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Pieles NO

miércoles, 2 de mayo de 2012

Historia del desodorante









El problema del olor corporal es tan antiguo como los intentos que ha realizado el hombre para solventarlo. Desde el alba de la Historia escrita, hace 5.500 años en Sumer, todas las civilizaciones importantes han dejado rastros de sus esfuerzos para producir desodorantes.
Los antiguos egipcios recomendaban un baño aromático , y, tras él, una aplicación de aceites perfumados en las axilas. Elaboraban productos especiales a base de limón y canela que no se enranciaran en el clima semitropical, ya que con ello también su olor se hubiera vuelto ofensivo. A base de experimentación, los egipcios descubrieron que la eliminación del vello de las axilas disminuía considerablemente el olor corporal. Siglos más tarde, los científicos descubrirían el motivo: El pelo incrementa notablemente la zona superficial en la que las bacterías, en sí inodoras, viven, proliferan y se descomponen hasta producir malos olores.
Tanto los griegos como los romanos obtenían sus desodorantes perfumados a partir de fórmulas egipcias. De hecho, a lo largo de gran parte de la historia, el único desodorante efectivo -exceptuando el lavado regular- era el perfume. Y ésto tan solo enmascaraba un olor con otro, y sólo temporalmente.
La relación entre sudor y olor se comprendería más cabalmente al descubrirse las glándulas sudoríparas en el s. XIX.
Los científicos averiguaron que el sudor humano lo producen dos tipos de glándulas: La apocrina y la ecrina. Al nacer, existen las mismas estructuras en toda la superficie del cuerpo, lo que explica el olor característico de los bebés. La mayoría de estas glándulas desaparecen gradualmente, excepto las concentradas en las axilas, alrededor del ano y en torno a los pezones. Las glándulas son prácticamente inactivas durante la infancia, pero empiezan a funcionar en la pubertad, activadas por las hormonas sexuales. En la vejez llegan a atrofiarse.
Sin embargo, la mayor parte del sudor humano lo producen las glándulas ecrinas, abundantes en la superficie corporal. El sudor humano es copioso, y refrescante. Con un calor extremo, y dada una abundante absorción de agua, se ha medido en seres humanos una secreción de hasta 12 litros de sudor en 24 horas. Las glándulas ecrinas también funcionan como respuesta al nerviosismo, la fiebre, el estrés y la ingestión de alimentos picantes. Y el sudor causado por el estrés emocional es particularmente intenso en las axilas, las palmas de las manos y los pies. Sin embargo, la mayor parte del sudor se evapora o es debidamente absorbido por la ropa.
El hecho de que las axilas mantengan calor y humedad crea un ambiente acogedor para las bacterias. Pruebas científicas convincentes demuestran que el olor de las axilas procede principalmente, por no decir exclusivamente, de bacterias que abundan en las secreciones de las glándulas apocrinas. Se llevó a cabo un experimento consistente en acumular sudor humano apocrino fresco y se demostró que era inodoro. Conservado durante seis horas a la temperatura de una habitación (con la consiguiente multiplicación y muerte de bacterias) adquirió su olor característico. Cuando se procedió a refrigerar el sudor del mismo origen, no se desprendió olor alguno.
Por consiguiente, los desodorantes, tanto antiguos como modernos, nunca han atacado la raíz del problema: La persistente humedad bajo los brazos. Privadas de la humedad mediante un "antiperspirante", las bacterias no pueden multiplicarse.

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