Yo crecí, como ya he dicho muchas veces, en una familia "bien". Esto implicaba que me fué imbuída, desde niña, la idea de que trabajar con las manos era cosa de siervos de la gleba, de la clase trabajadora, y por tanto, despreciable. A los siervos esos no había que cargárselos,ni azotarlos, como en el medioevo, sino tratarles con comprensión, compasión y amabilidad. En casa de mi abuela materna, por ejemplo, cuando se casaban las criadas -que vivían toda una vida paralela a la de sus amos, pero muchos escalones por debajo-, se acostumbraba a darles una dote, y cuando nacían sus nenes, siervitos a su vez, que seguirían sirviendo a los hijos de sus señores, se les regalaban faldones de bautizar y otras menudencias. Todo era muy feudal. Y eso que era en Cataluña, no en Andalucía. Y es que a los "señores" andaluces, a ésos, había que echarles de comer aparte.
Mi profe de ruso decía que no hay nada tan aberrante como un obrero de derechas, y pienso que es cierto. Yo tenía todos los números para convertirme en una señora fascistoide aunque bondadosa con los que me servían, pero gracias a Dios y a Marx, a quien conocí a tiempo,como me dí cuenta de por donde iba, cambié y me dí la vuelta como un calcetin. Mi madre se reía mucho de mi militancia comunista, pues siempre creyó que era para mí una forma de divertirme, y que en el fondo los despreciaba, a mis camaradas. Le parecía imposible que no fuera así. Nunca intenté desengañarla, hubiera sido inútil. Pero era cosa normal en una señora como mamá. Ahora, lo que no me parece tan lógico es que alguien que desciende de padres o abuelos que han trabajado con las manos, tengan los prejuicios propios de los señoritos. Eso ya no lo entiendo, se me caen los palos del sombrajo, me parece aberrante. Que se ofendan cuando se les recuerde el trabajo con las manos de sus padres me parece repugnante. Y haberlos haylos. Yo conozco algunos.
Y quien se pique, es que come ajos.
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