pieles no
lunes, 2 de marzo de 2009
La clientela calé de mi abuela
Cuando yo era pequeña, en los oscuros años de la posguerra, había mucha gente que pasaba hambre. No había comedores sociales como ahora, no había nada. Los pobres, todos pedían limosna, unos para comer y otros para gastárselo en vino. Las señoras piadosas de la época decían, cuando daban una limosna:"-No se lo gaste usted en vino".Y miraban recelosamente al pobre pobre. Yo digo, y qué importaba en qué se lo gastasen. Esas señoras a mi modo de ver tenían que dar la limosna, si querían, y nada más, pues lo que hacía el socorrido en cuestión con el óbolo no era problema de la piadosa dama, sino del menesteroso. Algunas decían que ellas no daban nunca dinero a los pobres "porque se lo gastaban en vino". Claro, como entonces no había el problema de las drogas, el emborracharse era lo peor. Pero mi abuela no era tan remirada y tenía una clientela gitanil a la que socorría, sin preguntarles qué diantre hacían con el dinero que les daba. Yo era una niña pequeña y recuerdo que mi abu tenía dos gitanas en nómina: La llama "gitana vieja", y la "gitana guapa". La primera era una desgraciada, que acabó muriendo de sobreparto, pues fabricaba churumbeles uno tras otro, pues entonces era pecado grandísimo usar preservativos, que solo se daban con receta médica en las farmacias. Además, los gitanos nunca han sido fans de estos adminículos, machistas como son. Las pobres mujeres acababan reventadas. La "gitana guapa" era guapa de veras. Parecía sacada de un cuadro de Romero de Torres. Mi madre la llamaba "el billete de cien pesetas", pues en estos había una reproducción de un cuadro de este pintor cordobés de una gitana con un cántaro. Las dos eran muy buenas mujeres y mi madre y mi abuela les daban ropa de abrigo en invierno y algún dinerito y junto con otras señoras piadosas iban tirando. Los maridos no aparecían nunca, se suponían que estaban emborrachándose en la taberna (eso suponían las pias señoras, lo que hacían, npi.),pero los churumbeles sí que hacían acto de presencia. Recuerdo que un día vino a casa la gitana vieja con uno de sus nenes, que eran todos de pelo negro ala de cuervo y además rizado, y parecían salidos de un cuadro de Murillo. Pues vino con un chico pequeño que por no tener ropa para él iba vestido con un traje de niña, y mi abuela lo tomó por una de éstas. Díjole:-"¡Oh, qué niña más preciosa...". Esto fué demasiado para la dignidad del gitanete, quien se levantó la falda del vestido de nena y le enseñó sus partes nobles, lo que causó un shock en mi abuela, que se quedó sin palabras. Pero cuando uno trata con la gitanería, que tiene pocas inhibiciones, debe estar hecho a todo. Entonces ya usábamos el gas butano, y como eran otros tiempos, todo el mundo tenía la costumbre de dejar el dinero de la botella debajo de ésta, cosa impensable ahora. Pero entonces sí. Una vez, mi abuela, espiando por la mirilla, pues había desaparecido el dinero un par de veces últimamente, vió a uno de los gitanitos levantar la bombona y apropiarse del dinero. Mi abuela salió y cogió al nene con las manos en la masa. El chico huyó rápidamente, perseguido por las invectivas furiosas de mi abuela, que le decía que encima que les tratábamos bien, nos robaban. El gitano era vengativo, y desde entonces y durante largo tiempo, teníamos que quitar una gran cagada que venía a hacerse encima de la alfombrilla de la puerta de entrada.Mi madre alucinaba, y decía que no comprendía cómo diantre podía estar preparado para cagar precisamente cuando quisiera, pero yo pensaba que con aguantarse un poco los retortijones cuando los sentía, y venir a soltar la mierda delante de nuestra puerta era relativamente fácil. Antes, delante de las puertas de las casas, y también en los peldaños del tramo de escalera que tocaba a cada vecino, era costumbre poner plantas, sobre todo aspidistras y helechos. Pero ahora esta costumbre ha desaparecido, pues dichos adornos vegetales no duran ni cinco minutos fuera.La gitana vieja pedía dinero sobre todo para medicinas, y siempre traía la misma receta, que ya estaba ajada y arrugada, y un día mi madre se lo hizo notar. La mujer se avergonzó pero siguió teniendo su dinerito.A mi madre había muchas veces que daban ganas de retorcerle el pescuezo, pero otras era buena persona.
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