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Pieles NO

miércoles, 31 de agosto de 2011

Las rabietas de Miguel Angel




Sus obras son un tesoro invaluable y su figura se ubica en lo más alto del universo artístico de todos los tiempos. Eso es indiscutible. Ahora bien, cada trabajo que hacía Miguel Ángel dejaba detrás un amplio listado de malos momentos. Nada le venía bien, era un competidor nato, un caprichoso y vivía de mal humor. A tal punto que mientras trabajaba en la Capilla Sixtina casi asesina al papa Julio II.
La situación ya venía bastante tensa. El artista aceptó el trabajo a cambio de 3000 ducados de oro y la colaboración de cinco personas. La idea, en un principio, era representar a los 12 apóstoles. Miguel Ángel dijo que no, que era mejor hacer un fresco donde se representen nueves escenas del Génesis. Fue una discusión acalorada, pero finalmente el papa accedió.
Ni bien comenzó el despliegue, Miguel Ángel dijo que lo iba a hacer todo él solo, sin importarle el tiempo que le lleve, y que apenas quería un ayudante para que le moliera los pigmentos. Acto seguido, sentenció que nadie podía ver su trabajo hasta que no esté completamente terminado. Lo primero fue armar un sistema de andamios impresionante que le permitió pintar boca arriba, a más de 20 metros de altura. Allí pasaba días completos, apenas comía y se aguantaba hasta último momento para bajar a hacer sus necesidades.
Julio II estaba ansioso por saber cómo avanzaban las obras en la Capilla. Una tarde se infiltró en secreto, Miguel Ángel dormía profundamente. El papa, creyendo que no lo escuchaba, golpeó con su bastón uno de los pilares del andamio. Grave error. El artista se despertó furioso y desde la altura le lanzó un recipiente lleno de pintura que, de pura casualidad, no le partió la cabeza en dos partes. Julio II salió a toda velocidad por el mismo lugar donde había ingresado.
Desde ese día, el papa sólo se limitó a preguntarle al artista cuándo se iba a poder ver el fresco. Miguel Ángel siempre respondía lo mismo: “Cuando esté satisfecho con los resultados”. El día de la inauguración fue un verdadero acontecimiento. Todos los presentes -altos funcionarios políticos y religiosos, nobles y artistas- quedaron impactados por la obra.
Pero nadie se acercó a felicitar a Miguel Ángel . El único que le dirigió la palabra fue Rafael, para manifestarle su más profunda admiración.

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