paco a la galería de tiro y pegaba allí unos cuantos a una lata que poníamos al final, encima de un talud de arena. Me lo pasé muy bien entonces. Cobraba un plus de peligrosidad, y mi tarea era calentar pólvoras de diferentes lotes de cartuchería en tubos de ensayo, en un aparato lleno de aceite pesado, hasta 180ºC. Una vez estaban haciendo reformas en el laboratorio y me trasladaron a un barracón, en el que la electricidad era de un voltaje muy superior a la que tenía yo en el laboratorio. El aceite se calentó muy deprisa y estalló el chisme y los tubos. Si no llego a estar distanciada me vuela la cabeza. Unos segundos antes estaba con las narices viendo el termometro, y ví con horror que casi se salía el mercurio por arriba. Apagué pero ya era demasiado tarde. Aquello estalló con un estrépito tremendo, y noté un golpe en la cara. Solo me había partido una ceja, pero aquello sangraba tanto (las heridas en la cara son muy aparatosas) que yo pènsé que me había quedado tuerta por lo menos, Corrí a ciegas hasta la enfermería, dando el susto de su vida al guripa que estaba allí, que era un admirador platónico mío, al que no le hacía ni caso. Yo de un salto me puse tendida boca arriba en la camilla, diciéndole: “¡¿Y mis ojos?!¡¿están bien?!. “ Y el muy percebe no tuvo otra ocurrencia que, antes de ver si me había quedado tuerta o no, ponerme una toalla encima de las piernas pudorosamente, pues aquello se llenó de gente para ver el estropicio sobre mi persona. Se corrió la voz y llegó la noticia a Son Rullán, donde estaba de jefe mi padre, como que en Son Bonet había estallado una bomba y se me había llevado por delante. Todo se aclaró porque me tranquilicé al ver que no estaba tuerta; sólo tenía una ceja partida. Enseguida telefoneé a mi padre para tranquilizarle, y el pobre vino en un coche corriendo. Se rió al ver que su hija estaba viva y todo quedó en un cachondeo. A mí me dieron una indemnización por “heridas en el cumplimiento de mi deber”, vaya, un poco más y me ponen la Laureada. Pero yo ya dije que cobraba un plus de peligrosidad. Jajaja a mí estas aventuras me encantaban.
Pues el hijoputa más grande que me he tirado en cara fue un teniente de aviación, que estaba destacado en Mallorca, y que estaba como un tren. Era alto, moreno y jugador de baloncesto. A mí me traía loca. Salimos en plan de novios de los de antes, solo haciendo manitas, pero salíamos casi todas las semanas. ¡Y mi padre era su jefe!. Qué cara de cemento. Porque cuando ya llevábamos un año saliendo un compañero suyo vino y me dijo, seguramente ya estaba nervioso de ver esta cerdada impasible, que el sujeto , que por cierto se llamaba Augusto Rodríguez Coviella, estaba casado y tenía la mujer y dos hijos en Valencia. Jugaba con el equipo de Lanas Aragón. Si me pinchan no me sacan sangre. Llegué a casa conmocionada, pero mi madre no me hizo ni puto caso. Me dijo que no hay ningún hombre que merezca que lloren por él. Pues triste consuelo. No me consolaba nada esto. Además no es verdad. Hay hombres muy buenos que se merecen que se llore por ellos, pero este desde luego que no. Era un cabrón de mucho cuidado, pero yo estaba hasta las cachas por él y no podía desenamorarme de golpe y porrazo. Pero no me quedó mas remedio.Empecé a tener un insomnio pertinaz. Noches horribles pasaba yo. Siempre ojerosa, y la gente creía que estaba enferma.El médico era un tarugo a la antigua, que no me hacía caso, y decía que eso eran cosas de la vida moderna.
