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Pieles NO

miércoles, 8 de diciembre de 2010

La percepción extrasensorial de las plantas






Aunque pueda parecernos imposible, hace unos cuantos años un intrépido científico pudo llegar a probar y comprobar que, como nosotros, las plantas tienen sensaciones y sentimientos.
Hacia los fines de la década de los ’60s, un profesor de una escuela de polígrafos llamado Cleve Backster se había pasado la noche en el establecimiento donde enseñaba el arte del manejo de aquellos aparatos a policías y agentes del mundo entero. El lugar era un edificio de oficinas, situado frente al Times Square de Nueva York. El profesor se encontraba ordenando unos papeles cuando dirigió su vista hacia un espécimen de Dracaena Massageana, una planta tropical semejante a una palmera con hojas grandes y pequeños racimos de diminutas flores. Bacskter tenía un galvanómetro a mano, y sintió el impulso de aplicárselo a la planta y regarla, para estudiar si las hojas eran afectadas por el agua que caía sobre sus raíces, y si lo era, cómo y con qué rapidez.
Mientras la planta absorbía el agua, el galvanómetro no indicó resistencia alguna, con gran sorpresa para Backster, ya que era esperable una mayor conductividad eléctrica con la planta húmeda. Pero la pluma del aparato, en vez de elevar su curva sobre el pale, tendía a descender. El galvanómetro es la partícula del polígrafo detector de mentiras, que cuando se le aplica a un humano por medio de electrodos a través de los cuales pasa una corriente eléctrica, mueve una aguja que comienza a describir líneas ondulantes sobre un papel como reacción a las imágenes mentales o a cualquier emoción, por leve que sea, del sujeto.
La planta de Backster, para asombro suyo, estaba manifestando una reacción semejante a la que mostraría un humano que está recibiendo un estímulo emocional de corta duración, como si la planta fuera capaz de demostrar emociones.
La manera de provocar en un humano una reacción lo suficientemente fuerte para hacer saltar el galvanómetro, es amenazarlo o asustarlo poniendo en peligro su bienestar. Eso fue lo que decidió hacerle el profesor a la plata: metió una de sus hojas en una taza de café caliente que tenía consigo. El galvanómetro no registró reacción alguna.
Se le ocurrió entonces quemar la hoja a la que había aplicado el galvanómetro; en el momento mismo en el que se reflejó en su mente la imagen de las llamas y antes de que pudiera buscar un fósforo, se produjo un dramático cambio en el papel cuadriculado: la pluma marcó una prolongada línea descendente. Backster no se había movido en lo más mínimo; lo que lo hizo reflexionar en que acaso la planta pudiera leer sus pensamientos.
Salió de la habitación y volvió trayendo fósforos; vio entonces que la gráfica mostraba una rápida ondulación hacia arriba, seguramente causado por su determinación de llevar a cabo la amenaza. Se dispuso a quemar la hoja; esta vez la gráfica marcó una reacción más baja. Cuando de hecho comenzó a realizar los movimientos para quemar la hoja, no hubo reacción alguna. La planta parecía capaz de distinguir entre un intento verdadero y uno simulado.
A partir de ese momento, Backster se embarcó en la investigación más minuciosa que hubiera realizado alguien de estos fenómenos. Amplió su oficina y creó un laboratorio científico. Se dedicó a obtener gráficos de todas las especies de plantas; el fenómeno parecía persistir aunque se les arrancasen las hojas o se las recortasen para adaptarlas al tamaño de los electrodos. Aunque se desmenuzara una hoja y se distribuyesen los pedacitos en los alambres, el gráfico seguía registrando las sensaciones vegetales de manera pasmosa.
Las plantas no reaccionaban sólo a las amenazas de los seres humanos, sino a cualquier peligro no manifestado o expreso, como la aparición súbita de un perro en la habitación, o la presencia de una persona a quien no le gustasen mucho las platas. Backster afirmaba que cuando una planta está amenazada por un peligro o perjuicio, reacciona en defensa propia de una manera parecida a como lo harían los pulpos e incluso los seres humanos, es decir, perdiendo el sentido o experimentando un vahído profundo.
Estas y otras experiencias vegetales fueron registradas en la obra La vida secreta de las plantas, de Christopher Peter Thompson.

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