pieles no
lunes, 21 de enero de 2013
Los estragos de la virtud (1)
Ultimamente he estado publicando las experiencias contadas en primera persona por el cura Jaume Santandreu. No le llamo excura, porque en el colegio de Las Teresianas, donde me maleduqué, me enseñaron que el Orden Sagrado (sacerdocio) era imborrable e imperecedero, y que se era cura para siempre jamás, aunque no ejerciera, el obispo le hubiera prohibido hacer de tal y decir misa, o el Papa le hubiera excomulgado. En su día conocí a chicos que habían estado en el seminario y no se hicieron curas, pero la estancia allí les dejaba una impronta imborrable. Yo no quiero pensar mal, pero es que aunque luego se casasen y tuviesen hijos, el exseminarista quedaba impregnado de algo que lo distinguía de los demás hombres. Debe ser que el seminario “imprime carácter”, y deja una huella en la personalidad imposible de borrar, por mucho tiempo que hubiese sucedido. Algo parecido –aunque completamente distinto, ¡CUIDADO!,- a lo que ocurre con quien ha militado en el Partido Comunista… son lugares que dejan una huella y que te marcan como a una res. Para bien en el segundo de los casos, por supuesto. No hay que mezclar churras con merinas.
Cuando yo estaba bajo el yugo de la clericalla y adyacentes (las feroces Teresianas) a veces me entraban ganas de gritar y salir corriendo, pero la sociedad, la familia, la posguerra de Franco, todo ello era como una cadena que te ataba y no te podías mover de un circulito restringido e invisible, pero con unas leyes y preceptos clarísimos que no te podías saltar, a costa de tu fama, salud y hasta la vida. A mí aquellos años me hicieron mucho daño. Acabé con los nervios destrozados, y no solo en mi etapa colegial, sino después, hasta que me casé. E incluso después. Tuve que pagar con sangre, sudor y lágrimas el precio de mi libertad.
Todo esto puede parecer algo exagerado, pero no lo fue. La mayoría de mis condiscípulas se acomodaban bien a este yugo y parecían felices. Yo no. Lo único que me ayudó a sobrellevar esta cárcel invisible fue mi afición a la lectura. A mi madre le importaba muchísimo que llegara virgen al matrimonio, que tuviese buena reputación y que fuera todos los domingos a misa, cosas las tres que me la sudaban, pero debía disimular. Mi madre, en cambio, nunca me puso pegas para leer lo que me diera la gana, porque nunca pensó que las lecturas pudieran influír tanto en una persona y ayudarla a pensar. Mi madre era escritora, pero sentía un profundo desprecio hacia la literatura. Si se lo hubiese dicho se hubiera escandalizado, pero era así. Cuando oía contar algún suceso un poco fuera de lo común, o yo sltaba una de mis paridas filosóficas, me decía con desdén. “¡Bah, eso es literatura!”. Cosa no poco curiosa en alguien que pretende pasar por literata.
Pero la lógica no era el fuerte de mi madre.
Mucho después de salir del colegio teresiano, que ahora se llama Pedro Poveda, nombre del cura que tuvo la ocurrencia de fundar “aquello”, me enteré de por qué Franco les tenía tanto cariño y había mandado a sus nietas a estudiar allí, y no al Sagrado Corazón, Las Damas Negras o algún otro colegio de alcurnia. Y es que en Madrid las Teresianas eran las carceleras de la prisión donde estaban encerradas las milicianas, “rojas”, prostitutas y mujeres de mal vivir, y Paquito el de la Voz de Pito era agradecido a su manera.
En las Teresianas de Palma entré yo porque entonces el colegio estaba exactamente delante de donde vivíamos,y mi madre, que desde que estuve tan enferma estaba siempre pensando que me pudiera pasar algo, y me acompañaba a todas partes aunque ya fuera mayorcita, decidió que aquel antro era igual de malo que cualquier otro para mi educación. Yo tenía 8 años y me seguía acompañando, por lo que las compañeras se cachondeaban, y yo se lo dije y ya me dejó ir sola (era cruzar la calle).
Las Teresianas eran como monjas, pero no iban vestidas de tales. Casi peor, porque no iban de mujeres normales y hasta en verano llevaban manga larga y falda casi tobillera, lo que las convertía en unos perfectos mamarrachos. Casi todas se peinaban con moño, lo que las hacía aún más ridículas. Cada X años (no recuerdo bien) podían salirse, o renovar los votos. Solo conocí a una que se casó, se llamaba Señorita Muñoz (había que llamarlas así), era andaluza, monilla, culona y cursi. Pero todas las demás eran más feas que Picio.
Como en el resto de la clericalla y adyacentes, en aquellos tiempos de la España franquista, católica, Reserva Espiritual de Occidente ante la pervertida Francia y la arrogante Inglaterra, Unidad de Destino en la Universal , Evangelizadora de América ,y no sé cuántas chorradas más, que teníamos que aprender de memoria para aprobar la asignatura del Formación del Espíritu Nacional, el pecado por antonomasia, el Unico Pecado era el SEXTO. No recuerdo que nunca nos dijeran que estaba feo matar, robar, traicionar, machacar a los que no pensaban como tú, tener caridad con el prójimo ni nada de eso. Nos educaban para ser mujeres honestas, buenas madres de familia, reinas de nuestro hogar. Esto, la clase de tropa. Pero las elegidas, ésas, iban a ser las Teresianas y monjas del mañana. Algunas niñas pelotas, -o imbéciles, que de todo había- simulaban que querían ser Teresianas de mayores, y así eran mejor tratadas y eran más cariñosas con ellas.Las llamaban “teresianillas” (enternecedor). Como yo nunca me expresé en estos términos, lo que se dice cariño, la verdad es que recibía poco. Yo me limitaba a estudiar, sacar el curso e ir a mi bola. Estudiaba mucho y tenía buenas notas, porque entonces no era como ahora que pueden pasar al curso siguiente teniendo asignaturas suspendidas, sino que tenías que repetir el año entero aunque te hubieran suspendido la gimnasia. (Que por cierto hacíamos con unos pololos verde loro que nos llegaban hasta los tobillos y una falda del mismo color encima, y una blusita blanca, todo muy suelto para no marcar nuestras juveniles formas)
Pues yo estudiaba como una fiera porque para mí el tener que pasar un año más allí dentro me parecía lo peor que me podía ocurrir, contaba los años como los presos su condena. La verdad es que sacaba muy buenas notas, en todo menos en Matemáticas, que nunca las comprendí, y además me las enseñaron mal y como no tenía base alguna, así no había manera. Yo solo sabía que dos y dos eran cuatro de oídas.
En el próximo capítulo (esto va a durar una barbaridad) la cosa tendrá ya más morbo, porque empezaré a contar cómo allí aprendí lo que era el sexo, visto desde la perspectiva de la clericalla y adyacentes y visto por mí y mi católica familia.
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He estado buscando en Internet una foto para ilustrar este escrito, y solo he encontrado esta de cuando las Teresianas iban de monjas.Debía de ser de antes de la guerra. Pero lo que me ha dejado alucinada en que en todas las páginas dedicadas a ellas se dice que eran tan modernas, avanzadas, y cosas así.NO ES VERDAD: Yo me pregunto cómo serían, si la cosa fuera cierta, los otros colegios de monjas de la época, como las Agustinas, Madre Alberta, etc. Debían tener sala de torturas y atarlas con grilletes a los bancos, sino no entiendo nada. Lo que dicen de cierto es que el colegio del principio -en el que estuve yo- era una especie de pegote múltiple de diferentes edificios, todos a cual más horroroso.
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