pieles no

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Pieles NO

domingo, 2 de agosto de 2009

HISTORIAS PARA NO DORMIR


LAS COLCHAS DE GANCHILLO DE MI SUEGRA
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Hace años, cuando mi suegra vivía, se pasaba tres meses con nosotros y tres meses con su hija, mi cuñada. Yo me ponía contentísima cuando me tocaba el turno a mí. Cuando la gente sabía lo que hacíamos me compadecía una barbaridad, y no me creían cuando yo les decía que estaba encantada de tenerla en casa. Pues si, era una mujer encantadora. Ya tenía más de 8o años, (los cumplió poco después de casarnos). Paco nació cuando ella tenía 50, y creyó que era la menopausia. Pero fue un niño de tres kilazos,que Paco pesaba al nacer. Sus hermanos podían haber sido sus padres, y mi suegra, su abuela. Por eso tuve esta suegra tan inusual, que vivir con ella, más que con suegra era como hacerlo con una abuelita encantadora, que nunca metió cizaña, y que encima se ponía siempre de mi parte. Entonces trabajábamos los dos, y me encantaba el volver a casa a mediodía y encontrarme la comida hecha. Mi suegra guisaba muy bien, no al estilo mallorquín q ue es un poco soso, sino al estilo andaluz con toques marroquíes, pues se había pasado la vida en Marruecos cuando era colonia española, y tenían allí una finca estupenda.Concretamente donde nació Paco, en Alcazarquivir. Pues mi encantadora suegra, mi preferida de mi familia política, me servía de paño de lágrimas ante las perrerías que me hacía mi madre. ¡La cantidad de veces que he llorado a moco tendido a su lado!. Ella me contaba cosas de su pueblo, Calvià, cuando era soltera, cosas divertidas y de todo tipo que ella recordaba de cuando era niña, y que ni siquiera mi santo sabía. Pues durante años su entretenimiento mayor era hacer ganchillo, que hacía unas labores en blanco, zapatitos de niño que mi cuñada luego vendía en su tienda, colchas, tapetes, todo tipo de maravillas que iban saliendo de sus manos como palomitas blancas intocadas, pues lo hacía tan deprisa y bien, que parecían haber sido hechas por ángeles, por el apresto de nuevo q ue tenía todo cuanto ella hacía. Y por aquí vino el problema, ¡ay señor!. Ella tenía ya hechas de hacía algún tiempo, dos colchas de ganchillo, las más bonitas que he visto en mi vida, una de cama grande y la otra para una individual. Me las regaló. Yo se lo agradecí muchísimo, pero no me atrevía a usarlas, y las guardé en un armario dentro de bolsas de plástico. Bien cerradas para que no amarillearan. Pues un día en que ella estaba conmigo, no recuerdo por qué, salieron a colación las colchas, y yo fui a buscarlas. Miré donde las había puesto, o eso creía yo, y no estaban. ¡Qué raro!- pensé. Fui a otro armario, y tampoco, miré por todas partes, y no estaban. Yo estaba asombrada y desolada. No las había tocado nunca, y allí no entraba nadie que pudiera haberselas llevado. Además, que no eran un pañuelito, caray, que abultaban y pesaban lo suyo. Yo le dije que no las encontraba, y llamé a mi cuñada por si las tenía ella, pero yo estaba segura de no habérselas dado a guardar.,con lo que a mí me gustaban. Además, no tenía sentido. Eran mías, mi suegrita me las había regalado a mí. Yo no sabía qué cara ponerle. Estaba desolada, y pensaba que ella no me creería, que pensaría cualquier cosa, no sabía qué, que las había regalado, vendido, no lo sé. Solo sé que tuvo un gran disgusto, y yo más, pero no me hizo ningún reproche. Yo estaba segura de no haberlas llevado a la tintorería, pues no lo necesitaban, pero por aquello de que a veces se hacen las cosas sin pensar, pregunté en la única tintorería que había y a la que iba a veces, y nada de nada. Yo no sabía qué demonios decirle, pues no entendía nada. Ella calló y estuvo muy triste, pero disimuló y le quitó importancia a la cosa, pero a mí me repateaba el que en el fondo tenía que pensar, por muy cariñosa que estuviese y encima me consolase, que la culpa era mía. ¡Qué rabia, Dios mío!. Bueno, el caso es que me resigné, triste por haberle, sin querer yo, dado un disgusto a mi suegrita. Pasó el tiempo, pasaron dos o tres años, y no se volvió a hablar de las dichosas colchas.
Teníamos una habitación-trastero, que había sido registrada como por la Policía, donde guardábamos la estufa de butano en verano. Un verano entré en dicha habitación, y lo primero que veo es, encima de la estufa, las dos colchas dobladas impecablemente y sin ninguna mancha. Yo no las había puesto allí. Las cogí y se las llevé a mi suegra, que tuvo una gran alegría. Le dije la verdad, que estaban en ese sitio y que yo ignoraba cómo habían ido a parar allí, puesto que no las veía desde hacía mucho tiempo.
Mi suegra no me creyó, no sé qué debió pensar, pero se puso muy contenta. Y yo también, pero siempre me quedaré con el misterio de qué demonios pasó con las colchas en el ínterin en que estuvieron ausentes. Mi marido también alucinaba en colorines.Como dicen los gallegos, yo no creo en las meigas, pero haberlas, haylas. Ya sé que nadie me va a creer y que pensarán al leer esto que yo me iba de la olla, que estaban en otro sitio y las había sacado sin darme cuenta… mil cosas. Pensad lo que queráis, pero es verdad todo lo que he contado.

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