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Pieles NO

martes, 31 de mayo de 2011

Las leyes bárbaras






Una de las singularidades de la época merovingia, que por sí sola demuestra la falta de poder de estos reyes, es que no existía entonces una ley común aplicable a todos los que habitaban el territorio.
En nuestros días, se está sometido a la ley del país donde se habita sea cual fuere la nación a que se pertenezca .Un peruano que vive en Cuba está sometido a las leyes cubanas. Por eso se dice que las leyes son territoriales. En los tiempos merovingios las leyes eran personales. Cada individuo debía ser juzgado según la ley de la nación a que pertenecía el galoromano, según la ley romana; El francosaliano, según la ley sálica. Otro tanto ocurría con el ripuario, el burgundio, el alamanno, el bávaro, el visigodo, etc.
Las leyes bárbaras eran leyes penales, o mejor dicha, tarifas de las sumas representativas de la reparación que merecía un perjuicio causado a otro. Esa tarifa, llamada wehrgeld o componenda, variaba según las leyes, la calidad de las víctimas y las circunstancias del delito. Por el homicidio cometido en la persona de un obispo, un ripuario debía pagar 900 sueldos de oro (el sueldo de oro valía unos 100 francos), y un alamanno 960.
La muerte de un esclavo costaba 30 sueldos de oro a un ripuario y 20 a un bávaro. Se pagaban 1oo sueldos de oro por una mano cortada, 45 solamente si ésta pendía aún y 62 si estaba torcida. Entre los salianos, un dedo pulgar valía 45 sueldos; el índice ,que servía para tender el arco, valía 35, y el meñique 15. Había también una tarifa para las injurias, 6 sueldos de oro costaba motejar a alguien de liebre, es decir de cobarde.
LAS ORDALÍAS: Para demostrar la culpabilidad o la inocencia de un acusado, se recurría a las pruebas u ordalias, o bien al duelo judicial.
Las pruebas se hacían por medio del agua y del fuego. En la prueba por el fuego, el acusado debía dar algunos pasos llevando en la mano un hierro candente. Si tres días después no presentaba la mano señal alguna de quemadura, o si las quemaduras tenían cierto aspecto, era declarado inocente.
En el duelo judicial, se ponían frente a frente el acusador y el acusado o, a falta de estos, campeones que los representaban. El vencedor era reputado haber dicho la verdad, porque, según se pensaba, Dios no podía permitir que el inocente sucumbiera. De aquí que se llamara al duelo judicial el juicio de Dios.
Para saber si una mujer era bruja, se la metía un saco y se la tiraba a un río. Si se ahogaba era bruja. Si no, no lo era (¿*¡!)

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