pieles no
viernes, 14 de mayo de 2010
Las velas
Al consumirse por completo, las velas borraban su propia historia. Sus orígenes se basan, necesariamente, en lo que los antiguos escribieron sobre ellas.
Parece ser que la vela se adoptó relativamente tarde para la iluminación casera. La más antigua descripción aparece en escritos romanos del s. I d.C., y este nuevo invento se consideraba una obra de arte. Hechas de sebo, un extracto sólido casi incoloro e insípido de grasa animal o vegetal, las velas eran también comestibles, y abundan los relatos acerca de soldados que, acosados por el hambre, devoraron sin titubear sus raciones de velas. Siglos más tarde, los guardianes de faros británicos, aislados durante períodos de varios meses, hicieron de la ingestión de velas una práctica profesional reconocida. Incluso las velas de sebo más caras exigían que, cada media hora, se despabilara el extremo quemado de la mecha o pabilo, sin extinguir la llama. Una vela que no se sometiera a esta operación, no solo difundía una pequeña parte de su capacidad, sino que la llama, al arder muy baja, derretia rápidamente el sebo restante. De hecho, en una vela que se dejara arder por sí sola, solo se consumía el 5% del sebo y el resto quedaba sin aprovechar. Sin que alguien las despabilara, ocho velas de sebo, con el peso de una libra, se consumían en media hora. Un castillo en el que ardieran cientos de velas de sebo por semana, requería un equipo de sirvientes encargados de despabilarlas. Esta operación requería gran destreza y sentido común. El abogado y escritor escocés James Boswell, biógrafo de Samuel Johnson, tuvo numerosas ocasiones de despabilar velas, aunque no siempre con éxito. En 1973 escribió: "Estaba decidido a pasar toda la noche en vela, cosa que me permitió escribir extensamente. Hacia las dos de la madrugada, despabilé mi vela sin advertirlo...y no me fué posible encenderla de nuevo..."
Encender otra vez una vela , una vez extinguido el fuego del hogar, podía requerir muchísimo tiempo, puesto que las cerillas de fricción estaban por inventar. En El Quijote, Cervantes se refiere a las frustraciones que acarreaba el intento de volver a encender una vela utilizando ascuas de un fuego.
Hasta el s. XVII hubo compañías teatrales que contaban con un muchacho al que se confiaba esta tarea. Ducho en este arte, entraba de vez en cuando en escena, en ocasiones coincidiendo con un momento de tensión dramática, para recortar los pabilos carbonizados de las velas humeantes. Aunque su entrada solía ser ignorada, si remataba con éxito la operación con todas las velas, el público le dedicaba un aplauso.Esta difícil tarea ya no tuvo objeto a finales del s. XVII cuando se propagó el uso de las velas de cera de abeja, que se evaporan parcialmente. La cera era tres veces más cara que el sebo, pero las velas fabricadas con ella ardían con una llama más viva. En 1667, Samuel Pepys escribió en su diario que, con el uso de velas de cera en el teatro londinense de Drudy Lane, el escernario aparecía "mil veces mejor y más radiante".
La Iglesia católica ya había adoptado el lujo de los cirios de cera, y la gente muy rica los empleaba para las grandes ocasiones. Datos referentes a una de las grandes mansiones británicas muestran que, durante el invierno de 1765, sus habitantes consumieron más de cien libras de velas de cera en un mes.
En el siglo siguiente, las velas de lujo serian las de cera blanquísima y reluciente; la dura y amarilla de sebo vegetal, procedente de China, y la vela verde, perfumada con laurel, utilizada en la costa nordeste de Norteamérica.
Las velas que utilizaba la Inquisición Española eran verdes, pero de perfumadas nada.
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