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Pieles NO

domingo, 16 de enero de 2011

El por qué de los nombres de algunos platos





La copa Melba.-Fué inventada por un cocinero en honor de la cantante australiana Nelli Melba, ex profeso para que no le sentase mal a la garganta y pudiera cantar como un jilguero.

La hamburguesa.- Se inventó en Hamburgo.

La magdalena.- Lleva el nombre de la pastelera del rey de Polonia que la inventó.

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August Escoffier, considerado por muchos el chef más genial del S. XIX, inventó en 1892, cuando estaba a cargo del restaurante, en el famoso hotel Savoy de Londres, la Copa Melba en honor a la cantante de ópera australiana Elena Poster Mitchell de Armstrong, conocida con el nombre artístico de Nelly Melba.

Lo presentó en una compotera de plata con un cisne tallado en hielo y rápidamente este postre hecho con helado de vainilla, duraznos en almíbar y salsa de frambuesas alcanzó fama mundial, al igual que su inspiradora.
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La Magdalena de Proust

« […] En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado en tila que mi tía me daba (aunque todavía no había descubierto y tardaría mucho en averiguar el por qué ese recuerdo me daba tanta dicha), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer recados, y los caminos que seguíamos cuando hacía buen tiempo. Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té […]»

(Marcel Proust, En busca del tiempo perdido: Por el camino de Swann)

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