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Pieles NO

sábado, 2 de abril de 2011

El sexo en la Edad Media





En la Edad Media el término amor no estaba demasiado bien considerado. Con él designaban a la relación que surgía fuera del matrimonio y fruto de pasiones irrefrenables. Tanto es así que prácticamente lo consideraban un trastorno emocional. Los sentimientos que existían entre los cónyuges se designaban de otra manera, como, por ejemplo, dilectio, (elección voluntario del otro) u honesta copulatio, (práctica del sexo con el casto motivo de continuar con la especie).
Por cierto, sí que opinaban que la mujer tenía que alcanzar también el orgasmo como condición sine cua non para que la concepción se produjera. De hecho, los expertos de la época opinaban que la mejor manera de lograr concebir un hijo era que los orgasmos de ambos estuvieran lo más sincronizados posibles.
Por otra parte, como ya hemos visto el sexo puramente pasional no estaba bien visto, así que para reprimirlo evitaban comer carne ya que pensaban que ésta aumentaba en el hombre la cantidad de líquido seminal y con ello la necesidad de expulsar realizando el coito de forma compulsiva. Y es que ya se sabe que una buena comida no sólo abre el apetito de nuestro estómago.
Ahora bien, el problema lo tenían realmente los solteros. ¿Sabías que si se pillaba uno de ellos manteniendo relaciones coitales con algún miembro de la servidumbre era castigado a pasar 20 días sin tomar otra cosa que no fuera agua y pan?. Menos mal que en algo sí hemos avanzado hoy en día…
El control de la sexualidad durante los mil años del Medioevo europeo marcaron usos y costumbres que, hoy, todavía colorean los tabúes acerca del sexo.
El periodo histórico llamado Edad Media, comprende una amplitud temporal de tal magnitud que es difícil enmarcar puntualmente cualquier proceso cultural como inamovible. Se designa como comienzo de este periodo la caída del Imperio Romano de Occidente (año 476 d.C) y llegaría a su fin con el descubrimiento de América en 1492, siempre tomando estas fechas por convenientes y aproximadas.
Más de mil años de historia. Difícilmente se puede, en un periodo tan amplio, hablar de un aspecto humano que no haya mutado; sin embargo, la sexualidad, durante todo el Medioevo, tuvo características muy notorias y determinadas.
Iglesia católica, musulmana o judía, realmente no es esencial el credo, sino la postura tomada ante la sexualidad. Como contraposición al desorden familiar, al salvajismo y las políticas inusuales de los bárbaros, las iglesias toman un poder inusitado en todos los órdenes de la vida social, económica y política en el Medioevo.
Autoridades episcopales y monacales rigen el orden en ciudades y campiñas, y se aseguran de que las características latinas no sucumban ante las costumbres bárbaras. De este modo, sobreviven el latín, el derecho romano y muchos otros rasgos de la cultura clásica en detrimento de los usos extranjeros.
Del mismo modo queda afectada la sexualidad, que queda encorsetada en el marco del matrimonio, siendo este rígidamente controlado en sus aspectos más íntimos por las normas eclesiásticas de cada confesión.
La Iglesia establece un orden controlable dentro de la sociedad. La existencia del matrimonio como núcleo familiar y, por ende, la familia como núcleo social, facilita en control de la sociedad toda y, con ello, el manejo de la historia y la política.
El matrimonio eclesiástico, entre hombre y mujer, indisoluble y normado, destierra las costumbres bárbaras del adulterio (que realmente no existía al no existir matrimonio, y sí lo hacían las uniones voluntarias y de hecho, fácilmente solubles), y del incesto. Visto este desde el punto de vista de cada Iglesia, puesto que lo que es incesto para iglesia católica no lo es para la iglesia judía, tomando por ejemplo el caso de una prima en primer grado, hija del hermano del padre, o el incesto político entre un hombre y su cuñada viuda, caso de nupcias obligatorias en el caso judío.
Relaciones adúlteras, homosexuales, grupales, masturbación y libertad de juego sexual fueron proscritas en este nuevo orden sexual cuya finalidad última y bendecida es la procreación. El derramamiento de semen, la imposibilidad de concebir, las tendencias homosexuales o el conocimiento carnal por placer son severamente catalogados. La infidelidad y la virginidad se convierten en dos pilares de la tradición sexual durante, ni más ni menos, mil años.
Restecto al adulterio:
Diferente baremo para varones y mujeres. Ellos se deben a sus esposas, pero la prostitución es un mal menor conocido y, generalmente, disimulado. La mujer no tiene posibilidad alguna de cometer infidelidad y salir indemne. Si fuera el caso, las pruebas contra ellas son fácilmente conseguibles. Basta que se sospeche, que dos personas den testimonio verbal y que la infeliz esposa no resista las pruebas medievales para comprobar su veracidad.
Se contempla la muerte como castigo para el adulterio, casi siempre referido a la mujer adúltera y no al hombre amancebado que, aparte de la cruz de la “fama pública” de infiel, raramente sufría más pérdidas.
La Biblia habla de lapidación, el Talmud menciona el ahorcamiento. De todos modos, estos casos extremos eran conmutados usualmente por penas más livianas como destierro, azotes y repudio (suficiente, de todos modos, para poner en peligro serio la subsistencia de una mujer sola).