Luego estuve saliendo durante varios años con un canario también muy guapo (yo a los feos ni caso, tenían que estar cachas) pero que tenía problemas con el alcohol. El quería acostarse conmigo y yo también, pero tenía demasiado miedo de quedarme embarazada porque entonces no se encontraban anticonceptivos por ninguna parte, y además estaba segura de que mi madre me lo notaría en la cara cono si lo llevase escrito en la frente:VIRGOPERDIDO. Y mi virgo era una cosa que preocupaba mucho a mi mamá.Decía que mi cuerpo era la urna del Espíritu Santo, y que tenía que conservarlo puro e intacto. A mí tanta pureza me resultaba cargante a no poder más, y tenía unas ganas tremendas de que viniese algún héroe y me desflorase pero dentro de las normas de moral y decencia imperantes en la postguerra franquista. Y esto no podía ser más que casándome. Cuando me casé, uf, qué sensación de libertad. ¡Casarse para ser libre!. Parece imposible, pero no. Luego mi madre se encargó de que pagase esta libertad a costa de mi salud, pues me hizo luz de gas y me torturó psicológicamente hasta que consiguió que cayese en grandes depresiones y ataques de angustia. El precio que tuve que pagar por perder aquel maldito trocito de piel de mi entrepierna fue muy caro, pero valió la pena.
Antes de casarme con Paco tuve otro novio, al que conocí en el Club Vinces, un club de fotografía y excursionismo. Paquita Alba, una amiga, me dijo que si porfa quería inscribirme con ella en ese club, pues allí había un tal M.S., que trabajaba en el Banco de Bilbao y que le gustaba mucho. Pues la Paquita de marras jugaba a la bolsa. Y este maromo era su consejero financiero. Yo le dije que sí, que me apuntaba al club. Ibamos de excursión todos los domingos, y llegué a andar 30 kmts. de una sola tacada. Nunca había estado tan sana. Pues el Miguel de las narices me empezó a rondar, y yo que tenía unas ganas de novio que no eran decentes, le dije que sí. Yo estaba contenta porque mi madre me decía a diario que no me dejase tocar, y lo de la urna del E.S. y el mozo la verdad es que de pulpo no tenía nada. ¡Qué chico más respetuoso!- me decía yo, mema de mí. Pues después de casi un año de ser novios formales y de haber visto carreras ciclistas a centenares, pues el payo tenía por hobby ser cronometrador de estos eventos deportivos, que a mí me resultaban atorrantes, pues va y me dice que no puede casarse porque tiene un defecto en los cataplines que cuando tenía 14 años no le bajaba un cataplín y por eso le tuvieron que dar hormonas, pero que a él le daban asco las mujeres y el acto sexual le parecía algo repugnante. Vaya, que mi madre y él hubieran hecho buenas migas, pues ella me decía eso siempre, aunque nunca la creí. Cuando el fulano me soltó esto, al día siguiente, sin mediar palabra, le devolví una cámara de fotos réflex que me había regalado, y me dedique sin pérdida de tiempo a poner cerco a Paco (el santo que ha aguantado todos estos años), que estaba como un tren, mucho más que el impotente (por cierto, se casó con una ligera de cascos, tuvo 2 hijos, no se sabe cómo, y se murió prematuramente de cáncer de pulmón, él que no había fumado en su vida. RIP.),pues como iba diciendo, Paco tenía una amanta que pertenecía al Club Vinces y que era sorda, pero muy ardiente. También trabajaba en el Banco de Bilbao, con Miguelito.(Q.E.G.-E.).Pues con mis artes malignas de femina, que nunca había puesto en práctica por no necesitar, le cacé y al cabo de un año nos casábamos con poca pompa en la capilla castrense del Aeródromo de Son San Juan (militar) y con un cura castrense llamado Don Ramiro. Y ya no me da la gana de contar nada más. Podía haberme casado con dos o tres hijos de padres empresarios muy ricos y hubiera sido una señorona ricachona, pero yo nunca miré el dinero de mis enamorados, sino su físico y sus luces. La verdad es que las luces del pobre impotente eran más bien pocas, pero me ennovié con él “porque no pasaba un alma”. Menos mal que después pasó Paco. Paquita Alba se enfadó mucho conmigo y no me habló durante una temporada, porque el payo que era mi novio inútil y ciclistacronometrador era precisamente aquel por el cual ella me pidió que nos hiciéramos socias del club ese, y consideró que le había hecho una faena.Pues un buen favor que le hice, la muy desagradecida. Pero después se casó con otro. Y ya basta por hoy.

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