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Pieles NO

jueves, 20 de mayo de 2010

Cuando Dios me habla alto y claro y me pasa la mano por el lomo




A veces me ocurre. No sé por qué, porque no creo merecerlo. Pero Dios me quiere mucho. Tampoco conozco la razón. Pero estoy segura de que Dios tiene sus preferencias, lo que no me parece demasiado bien por su parte. Un Dios pienso que debería ser más imparcial. Los musulmanes, cuando alguien es mimado por Dios, dicen de él que tiene “baraka”. Los occidentales lo traducen como “suerte”. Nada más lejos de la verdad. Baraka significa “que Dios te mira con benevolencia”, que le caes bien, vaya, que eres un-a enchufad@. Yo lo soy y me alegro muchísimo. A menudo he leído escritos de hombres sabios y santos que se quejan de lo que llaman “el silencio de Dios”, cosa que les atormenta. Pues yo de silencio, nada. Dios es de lo más dicharachero conmigo, hace cosas a veces hasta extravagantes para hacerse notar y me mima una barbaridad. A mí me es imposible ser atea, como a otras personas les es imposible ser creyentes. Pero lo mío ya no se trata de fe, lo mío con Dios es una cuestión empírica. Como un día que vino y me dio un abrazo. Que duró tres minutos de reloj. TRES. Lo ví, y lo entendí todo. No con los ojos materiales sino con los que pueden verlo todo. No voy a explicar nada más, haría el ridículo y nadie me iba a creer. Pero esa experiencia vale por toda una vida. A veces pienso que es tantísimo lo que Dios me ha dado, que aunque me pasase lo que me queda de vida rezando, no bastaría para agradecérselo.
Las pocas veces que he dicho a alguien que Dios me tiene tan mimada, la gente inmediatamente cree que mi vida ha sido un camino de rosas. Nada más lejos de la realidad. Lo he pasado muy mal durante muchísimo tiempo. Pero siempre mis penas tuvieron un fin, aunque a veces no veía el final del túnel.
Yo no soy muy rezadora. Debiera, como buena musulmana, rezar cinco veces al día las oraciones preceptivas, pero a menudo las olvido. Pero cuando hago el salat bien, lo hago bien.
Durante aquellos tres tremendos minutos -¡qué difícil de explicar es eso!- lo comprendí todo. Dios me llevó a un punto del Universo desde el cual lo ví todo, y ví que todo estaba en orden. Y que si yo conservaba mi orden interior, todo estaría siempre en orden para mí.
Dios me quiere, quizás porque yo le quiero a El muchísimo. Y Dios es agradecido.No pienso en Dios como en una persona, sino que, cuando intento razonar lo irrazonable, me digo que Dios es el orden que rige al Universo, pero a mí me parece que es algo más. Si Dios fuera solo “el orden” no vendría de vez en cuando a pasarme la mano por el lomo y a decirme cuánto me quiere.
No pretendo, escribiendo esto, querer explicar a Dios. Nadie puede hacerlo, ni los místicos, ni los más sabios. Yo creo que quien más se ha acercado ha sido San Juan de la Cruz, en un poema que tiene en el que explica una experiencia “de alta contemplación”. El pudo hacerlo, pero Juan Miseria, como le llamaba la gente, porque siempre estaba entre leprosos, enfermos y moribundos, no era un cualquiera.


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