Desde luego, lo del barrendero no es moco de pavo ni ala de moscardón. A lo mejor el hombre pensó que quien los había perdido los necesitaba más que él, que al menos tenía un trabajo, aunque no fuera finolis. Pobre pero honrado.
Esto me recuerda una cosa que me pasó a mí hace años, cuando trabajaba en la Oficina de Turismo del Aeropuerto. Una tarde me metí en un lavabo de munisválidos -los que trabajan allí siempre van a éstos, pues suelen estar siempre vacíos y son mucho más anchos y cómodos-, y vi que había allí una cartera de piel negra, grande. La abrí y me encontré con una fortuna: En dólares y marcos había un par o tres de millones, y tropecientas tarjetas de crédito de todo el mundo. O sea que el propietari@ era un ricach@ de aúpa. Yo, en la intimidad del WC, me senté tranquilamente (ya pueden figurarse dónde) y lo miré todo bien, con la esperanza de que no figurara el nombre del propietario, pues mi codicia se había despèrtado ante aquel despliegue obsceno de riqueza. Pero no, el nombre del feliz propietario figuraba por todas partes, y aunque se tratase de un cochino capitalista yanqui, en conciencia no me podía quedar con todo aquello. Tuve hasta la tentación de quedarme con el dinero líquido, pero como mi padre me había educado así, fuí con mi botín a la Comisaria de Policía, que estaba allí mismo. Los polis lo volvieron a contar todo delante mío, y había aún más de lo que me había parecido. Estaban estupefactos.
Entonces, -no habían pasado ni diez minutos-que entra un tipo chulesco con aire macarra y yanki a más no poder. Todos comprendimos que era el dueño del tesoro. Venía con toda tranquilidad. No se le veía sudoroso ni angustiado, como hubiese sido lo normal. Como si hubiese perdido la gorra, vamos. Se identificó y le dieron el maletín con todo su contenido. Comprobó que no faltaba nada, y se largó. La Policía le dijo que yo: "-Esta señora ha sido quien ha encontrado su cartera y nos la ha traído". El hombre me miró con infinito desprecio, luego miró un bolso que llevaba ese día, que era un Kelly de Hermès, y les dijo a los maderos:
"-Con un bolso así, no necesita recompensas".
Los polis se quedaron sin entender nada, y yo no les dí ninguna explicación, sino que me fuí con el rabo entre piernas. Cómo les iba a explicar a los amables funcionarios de la seguridad que yo no era rica, pero que tenía la manía de comprarme bolsos estupendos, y que lo que otras se gastaban en chucherías menos evidentes yo lo hacía comprándome un bolso que solo yo sabía (y el puto yanki) lo que me había costado.
Ahora ya no puedo autorregalarme este tipo de caprichos, pero entonces, con mi sueldo de jefa de la OIT sí. Y de vez en cuando lo hacía. Y los tengo, y los tendré toda la vida, casi con seguridad. Pero entonces me hubieran venido de pm unos de los billetitos que tanto parecía despreciar el usaco.
Pero explicar estas peripecias con la que está cayendo me parece de muy mal gusto. Disculpen los lectores, pero es que yo soy una nueva pobre, y he conocido tiempos mejores.
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