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Pieles NO

lunes, 28 de abril de 2014

Anécdotas historicas

Anécdotas Históricas -129-




Al rey Luis XIV de Francia le gustaba viajar en su carroza acompañado por mujeres solamente; fuesen sus hijas bastardas, sus nueras, sus nietas o damas de alta alcurnia, éstas tenían el gran privilegio de subir en el real carruaje y sufrir, por otra parte, la tiranía del soberano. El Duque de Saint-Simon habla de ello en su capítulo dedicado a  "la Corte de Luis XIV" :

"En esa carroza, durante los viajes, había siempre muchas cosas que comer: viandas, pastelería y frutas. No habiendo rebasado el cuarto de legua ya recorrido que el rey preguntaba si no querían comer. Él jamás comía nada entre horas, ni siquiera una fruta, pero se divertía viendo comer, comer hasta reventar. Las damas debían tener hambre, estar alegres y comer con apetito, con ganas, de otro modo no lo encontraba bueno y lo demostraba agriamente. Se hacían las graciosas, las delicadas, las dispuestas, y eso no impedía que esas mismas damas o princesas que cenaban con otras a su mesa el mismo día, se encontrasen obligadas, bajo las mismas penas, a mostrarse tan dispuestas como si no hubiesen comido en toda la jornada. Con esto, no se podía hablar de necesidades, ni siquiera mencionarlas, lo que, por otro lado, habría sido muy embarazoso para esas damas hacerlo con los destacamentos de la Casa del Rey y los Guardias-de-Corps que iban delante y detrás de la carroza, y los escuderos que iban a la altura de las puertas, y que levantaban una polvareda que invadía todo lo que se encontraba dentro del coche. El rey, que amaba el aire libre, quería que todas las ventanillas estuvieran bajadas y habría encontrado de muy mal gusto que cualquier dama hubiese tirado la cortina contra el sol, el viento o el frío. No solamente era menester que no se percatase de esas y otras incomodidades: encontrarse mal habría sido motivo suficiente para no volver a subir en el carruaje.




He oído contar a la Duquesa de Chevreuse, que el rey siempre estimó y honró, y que él, siempre que ella pudo, quiso tenerla en sus viajes y en sus particulares, que yendo en su carroza con él de Versailles a Fontainebleau, le vino, al cabo de dos leguas, una de esas necesidades imperiosas a las que uno no cree poder resistirse. El rey paró en camino para almorzar sin apearse del carruaje. Esas necesidades, que redoblaban a cada momento, no se hacían sentir en vano como en ese ágape, de la que hubiera podido escabullirse un instante bajando hasta la casa de enfrente. Pero la comida, que tomó de manera comedida, redobló la extremidad de su estado. A punto estuvo, por momentos, en confesarlo forzosamente y poner un pie a tierra, como dispuesta también a perder el conocimiento, su coraje la sostuvo hasta Fontainebleau, dónde creyó reventar. Poniendo pie en tierra, vio al Duque de Beauvilliers, llegado la víspera con los Infantes de Francia, a las puertas del carruaje del rey. En vez de subir con el séquito, agarró al duque por el brazo diciéndole que iba a morirse si no se aliviaba. Atravesaron el Patio Oval y entraron en la capilla que allí se encontraba y que, felizmente, estaba abierta y dónde se decía misa todas las mañanas. La necesidad no tiene ley; Madame de Chevreuse se alivió a sus anchas en aquella capilla y tras cuya puerta el Duque de Beauvilliers montaba guardia. Cuento esta miseria para mostrar cual era la penuria que sufría diariamente cualquiera que codeara al rey y gozara de su favor y privilegio, como en el caso de la Duquesa de Chevreuse en el apogeo del suyo. Esas cosas que parecen naderías y son naderías de hecho, caracterizan demasiado bien para omitirlas. El rey tenía en ocasiones algunas necesidades, y no se privaba de bajar para poner pie en tierra, mientras que las damas debían permanecer en el carruaje."

 
 
Luis y Maria Teresa


                                     

           Luis XIV de Francia, el conocido como El Rey Sol, que también reinó en Navarra, todo sea dicho, era un hombre poco aficionado a la limpieza. Pero no era este un mal exclusivo del rey, sino que él era más bien el representante, el máximo representante incluso, de la forma en la que se vivía y se veían la cosas en los lejanos días del siglo XVII.

El rey de Francia se bañaba únicamente bajo receta, es decir, cuando el médico le aconsejaba que tal paso por el agua era saludable. Y es que en aquel tiempo no es que se pensara que el baño era una pérdida de tiempo y una inutilidad, sino que se tenía por algo contraproducente y perjudicial. Luis XIV se conformaba con asearse cada mañana la cara con un algodón impregnado en alcohol o incluso en saliva, como haría cualquier gato.

¿Y cuáles eran las consecuencias de la falta de higiene? Pues muchas, como es lógico, pero una de ellas era la aparición de pequeños bichitos como los piojos que además encontraban un paraíso cuando la moda obligaba a llevar unas enormes pelucas. Bajo esas enormes cabelleras falsas estaba la real, tapada y llena de estos insectos. De hecho, en aquel tiempo era común que estos hombres y mujeres de la alta sociedad llevaran una pequeña mano de marfil al final de un largo mango, que tenía como finalidad el rascarse la cabeza por debajo de la peluca, allá donde el piojo gobernaba la cabeza del rey de Francia.

Fuente: Mis anécdotas preferidas, de Carlos Fisas.

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