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Pieles NO

sábado, 13 de agosto de 2011

Cómo evitar ser enterrado vivo



Estamos acostumbrados a escuchar la palabra seguridad en relación con casi cualquier cosa: cierres de seguridad, cinturones de seguridad, puertas y llaves, claves y contraseñas, cámaras y hasta mecheros (bastante incómodos de usar por cierto). Pero ¿Sabían que, hasta que la ciencia médica avanzó lo suficiente como para certificar muertes sin posibilidad de error, existían ataúdes de seguridad?
Hasta hace apenas 100 años, uno de los peores temores a los que se enfrentaba la gente era la posibilidad de ser enterrado vivo, ya fuera debido a estados de coma o de catalepsia y a la incapacidad de los médicos de la época de hacer un diagnóstico certero.
El famoso escritor Edgard Allan Poe (1809-1849) ayudaría a extender este temor con su relato “El entierro prematuro”, publicado en 1844. En dicho relato, el protagonista nos cuenta sus temores de ser enterrado de forma prematura, consciente de sufrir desvanecimientos que le sumen en un estado de catalepsia, muy parecido a la muerte (respiración mínima y una actividad cardíaca muy leve).
Pues bien, como se suele decir “el hambre agudiza el ingenio”. Muchas han sido las estrategias para evitar tan terrible destino: velar al difunto durante 3 días, aplicar enemas de humo de tabaco, azotes con ortigas o incluso en casos extremos (y a petición de los difuntos) cortar la garganta o apuñalar el corazón. Aunque la comunidad científica tenía otro parecer, según los médicos, la única prueba irrefutable de defunción era la misma putrefacción, así que se velaban los cadáveres en salas llamadas “morgues de espera”.
En el siglo XIX, el conde belga Karnice-Karnicki patenta un curioso sistema basado en poleas y cuerdas atadas a la cabeza y pies del difunto y que al menor movimiento de éste, hacían sonar una campana en el exterior y permitían la entrada de aire fresco. Se dice que de aquí viene la frase “salvado por la campana“, aunque hay quien opina lo contrario. Por su parte, los ingleses patentan otros métodos como paneles de cristal (rompibles) en la tapa y un sistema que reemplazaba la campana por una bandera (poco eficaz en caso de que nadie vigilase).
Aun hoy en día se producen casos de enterramientos en vida, ya sea por efecto de la tetradotoxina (veneno del pez globo que se usa en el famoso Polvo Zombie) o por estados de coma profundos en lugares en los que la medicina se encuentra en una fase precaria.
En la realidad y en la ficción, es algo que a todos nos produce bastante “incomodidad”. Estos días se ha hecho popular un vídeo que circula por Internet, en el que alguien dice haber sido secuestrado y enterrado (tras habérsele dado por muerto).
Aquí os dejamos tan escalofriante documento… juzgad vosotros.


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