Hay una excepción terrible a este perdón. Si el adulterio es extra confesional, la pena es capital. Muerte en la hoguera para judíos y cristianos atrapados en relaciones sexuales inter confesionales.
Este oscurantismo sexual pretende y elige la “postura del misionero” tradicional como la recomendada. Favorece la procreación y estimula menos el placer que otras prácticas. Se persigue la consumación del matrimonio con un único fin, la descendencia.
No es de extrañar, ya que los matrimonios, en ese momento, son planeados como alianzas políticas y económicas, asegurando linajes de comerciantes o casa reales, de la misma manera en que hoy se producen fusiones empresariales y alianzas internacionales. La mujer no tiene entidad de derecho, es un objeto y una moneda de cambio.
Su cuerpo es atesorado como recipiente de la semilla del varón, ella es la productora de la cría y de ella dependen, al final, los linajes y esperanzas.
La iglesia judía es menos restrictiva con los placeres de la sexualidad, contempla el gozo de la mujer y la forma de “débito conyugal”, aun cuando ninguno de los dos miembros de la pareja se haya sentido atraído o enamorado del otro.
Sin embargo, toda esta normativa fría, todo este reglamento, no puede contener la naturaleza humana. Si se lucha denodadamente contra el adulterio, es porque se produce. Si se norma tan duramente, es porque hay desmanes continuos y naturales. El amor, el deseo, la sensualidad, la excitación, todos estos aspectos son inherentes al ser humano. No se pueden extinguir.
Así pues, paralelamente a estas condiciones eclesiásticas, existen los placeres, las amantes, las cortesanas, las prostitutas, los amores ilícitos, el sexo oral, el sexo homosexual, la masturbación, la barraganía, el amancebamiento y toda la serie de tendencias naturales en la sexualidad.
Hay entre todas las características de esta época, una fijación con la virginidad de la mujer. Esta es la garantía de calidad para un esposo, una mujer nueva, o casi una niña, intocada, lo que asegura que la desfloración abra las puertas a una posible paternidad propia, y no ajena. La virginidad se eleva en la categoría de las virtudes, es una llave para las puertas del cielo, y debe ser preservada hasta su entrega al esposo legal.
Hay que recordar que en los matrimonios medievales, no era extraño el caso de los testigos en la noche de bodas o desfloración de la doncella, donde se daba testimonio de la consumación del matrimonio por el esposo y la pérdida de la virginidad de la novia (aún hoy quedan remanentes de estas costumbres en algunas culturas).
La virginidad es un valor, el valor determinante, en la mujer. Asegura el linaje real de un varón, conjuntamente con la fidelidad. Sin embargo, la creencia de que el cinturón de castidad es un invento del Medioevo, es errónea. Es una curiosidad posterior, de hecho no hay pruebas fehacientes de que se haya utilizado antes del S.XIX, y sería imposible de usar más de unas cuantas horas sin peligro de infecciones o laceraciones.
* En el Medioevo se consideró al miembro sexual masculino como una extensión nerviosa de la espina dorsal, de ahí el nombre cauda nervorum.
* Según la Iglesia Católica, no podía haber cópula carnal mientras la mujer estuviera indispuesta, o “durante la penitencia en sábados, miércoles, viernes o festivos”.
* El aborto era penado con la hoguera.
* Los legisladores españoles del Medioevo podían anular un matrimonio si el marido demostraba que su esposa era frígida, pero si ella contraía felices nupcias con un segundo marido, y él se declaraba complacido sexualmente, la unión se disolvía y se la casaba con el primer esposo de nuevo. Siempre y cuando no hubiera sido el tamaño del miembro sexual masculino, por exceso o defecto, la causa de la insatisfacción femenina.
* En el siglo XIV, Modeville (Cirujano Real) observó que “el clítoris venía a ser un filtro que seleccionaba los olores y los soplos que ascienden por sus conductos”, dijo esto al observar las semejanzas entre el capuchón del clítoris y la campanilla en la laringe.
* Bernardo de Gordonio cita en su obra “Lilium medicinae” que las mujeres privadas de satisfacción sexual reiterada sufren “escotoma, vértigo, dolor de cabeza, siente humo dañino que sube a las partes de arriba, tiene las manos apretadas sobre el vientre y las piernas encogidas.”
* Como cura para los pensamientos libidinosos eran comunes las sangrías en los muslos para los varones y las fumigaciones en la región genital para las mujeres.
Es claro que mil años de historia no se pueden borrar con una Revolución Sexual, muchos de los tabúes, usos y costumbres sexuales que hoy permanecen, tienen sus raices en la decisión de la Iglesia de mantener un orden establecido.
Pero cada vez la gente hace menos caso de los dictados de la Iglesia. La prohibición del uso del preservativo ha alejado a muchos creyentes. La Iglesia no ha sabido ponerse al día, y sigue considerando aberrantes prácticas sexuales normales, como la homosexualidad, que también se da en los anaimales. Y olvidándose por completo de la caridad. Lo único que ha hecho este Papa es aceptar el uso del condón para las prostitutas, pues en Africa la mitad de la población está infectada de SIDA, y los que lo propagan son sobre todo los camioneros, que recorren largas distancias y tienen relaciones con ellas.

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